Déjà vu de Escila y Caribdis

    El prudente Odiseo, fecundo en ardides, acertó a sobrevivir al paso del estrecho. Miro alrededor y juraría que el mismo capítulo de la "Odisea" se repite una y otra vez, en un bucle que hace tiempo que dejó de tener gracia.

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    Christian Bale, protagonista de American Psycho

    Dos aniversarios nos muestran la triste vigencia de un siglo cual muela cariada que no terminamos de arrancarnos. Por un lado, el 26 de abril se cumplirán 30 años del accidente nuclear en la central de Chernóbil, cuyas terribles consecuencias ha descrito con dramática minuciosidad la última premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich. Por otro, la desasosegante novela «American Psycho», de Bret Easton Ellis, celebró el pasado 6 de marzo los 25 años de su publicación.

    He leído recientemente «Voces de Chernóbil». Publicada en 1997, solo el Nobel a su autora, poco conocida en su país, ha vuelto nuestros acomodaticios ojos hacia esta obra maestra del periodismo narrativo. Aleksiévich, desolada por la tragedia descomunal que se cebó con su Bielorrusia natal, se limita a dar voz a las víctimas para impedir un olvido ominoso.

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    El resultado es desgarrador. Las llagas, el cáncer, el envenenamiento de ríos y cultivos… Las secuelas físicas se muestran con notable crudeza, pero Aleksiévich demuestra ser lo suficientemente sensible e inteligente como para ir más allá.

    Con la elipsis, vital en un trabajo de estas características, el sufrimiento psicológico adquiere un papel protagonista. Y, dentro de este, salta al primer plano, como una masa aterradoramente descomunal, el desconcierto ante la evidencia de una estafa. El régimen soviético, que prometía seguridad y estabilidad a cambio de una vida gris y sometida al yugo comunista, no era capaz de salvaguardar la salud de sus ciudadanosAños después, en 2013, Aleksiévich publicó «El fin del ‘homo sovieticus’” para dar testimonio de las penalidades de quienes definió como «los actores del drama del socialismo».

    La decadencia del ultracapitalismo

    En 1991, los lectores estadounidenses leyeron pasmados las repugnantes aventuras de Patrick Bateman. El protagonista de «American Psycho» es un arquitecto triunfador en el Manhattan de los últimos años 80. Educado en Harvard y apesebrado en Wall Street, cultiva el más exquisito narcisismo, especialmente orientado al culto al cuerpo y los placeres oscuros. Estos derivan pronto en una insatisfacción crónica, una espiral que le lleva a cometer los crímenes más abyectos y a caer en los vicios más depravados.

    Mucho se ha escrito sobre «American Psycho» como epítome del modo de vida «yuppie», esa exaltación de la figura del ejecutivo, entronizado en una carcasa financiera especulativa, compendio de avaricias y vanidades. La decadencia del ultracapitalismo llegaba, parecía ser, por el exceso.

    Los filosofos habían vislumbrado mucho antes el dilema del hombre moderno, amenazado desde las instancias libertaria e igualitaria, acechantes desde sus dominios prometeicos. Como suele hacer el hombre cuando se siente superado por la hibris, por la desmesura, los filosofos acudieron al mito.

    La chulería más hortera

    Escila y Caribdis son dos monstruos de la mitología griega que moran en las orillas opuestas de un estrecho. Caribdis absorbe el agua del mar, creando un remolino que hundía el barco más robusto. Escila devora con sus seis horrendas cabezas a los marineros que osan navegar junto a él.

    El prudente Odiseo, fecundo en ardides, acertó a sobrevivir al paso del estrechoMiro alrededor y juraría que el mismo capítulo de la «Odisea» se repite una y otra vez, en un bucle que hace tiempo que dejó de tener gracia. Veo, por ejemplo, una crisis financiera bien sobrepasado (cronológicamente, al menos) el siglo XXI, los instigadores repletos de billetes de 500 euros y engalanados con la chulería más hortera.

    Y veo también un partido inequívocamente bolchevique intentando tomar el Palacio de Invierno del Parlamento español. Veo el mismo relativismo totalitario y el mismo totalitarismo relativista. Quizá debiéramos leer a Homero con más atención para superar de una vez el puñetero estrecho. Una pista. La clave está en el timón.

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