Me lo comentaba hace unos días la hija de unos amigos. La chica está terminando Bachillerato, y aún anda rumiando qué carrera elegir.
- Pero, total, da igual qué estudiar, porque vamos a acabar todos en la cola del paro-, me espetó.
La miré con extrañeza y le contesté:
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Suscríbete ahora- Y eso, ¿por qué?
- Pues porque la tasa del paro juvenil está en el 50 por ciento -, replicó, haciendo gala de que se sabía alguna estadística.
- Lo cual significa que la mitad de los jovenes trabajan. ¿En qué mitad quieres estar tú? – le volví a preguntar.
«Da igual lo que estudiemos porque vamos a acabar en el paro»
Después de unos instantes de incertidumbre, respondió:
- Bueno, no sé, pero es lo que nos dicen todos los profesores: que da igual lo que estudiemos, porque vamos a acabar en el paro.
No es la primera vez que me encuentro con un joven con pocas esperanzas puestas en el futuro porque un profesor cenizo y aguafiestas les ha hecho la gracieta ésta de la cola del paro. Y, lo peor, es que los alumnos se lo creen, y son pocos los inconformistas que deciden ver en su vida el vaso medio lleno en vez del medio vacío que les presentan. Resignados, comenzarán una carrera con pocas ilusiones y, a medida que se acerca el fatal desenlace del comienzo de la vida laboral, su incertidumbre y su desesperanza se acentuarán más. Todo por unos profesores que, desde Secundaria, les pintaron un horizonte donde sólo se veían nubarrones negros.
Qué mal han entendido estos docentes (me resisto a llamarles maestros) la misión a la que han sido llamados. Qué lejos quedan del profesor Unamuno, que comprendió como pocos a sus estudiantes de Salamanca y les espoleaba: “¡Ojalá vinieseis todos henchidos de frescura, sin la huella que os han dejado quince o veinte exámenes, trayendo a estos claustros no ansia de notas, sino sed de verdad y anhelo de saber para la vida!”.
Muchos de estos profesores aguafiestas se ven como simples herramientas cuya única finalidad es insertar más piezas en los engranajes de la inmensa maquinaria laboral
Muchos de estos profesores aguafiestas se ven como simples herramientas cuya única finalidad es insertar más piezas en los engranajes de la inmensa maquinaria laboral. Al ver las escandalosas tasas de paro juvenil, su misión pierde sentido, y esa desazón es la que transmiten a sus alumnos. ¿Dónde quedan la frescura, la verdad y el anhelo de saber con que Unamuno lanzaba a sus estudiantes hacia el infinito?
Por supuesto, muchos leerán con sorna estas palabras del maestro de Salamanca (la misma con la que algunos de sus coetáneos le obsequiaban) y dirán que todo eso está muy bien, pero que de qué diantres sirve la verdad y el amor por la sabiduría si después acabas en la cola del paro. El pragmatismo de siempre. Después te hablarán de realismo y de dejarse de ensoñaciones… a la vez que despeñan a sus alumnos por el barranco de la desesperanza y la resignación ante el futuro. De lo que no se dan cuenta es de que, precisamente, una persona que busca la verdad, el bien, la sabiduría, necesariamente tendrá una visión siempre más abierta y despierta de la vida que el cenizo del vaso medio vacío. Y la actitud ante la vida, de hecho, es fundamental a la hora de encontrar –y de mantener- un puesto de trabajo.
Necesitamos más profesores como Unamuno. No es el tiempo de los aguafiestas, sino de los maestros que sean capaces de llenar de coraje e ideales a sus alumnos. De maestros que, como él señaló en su “Última lección”, quieran “seguir estudiando, trabajando, hablando, haciéndonos y haciendo a España, su historia, su tradición, su porvenir, su ventura”. Qué diferente es todo cuando te encuentras con profesores así.