No hay duda, Canción de Navidad (1843), de Charles Dickens, es el clásico de cuantos cuentos ha inspirado la Nochebuena. Desde que vio la luz por primera vez no ha dejado de reeditarse constantemente en varios idiomas y las adaptaciones cinematográficas se han sucedido a un ritmo semejante.
En 1901 se estrenó la primera, debida a Walter R. Booth. Más de un siglo después, las dos pantallas han conocido tantas que hoy en día podría decirse que la experiencia de Ebenezer Scrooge es preceptiva en la programación televisiva navideña.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraSin embargo, antes que a Dickens y a su avaro redimido, la Nochebuena ya había inspirado a los hermanos Grimm Los táleros de las estrellas (1812). Su protagonista es esa huerfanita, fundamental en estas fábulas.
Tan pobre como generosa, tras desprenderse en su caminar de lo poco que tiene le empiezan a llover los táleros -antigua moneda de plata alemana- del cielo. Ésta es la pieza que abre esa espléndida selección reunida por Marta Salís para Alba Editorial bajo el título de Cuentos de Navidad de los hermanos Grimm a Paul Auster.
No podía faltar en tan excelente antología uno de los grandes románticos alemanes, E.T.A Hoffman, con otra de las grandes ficciones que ha dado la noche del 24 de diciembre: Cascanueces y el rey de los ratones. Publicado en 1816, dentro de la vasta colección de fábulas para mayores y menores que el autor reunió en cuatro volúmenes entre 1813 y 1821 bajo el título de Los hermanos de San Serapión.
‘La aventura de la noche de San Silvestre’ de E.T.A. Hoffman es un cuento de Navidad para adultos
En Cascanueces, la historia de la pequeña Marie Stahlbaum y su húsar de madera -el más preciado de sus regalos navideños- cobra vida en el cuarto de los juguetes para ponerse al frente de sus pares y librar una batalla contra los ratones en Nochebuena. La propuesta no va muy a la zaga de Canción de Navidad en lo que a los cuentos de esta fiesta se refiere.
Ya en 1844, Alejandro Dumas padre adaptó a Hoffman en Historia de un cascanueces. Es en esta última en la que está basado el ballet de Tchaikovski que parece haber eclipsado a su origen literario.
Si la Nochevieja también tiene cabida en nuestra nómina de cuentos navideños, podría añadirse un segundo título de Hoffman: La aventura de la noche de San Silvestre. Ahora bien, esta segunda pieza del romántico alemán se aleja bastante de esa buena voluntad de la que surge la literatura navideña.
Conviene recordar que E.T.A. Hoffann también fue uno de los grandes del cuento de miedo y en esta propuesta sobre la última noche del año, la eterna pulsión entre las fuerzas del mal y la pureza, sumen al lector en cierto terror psicológico. He aquí un cuento de Navidad para adultos.
Uno de los grandes de ese siglo de oro de la literatura estadounidense que fue la centuria decimonónica, Nathaniel Hawthorne -aún sin traducir en su totalidad en España- ambientó en la Navidad Las hermanas, una pieza de 1839, apenas conocida entre el público español.
«Amén de navideño, La pequeña cerillera es una de las cumbres del cuento triste»
No es ése el caso de La pequeña cerillera (1848) del danés Hans Christian Andersen. Es ésta otra referencia obligada dentro del capítulo de los clásicos y también nos remite a la última noche del año.
Con la ciudad nevada, como manda el canon del género, nuestra joven protagonista recorre sus calles aterida. Entonces, la infeliz decide sentarse y encender los fósforos que no ha vendido en busca de un calor que se le hace imposible encontrar. Amén de navideño, La pequeña cerillera es una de las cumbres del cuento triste.
La infeliz, en su quimera de calentarse con cerillas, no tiene más deseo que el de ir al encuentro de la única persona que la quiso: su difunta abuela. Simbolizada la anciana en una estrella que la muchacha ve caer del cielo, no tarda en ir a reunirse con ella.
Grande entre los grandes de la gran novela rusa, Fiódor Dostoyevski publicó Un árbol de Navidad y una boda en 1848. Siempre atento a la crítica social, no falta en la propuesta del maestro un sublime canto a esos grandes sentimientos que afloran en estas fechas. El narrador, con motivo de su asistencia a una reciente boda, viene a recordarnos una fiesta infantil navideña, en torno al árbol del título.
En aquella cita, le llamó la atención la simpatía que unió en uno de sus juegos a la hija de la casa y a un niño. El pequeño tenía menos posibilidades económicas que los vástagos de las familias más influyentes del San Petersburgo de la época reunidos en el convite.
El anfitrión, el padre de la niña, se esfuerza en separar al niño de su hija. Un lustro después, la pequeña tiene dieciséis años, está “en la primera primavera” y sus padres la casan con un hombre decrépito y muy poderoso que podría ser su abuelo.
En la Nochebuena de Valle-Inclán (1903) el arcipreste de Celtigos interrumpe su celebración cuando escucha a un trovador cantar sus amores con “la sobrina”
Mucho más escéptica es la visión navideña que nos muestra Guy de Maupassant, el maestro del cuento naturalista, en Una cena de Nochebuena (1882). Su asunto nos refiere la experiencia de un descreído. Lo es a consecuencia de una desafortunada aventura, acaecida en una Nochebuena de su pasado.
En ella dio a luz una mujer de la calle, una desdichada a la que invitó a cenar a la espera de lo que vendría después. Fue entonces cuando el protagonista de Maupassant decidió no volver a celebrar la víspera del veinticinco de diciembre.
Naturalmente, la Navidad también ha inspirado a las grandes plumas españolas. Si se permite la prolongación del cuento navideño hasta la epifanía, Clarín, otro maestro del cuento triste -una de las modalidades más hermosas del género-, publicó El rey Baltasar en 1901.
Plena de ese realismo que caracterizaba al autor de Adiós Cordera (1893) nos transporta a la noche de reyes en un mísero hogar madrileño. El padre, Baltasar Miajas, no tiene nada que regalar a sus hijos después de veinte años empleado en una oficina.
En la Nochebuena de Valle-Inclán (1903) el arcipreste de Celtigos interrumpe su celebración cuando escucha a un trovador cantar sus amores con “la sobrina”. Emilia Pardo Bazán recrea en La estrella blanca (1912) la adoración de los Reyes Magos.
“¿Qué sé yo de la Navidad?”, parece ser que se preguntó Paul Auster cuando el New York Times le encargó un cuento navideño.
Entre la producción de Gilbert Keith Chesterton no podía faltar una pieza navideña. Las estrellas voladoras, el título en cuestión, es el cuarto de los relatos policiacos que integran El candor del padre Brown (1911). En esta ocasión, el singular sacerdote consigue que el ladrón M. Hercule Flambeau se pase al lado de la ley. A raíz de tan feliz Nochebuena será otro eficaz detective privado.
Los muertos (1914), el último de los relatos incluidos en Dublineses, la célebre colección de James Joyce, es uno de los grandes cuentos de Navidad de todos los tiempos, además del modelo de la última película de John Huston.
Narración más que cuento ya que en su asunto no hay un ápice de fantasía alguna, en sus páginas se nos transporta a una cena de Nochebuena en casa de las hermanas Morkan, dos aristócratas dublinesas. Entre la cena y el posterior baile. Al final de la velada, Gabriel Conroy y su esposa, se encuentran de nuevo en su propia casa, cuando ella, mientras observa caer la nieve, le habla de un enamorado que tuvo mucho tiempo atrás, que probablemente se murió del frío que cogió en cierta ocasión que estuvo esperándola en vano a ella.
“¿Qué sé yo de la Navidad?”, parece ser que se preguntó Paul Auster cuando el New York Times le encargó un cuento navideño. Puesto a ello comenzó a pasear por Brooklyn y acabó en el estanco de Auggie Wren, un tipo empeñado en dar cuenta del curso del tiempo tomando todos los días la misma fotografía de la misma esquina.
‘El regalo’ del escrito de ciencia ficción Ray Bradbury está ambientado en 2052, en Marte
Ese fue el origen de El cuento de Navidad de Auggie Wren (1990), uno de los últimos títulos incorporados a la nómina de un género que se extiende a lo largo de doscientos años. Porque durante el amado siglo XX, el cuento de Navidad siguió cultivándose con brío.
Uno de los maestros de la ciencia ficción de aquella época, ya pretérita, fue Ray Bradbury. El regalo (1952), su cuento de Navidad, está ambientado en el año 2052 cuando la humanidad ya viaja a Marte.
Una familia se dispone a pasar allí la Navidad en lo que será el primer vuelo interplanetario del niño. Al llegar a la aduana les obligan a dejar el árbol y el regalo por un exceso de equipaje. Pero los millones de estrellas que pueblan el universo serán las velas blancas del árbol imposible.
Sorprende que Truman Capote, tan buen escritor como cínico puesto a exaltar sus pasiones, publicase en 1956 Un recuerdo navideño, uno de los más entrañables y emotivos cuentos de Navidad del pasado siglo. Buddy, álter ego del autor cuando era un niño, nos habla de “su amiga”, una anciana marginada en su propia familia, y de lo delicioso que era que le mandaran a pasar la Nochebuena junto a ella y la perra Weenie.