Presento a una serie de mujeres que han provocado elefantiásicos y decisivos progresos en el campo de las ciencias. En primer lugar, pongo como ejemplo a Doña María Gaetana Agnesi, la «matemática de Dios», quien escribió el primer libro completo de cálculo, «el tratado más completo, el mejor que se ha hecho en este género», tal y como decretó la Real Academia de Ciencias de París.
También, tenemos a la física Doña Laura Bassi, la primera catedrática de la historia, en la Universidad de Bolonia, quien demostró la no universalidad de la Ley de Boyle, pieza clave en la difusión del newtonianismo (corriente creada por el cristiano y celebérrimo o archiconocido Isaac Newton), profesora del sacerdote católico Lázaro Spallanzzani, científico determinante en el desarrollo de la microbiología, madre de 12 hijos, enaltecida o loada incluso por el anticlerical de Voltaire y esposa del reputado físico Giuseppe Veratti, cuyo gran mérito fue aplicar la electricidad a la medicina, amén de ser doctor en dicha disciplina y profesor de filosofía natural en la mencionada Universidad de Bolonia; por cierto, antes de que se me olvidara, fue católico, al igual que su mujer y que sus compañeros de experimentos el Padre Beccaria y el Abad Nollet.
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Suscríbete ahoraAdemás, gozamos en nuestro haber de catolicidad de la anatomista Doña Anna Morandi Manzolini, la tercera mujer del siglo XVIII que impartió clases en la aludida Universidad de Bolonia.
Las católicas emprendedoras y altruistas del siglo XIX aportaron una novedad histórica de magnitudes insospechadas
Otra mujer de bandera en el ámbito intelectual fue Doña Inés Joyes y Blake, madrileña nacida en 1731 y madre de nueve hijos. Su refulgente y destellante brillo académico se debió, por un lado, a que fue la primera persona que tradujo del inglés al español la novela filosófica Rasselas, Príncipe de Abisinia, escrita por el primoroso Samuel Johnson, y por otra parte, a su ensayo Apología de las mujeres en carta original de la traductora a sus hijas, en el que apuntó, con una lógica demoledora, lo siguiente en uno de sus deliciosos fragmentos: «Asignó Dios a cada sexo sus destinos, y conforme a ellos les dotó de aquellas propiedades que les convenían. Al hombre le dio la fuerza, a la mujer la perspicacia, y como de genio más blando y flexible, dispuso fuese su voto el segundo en las consultas. Sin embargo, no se halla en ninguna parte que prohibiese el que mandara soberanamente, pues vemos y se han visto en todos tiempos reinos gobernados por mujeres con mucho acierto y felicidad… Digan los hombres lo que quieran, las almas son iguales; y si por la mayor delicadeza de los órganos son las mujeres más aptas para un género de aplicación, y los hombres por su mayor robustez para otro, nada prueba esto contra nosotras».
Emprendedoras católicas que crearon infinidad de escuelas, hospitales y orfanatos
Hace dos siglos, en el XIX, se desató una marea de mujeres católicas que, con su indomable talante emprendedor, hicieron germinar un sinnúmero de escuelas, hospitales y orfanatos, amén de plantar la semilla de un sinfín de iniciativas misioneras y benefactoras en los distintos confines del globo terráqueo.
Las católicas emprendedoras y altruistas del siglo XIX aportaron una novedad histórica de magnitudes insospechadas, que fue el hecho de iniciar grandes y oníricos proyectos con un capital inicial exiguo, exangüe, ínfimo, prácticamente nulo. Se caracterizaron por ser mujeres purasangres que incorporaron la habilidad o destreza de dar a luz inconmensurables empresas sin apenas recursos, puesto que, en las centurias anteriores, era imprescindible recibir financiación de reyes, familias pudientes o personas acaudaladas.
Las católicas consagradas facilitaban el aprendizaje de la lectura y la escritura a las mujeres pobres, algo que era prácticamente imposible en culturas no cristianas
Las católicas consagradas facilitaban el aprendizaje de la lectura y la escritura a las mujeres pobres, algo que era prácticamente imposible en culturas no cristianas. Ya dejó por escrito la pensadora estadounidense Emily James que «ninguna institución ha concedido jamás a las mujeres las posibilidades de reconocimiento de las que gozaron en el convento».
El matrimonio cristiano ha aportado un grado de igualdad entre hombres y mujeres que las culturas paganas y las religiones monoteístas no han conseguido
En las culturas paganas, imperaba la promiscuidad sexual en las relaciones amorosas, la cual alimentaba que el varón gozase de las esclavas, prostitutas y amantes que le viniesen en gana. Las religiones monoteístas, por su parte, aceptaban la poligamia y que se repudiase a la mujer.
El cristianismo acabó con estos vejatorios modos de dominación y sus consiguientes prácticas aberrantes al establecer un matrimonio sin promiscuidad, que exigía al hombre y la mujer fidelidad, exclusividad, amor, entrega y respeto.
De hecho, el matrimonio católico, al ser indisoluble, ha evitado que los hombres de las culturas paganas se rifasen a las mujeres a su antojo y que los de las religiones monoteístas se permitiesen el privilegio de repudiarlas. No cabe duda de que la indisolubilidad del matrimonio beneficia y enaltece a la mujer.
Amén de la indisolubilidad, cabe destacar que el matrimonio cristiano obliga al hombre casado a ser un padre y marido afectuoso y con deberes. En las culturas paganas, los páter familia disponían del derecho de asesinar a sus hijos, sin la posibilidad de que la madre intercediera en su defensa. El cristianismo cortó de raíz con esta sádica y mortuoria práctica liberticida del progenitor y cónyuge masculino, razón por la cual, en la Edad Media, ninguna patria que había abrazado la cristiandad reconocía la prerrogativa de escabechar a su prole, sino que la consideraba como un pecado mortal de gravedad inusitada.
El esclarecedor y renombrado papel de las mujeres en el teatro del siglo XVII español, en el marco de una España profundamente católica
El célebre historiador Stanley G. Payne, en su espectacular y exitoso libro En defensa de España, recuerda que en el teatro español del siglo XVII, de hegemónico prestigio en Europa y de marcado signo religioso (con tibias y diminutas máculas de heterodoxia), las mujeres gozaron de un papel primordial. En la obras, se dibujaba a una fémina de inconmensurable vigor y escasa resignación. Abundaban las actrices, a sensu contrario de lo que sucedía en Inglaterra, donde la figura del actor solía recaer en muchachos adolescentes.
El Papa Benedicto XV, el sacerdote Luigi Sturzo, la beata Hildegard Burjan y la Sierva de Dios Dorothy Day, cuatro personalidades decisivas en la aprobación del voto femenino
En 1919, el Papa Benedicto XV pronunció un discurso en el que animaba tanto a hombres católicos, como a mujeres del mismo credo, a inmiscuirse, de forma activa, en cuestiones políticas y a potenciar la aprobación del voto femenino.
El sacerdote Don Luigi Sturzo se anticipó a escribir sobre el derecho a sufragio de las mujeres, en 1917, momento en el que nadie se pronunciaba a este respecto. Dos años después, en 1919, fue un primordial cofundador del Partido Popular Italiano, imbuido de ideología democristiana (a cuya creación, además, este eclesiástico contribuyó decisivamente) y en nombre de dicha formación política, pidió la aprobación del voto femenino, ensoñación que tomó cuerpo y forma unos lustros más tarde por la irrupción del fascismo en el poder.
La beata Hildegard Burjan figura en los anales de la historia como la primera mujer del Consejo Municipal de Viena, en 1919, y la número uno, también, en convertirse en diputada a nivel nacional, un año más tarde que su primer logro representativo, en 1920.
Por último, cabe mencionar honoríficamente a Doña Dorothy Day, mujer que fue arrestada y encerrada en prisión, en 1917, por elevar su voz, junto a otras, enfrente de la Casa Blanca, en señal de protesta por tumbar la aspiración a dar cobertura legal al voto femenino. Por razones distintas a las mencionadas, fue reconocida Sierva de Dios por el Papa San Juan Pablo II, amén de que el cardenal estadounidense Timothy Dolan prosigue en llevar a término su causa de beatificación.
La acendrada feminista y atea Simone de Beauvoir, una de las principales creadoras de la ideología de género, reconoció la impagable contribución de los católicos a la aprobación del voto femenino
La acendrada feminista y atea Doña Simone de Beauvoir, una de las principales catalizadoras de la ideología de género, reconoció la impagable contribución de los católicos a la aprobación del voto femenino.
Por ejemplo, en su obra El segundo sexo, escribió lo siguiente: “Benedicto XV, en 1919, se pronunció a favor del voto a las mujeres; Monseñor Baudrillart y el Padre Sertinllanges hacen una fervorosa campaña en este sentido (…) En el Senado, numerosos católicos (…) están a favor del voto a las mujeres: pero la mayoría de la asamblea es contraria”. Esto fue redactado en referencia a la política de un país europeo cercano a España.
Los sectores católicos hicieron posible la aprobación del voto femenino en España, contra la oposición de movimientos progresistas y anticlericales
Los movimientos progresistas y anticlericales de la II República española se opusieron enérgicamente a la aprobación del voto femenino, bajo el enrevesado, alambicado e inextricable razonamiento de que las mujeres irían a votar al partido que les ordenase su marido, lo que provocaría una abrumadora victoria de la derecha y de los sectores católicos.
De facto, la feminista y miembro del Partido Radical-Socialista Doña Victoria Kent fue una de las más aguerridas e icónicas adversarias de extender el derecho de sufragio a las mujeres, amparándose en el citado argumento, al igual que emblemáticas figuras de la izquierda como Doña Margarita Nelken e Hildegart Rodríguez.
El Congreso de los Diputados, finalmente, legalizó el derecho a votar de las mujeres, con 161 papeletas favorables y 121 votos en contra. La posterior victoria de la CEDA, la derecha, en las elecciones pareció dar la razón a los augurios de Victoria Kent y sus correligionarios, pero se desplomaron, de arriba abajo, estos vaticinios nada más que tres años después, con el triunfo del Frente Popular en las urnas. Se cumplió el análisis realizado por la historiadora Doña Mercedes Vilanova, fundamentado en que el móvil de que ganase un partido u otro fue, en la mayoría de los casos, la clase social a la que perteneciesen los electores, sin que el sexo alterase los resultados de manera apreciable por la vista.
Varios años antes de la II República, el católico Don Manuel de Burgos y Mazo, quien tuvo cargos de renombre y relevancia durante la monarquía de Su Majestad Alfonso XIII, presentó, en 1919, un proyecto de ley favorable a la aprobación del voto femenino. Esta propuesta no generó irritación ni turbación en los sectores conservadores, sino todo lo contrario; tuvo una calurosa acogida y gozó de un exquisito predicamento, hasta el punto de que el periódico ABC se deshizo en elogios y manifestó que este hombre merecía recibir un “entusiasta aplauso”.
Hubo una mujer española llamada Doña María de Echarri que, a través de sus artículos periodísticos y de su militancia política, influyó para que, a posteriori, se aprobase el voto femenino. De ella, vamos a hablar en el siguiente renglón.
María de Echarri, la ferviente católica que consiguió que se prohibiera que las mujeres trabajasen de pie, lo cual hacía generarles problemas en los ovarios y en la matriz, abortos y partos prematuros
Doña María de Echarri fue una mujer católica y española, nacida en 1878, laureada por su impagables contribuciones a las labores sociales cristianas, con condecoraciones del tamaño de la medalla Pro Ecclesia Pontífice, la Cruz de Leopoldo II de Bélgica y la Arcade, entregada por el Papa Pío X.
En 1918, escribió que de existir un feminismo, éste debería ser «netamente católico», para que la cosa no se fuese de las manos.
Uno de sus inconmensurables méritos fue conseguir que se aprobase la ley de silla, en 1912, consistente en prohibir que las mujeres trabajasen de pie, lo cual hacía generarles problemas en los ovarios y en la matriz, amén de provocarles abortos y partos prematuros.
Las impresionantes reflexiones de Doña Josefa de Amar y Borbón, católica de una devoción inabarcable reivindicada erróneamente por las feministas
Hay una mujer modélica y española reivindicada erróneamente por los movimientos feministas, a la que se atribuyen como un ídolo, fetiche y referente de los mismos. Ésta es Doña Josefa de Amar y Borbón, una ferviente y devota católica, acérrima defensora de la maternidad, de promover una mejora en la educación de las mujeres desde ámbitos católicos y de no confundir una feminidad positiva con un feminismo de corte anticristiano.
De hecho, su manera de influir en que se acrecentase la valoración de las habilidades femeninas estuvo basada en la doctrina católica, fue su base, su esencia, su pilar fundamental, su savia bruta, su hilo conductor, su correa de transmisión, el queroseno que da vida a sus propulsores de chorro, su piedra angular, su columna vertebral, su espina dorsal, su roca madre, su eje diamantino, en definitiva, su razón de ser.
Josefa de Amar y Borbón es una zaragozana nacida en 1749, que destacó, en su época, por su prodigiosa inteligencia, por su quilométrico haber de méritos y condecoraciones, y sobre todo, por su reclamo de la mejora de la educación de las mujeres desde ámbitos católicos. Fue una insigne miembro de la la Real Sociedad Económica de Madrid, amén de la de Aragón y de la de Medicina en Barcelona.
En su tratado Discurso en defensa del talento de las mujeres, señaló que no hay mayor de igualdad que otorgar a Adán una compañera, sin la cual, él sería un donnadie, no podría vivir, y que este hecho estableció que la base de nuestra multiplicación y supervivencia es el matrimonio, la unión de un hombre y una mujer como punto de partida de las generaciones venideras.
También, hizo hincapié en que Adán y Eva mordieron de la manzana por un abuso de las facultades racionales de esta mujer, es decir, por su superioridad intelectual de cara al hombre y por detentar el liderazgo o mando de semejante decisión. Ahora bien, matiza que esto no determina cuál es ambos sexos es más talentoso, puesto que ello depende de cada persona, la cual tiene sus propios talentos, reflexión de una lógica aplastante que, cada vez, conviene más recordar.
La ínclita y esclarecedora Josefa de Amar y Borbón ya desmotó el mito de que el potencial de las mujeres ha sido degradado por la devoradora ambición de los hombres. En su tratado al que hemos aludido ut supra, Discurso en defensa del talento de las mujeres, buceó en la historia para recordar que «en todos los países, ha habido mujeres que han hecho progresos en las ciencias más abstractas» y que allá donde triunfó un hombre, hubo una mujer que, también, estalló de éxito.
El citado texto continúa así: «Su historia literaria puede acompañar siempre a la de los hombres, porque cuando éstos han florecido en las letras, han tenido compañeras e imitadoras en el otro sexo. En el tiempo que la Grecia fue sabia, contó, entre otras muchas insignes, a Theano, que comentó Pithágoras, a Hyparchia, que excedió en la filosofía y matemática a Theón, su padre y maestro; A Diotima, de la cual se confesaba discípulo Sócrates. En el Lacio, se supone haber inventado Nicóstrata las letras latinas, las cuales supieron después cultivar varias mujeres, entre otras, Fabiola, Marcella y Eustequia. En Francia, es largo el catálogo de literarias insignes y cuando otras no hubiera, bastarán los nombres de la Marquesa de Sebigné, de la Condesa de la Fayete, y de Madama Dacier, para acreditar que se han distinguido igualmente de sus paisanos insignes. En el día, continúan varias señoras, honrando su sexo con los escritos, como puede verse en la Década Epistolar de D. Francisco María de Silva. En la Rusia, florecen en el día las letras, pero si esta revolución tan gloriosa se debe a los esfuerzos del Zar Pedro el Grande, los continúa la actual Zarina Catalina II, la cual ha escrito el Códice de las Leyes, obra que no se puede alabar bastamente, y una novela moral y sabia, dirigida a la instrucción de sus nietos: ambas obras las ha escrito en francés, cuyo idioma posee con tal gracia y finura, a la que llegan pocos de los mismos franceses. Esta insigne mujer seria injusta, si conociendo, por su misma experiencia, de cuanto es capaz su sexo, no le honrase como merece. Pero no hay que hacerla este cargo, porque premia el mérito donde quiera que le encuentra. Así, se verifica en la Princesa de Askoff, heroína ilustre, la cual después de haber manifestado a la tropas rusas su espíritu marcial, sabe, como otra Minerva, todas las ciencias, y por ello y por su numen poético, la ha elegido su soberano para cabeza y Presidenta de la Academia Real de las Ciencias de Petesburgo».
En otro párrafo, hace mención de honor a la Reina Isabel la Católica, a las monarcas inglesas Isabel y Ana, y a las dos Catalinas rusas.
En el mismo tratado, también, incidió en que, en la historia de España, las mujeres no han sido, ni por asomo, ninguneadas ni degradadas intelectualmente, sino que aquellas que han sido condecoradas por sobresalir en el ámbito de las letras «formarían un libro abultado». Entre ellas, destacan, con letra historiada y broche de oro, Luisa Sigea, Francisca Nebrija, Beatriz Galindo, Isabel de Joya, Juliana Morrell, y Oliva de Sabuco, quien «fue inventora de un nuevo sistema en la Física».
Hay otro extracto del ensayo de Doña Josefa de Amar y Borbón que demuestra, con prodigiosa elocuencia, que las mujeres han restallado a lo largo de la historia en todos los entornos y culturas.
Santa Teresa de Jesús consiguió renovar, en pleno siglo XVI, algunas maneras enfocar la espiritualidad católica y la organización monacal
El citado fragmento reza así: «Cuando los lacedemonios se servían en sus acciones, del consejo de las mujeres, y nada ejecutaban sin consultarlas. Los atenienses, querían que en los asuntos que se proponían al Senado, diesen ellas su parecer, como si fueran sabios y prudentes senadores.
El voto de estos dos pueblos, tan recomendables por todas circunstancias, debería decidir el pleito a favor de las mujeres, y más habiendo ellas justificado en todo tiempo este concepto, pues casi todas las que han estado en precisión de mandar pueblos enteros lo han hecho con acierto: consúltense las historias generales, y particulares para ver si en igual número de Reyes, o de Reinas, que han regido estados, se hallan tantos héroes, como heroínas. Tratando de éstas, merece el primer lugar Débora, porque gobernó el pueblo de Israel, porción escogida de Dios, y que como tal, debe fundar opinión para todo.
Esta mujer pues, entra en el catálogo de los Jueces de Israel, se sentaba como ellos a administrar justicia y acaudillaba el ejército. Gemiamira, madre de Eliogabalo, concurría al Senado a dar su parecer por su prudencia y sabiduría».
Mujeres católicas de fe ardiente y fervorosa que han sido galardonadas con un premio nobel
Hay una serie de mujeres aventajadas, marcadas por su acendrada religiosidad católica, cuya floresta de méritos en beneficio de la humanidad ha sido de tal magnitud que han recibido un premio nobel como galardón.
Como no puede ser de otra manera, abro la lista y también, el telón, con Santa Teresa de Calcuta, quien fue condecorada con el Premio Nobel de la Paz en el año 1979, además, de ser premiada con el Bharat Ratna en 1980, la más alta distinción civil de la India.
A Santa Teresa de Calcuta, le sigue Doña Sigrid Undset, quien, a los 4 años de convertirse al catolicismo, fue ungida con el Premio Nobel de Literatura en 1928. Entre sus obras, destacan La zarza ardiente y Gymnadenia. Amén de dominar las letras con pasmosa soltura y resplandeciente excelencia, se caracterizó por su ardiente, combativa y estentórea oposición a los nazis, lo que le obligó a encontrar asilo en Estados Unidos hacia 1940 por instinto de supervivencia y porque el III Reich Alemán ocupó Noruega, su tierra natal.
Por fortuna, retornó a la Patria de la que es oriunda en 1945, y prosiguió brindando al mundo paradigmáticas muestras de pertinaz audacia, de brío y valor, esta vez, con unas obras en contra del «amor libre» (con tres títulos como La señora Marta Ulia, Jenny y Primavera) y otras –como Kristin Lavransdatter y Olav Audunssön- en las que reivindicó el amor divino frente a la cosmovisión mundana del mismo.
Sitúo como tercera en la lista a Doña Gesty Theresa Radnitz Cori, perteneciente a una familia judía de ascética y encumbrada religiosidad, natural de Praga, que se vio en la dolorosa tesitura de exiliarse a Estados Unidos a causa de la persecución nazi. Posteriormente, se convirtió al catolicismo y pasó a los renglones de la historia como la tercera mujer en el planeta y la primera en Norteamérica en incluir, en la vitrina de sus éxitos, el Premio Nobel de Ciencias, además de ser la número uno del mundo en recibir los nobeles de Fisiología y Medicina, por descubrir la conversión catalítica del glucógeno.
Otra mujer de armas tomar en el terreno intelectual es Doña Wangari Maathai, oriunda de Kenia, y conversa y convertida al catolicismo. Se licenció en Biología en la renombrada Universidad de Pittsburg, gracias a la ayuda económica otorgada por el Instituto Africano-Americano debido a su portentosa inteligencia. Fue la primera dama de África Oriental en obtener un doctorado, el cual fue cavilado, cocinado, granjeado y aprobado en la Escuela Universitaria de Nairobi, y versa sobre anatomía veterinaria.
Entrado el siglo XX, en 2003, fue designada ayudante del Ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales, prestigiosa ocupación que desempeño hasta las postrimerías de 2005. Un año antes, en 2004, le fue concedido el Premio Nobel de la Paz, constituyendo la primera creatura africana de sexo femenino y ambientalista en recibir parejo y tamaño galardón.
Otra señora de los pies a la cabeza fue Doña Toni Morrison, quien abrazó la Fe Católica en la fase declinante de su infancia, a los doce años de edad
Otra fémina todoterreno en el campo intelectual es Doña Gabriela Mistral, chilena de nacimiento. Fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1954, cónsul, representado a Chile, su nación natal, en numerosos destinos como Madrid, Lisboa, Nápoles, Los Ángeles y Brasil. Además de por sus méritos lingüísticos y académicos, se caracterizó por entregarse, con solicitud desinteresada y denodados esfuerzos, a mejorar notablemente el nivel educativo de los niños en Hispanoamérica y lo hizo con tal deferencia y ejemplaridad que dejó constancia en su testamento que la totalidad del dinero obtenido por la venta de sus libros fuese destinado a esta noble causa.
Otra señora de los pies a la cabeza fue Doña Toni Morrison, quien abrazó la Fe Católica en la fase declinante de su infancia y periodo gestante de su adolescencia, es decir, a los doce años de edad. Fue una devoradora insaciable de las obras de Tolstoi, fuente literaria e intelectual de la que bebió para forjar su pensamiento cristiano de rostro pacificador. Obtuvo la licenciatura en Literatura Inglesa en la renombrada Universidad de Howard, estudió un posgrado en la esclarecedora Universidad de Cornell, fue profesora en la celebérrima y prominente Universidad de Princeton, ungida con un Premio Pulitzer y laureada con el Premio Nobel de Literatura.
Otra mujer correcaminos en el plano intelectual fue Doña Betty Williams, católica irlandesa de ascendencia judía, que tuvo la rectitud de conciencia y coherencia suficientes como para dar esquinazo al IRA y confiar en mecanismos pacíficos que diesen una solución justa al enconado conflicto entre Irlanda e Inglaterra, labor que desempeñó de manera tan afanosa y con tal circunspección que fue entronizada con el Premio Nobel de la Paz, honorífica distinción que compartió con Doña Mairead Maguire, también, por cierto, católica practicante.
Hubo otras mujeres católicas de una inteligencia superlativa que se quedaron al límite de ser agasajadas con un premio nobel. Entre ellas, cabe mencionar a Doña Irene Sendler y a la española Concha Espina.
Mujeres no católicas, pero sí profundamente religiosas, que obtuvieron un premio nobel
La vitrina de premios nobel está copada, también, de mujeres profundamente religiosas que no profesaron la Fe Católica, personalidades como Pearl Buck, Emilene Greene Balch, Nelly Sachs, Rosalyn Yalow, Aung San Suu Kyi, Doris Lessing, Ada Yonath, Tawakkul Karman, Leymah Gbowee y Ellen Johnson-Sirleaf.
Santas que han tenido un papel fundamental en el seno de la Iglesia Católica
La profesora de Historia y experta en Bioética Doña Lucetta Scaraffia, y la periodista e historiadora Giulia Galeotti son autoras de un soberbio libro titulado La Iglesia de las Mujeres, en el que demuestran, con argumentos de una inmaculada pureza histórica y filosófica, cómo las mujeres católicas de una Fe en Dios abnegada y desmedida han tenido un papel fundamental en el seno de la Iglesia.
Giulia Galeotti pone como ejemplo la cosecha recibida de mujeres como Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, Santa Clara de Asís y Santa Teresa Eustochio Verzeri.
Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús consiguió renovar, en pleno siglo XVI, algunas maneras enfocar la espiritualidad católica y la organización monacal.
Verbigracia, Santa Clara de Asís logró que el Papa Gregorio XI hiciera remarcado hincapié en que los franciscanos y las clarisas vivieran la pobreza con una rectitud incólume, y de este modo, les revistiese de una protección canónica especial, en virtud de la cual no pudiesen ser «forzadas por nadie a recibir posesiones».
Santa Catalina de Siena, por su parte, fue capaz de posicionarse, en el siglo XIV, contra el cisma en la Iglesia y rogar al Papa, recluido en Aviñón, que retornase a Roma. La enfermedad que le sacudía en aquel entonces no fue suficiente para hacerle flaquear.
Santa Teresa Eustochio Verzeri fue la artífice de que, en la Italia del siglo XIX, sus congregaciones obtuviesen tanto la autonomía económica como una superiora general independiente de los hombres que centralizase dicha autonomía.