Me dirijo a ustedes en relación a la recién publicada noticia en su diario [ElDiario.es] referente a los cursos ilegales de curación de la homosexualidad en el obispado de Alcalá de Henares.
Lamento haber leído la crónica periodística de alguien que escribe con el ánimo de hacer daño a personas que actúan con bondad hacia aquellos que libremente reclaman una ayuda para las heridas emocionales que marcan su vida.
Tengo 30 años. Escribo estas líneas desde la experiencia de haber vivido el infierno de la mentira gay y de haber sentido también el amor de personas desinteresadas que desde la Iglesia me han hablado de una nueva forma de vivir, que me ha permitido conocerme mejor a mí mismo y por ello dirigir con equilibrio mi vida.
Crecí en el seno de una familia que siempre me ha querido, mis padres me educaron conforme a buenos valores, aunque desde bien pequeño he sido un chico muy sensible que no se ha tomado muy bien las observaciones de los demás. Este ensimismamiento me llevó más tarde en la adolescencia a sufrir el rechazo de mis compañeros de colegio. No me gustaba mi forma de expresarme o simplemente de estar. Me encerré en un muro para protegerme de lo que me pudieran decir, siendo el niño de la ventana que ve como los demás jugaban al fútbol mientras anhelaba ser como ellos.
«Empecé a envidiar de los demás chicos las cualidades que yo no tenía. Tanto me fijé en ello, que no encontré atractivo en el mundo femenino»
Sufrí también un acoso sexual por parte de un familiar que marcó posteriormente mi sexualidad de forma drástica. A partir de este hecho cambió mi forma de ver a la figura masculina. Sentí una proyección hacia los hombres que la arrastré con amargura durante toda mi juventud. Quería ser aquello que nunca pude ser, ser el hombre seguro de sí que decide por dónde ir, el fuerte que puede hacerse valer, el deportista que es reconocido por sus compañeros… Empecé a envidiar de los demás chicos las cualidades que yo no tenía. Tanto me fijé en ello, que no encontré atractivo en el mundo femenino. Eroticé la atracción hacia esos chicos y me proyecté sobre ellos. No pude dejar de fijarme… No me sentí nunca orgulloso de eso ni busqué refugio en el ambiente gay, porque no me sentía parte de él…
Mucho más tarde, después de haber intentado tener una relación con una chica que resultó en fracaso por mi falta de atracción, pasé como he dicho por una época de desierto, amargura, depresiva… en la que dejaba pasar el tiempo sin otro objetivo que el de quedarme quieto y no mover ficha a mi alrededor… Hasta que llegó el momento y el lugar en el que me vi envuelto por la tentación de probar la vida gay de la que nunca me había sentido parte. Fue una época en la que perdí todo respeto hacia la persona, considerándola como un medio para alcanzar mi propio placer y un medio para satisfacer mis apetencias. Fue una caída al vacío del sinsentido. Fue una época en la que corté todos los lazos que me unían hacia mis seres queridos, mi familia, mis amigos…
Y en este momento, en este periodo de bajeza… Me encontré con aquellas personas a las que su artículo ha menospreciado. Me encontré con personas que sabían por lo que yo había pasado, que entendían mi sufrimiento y que desinteresadamente me ofrecieron su apoyo si yo lo aceptaba.
Libremente y a título personal, empecé un camino en el que actualmente me encuentro. Un camino dentro de la Iglesia Católica del que forma parte el obispado de Alcalá y que como digo, he decidido en mi libertad formar parte. En este camino se me ha cuidado y se me han vuelto a hacer conscientes aquellos valores en los que fui educado y perdí por las circunstancias de mi vida. He podido experimentar volver a ver al prójimo como la persona que es con la dignidad que ello implica y he podido acercarme a mis seres queridos de una forma nueva y más intensa, reconstruyendo los lazos que había roto la mentira y pudiendo ser libre.
Estamos hechos para amar y ser amados. Para poder hacer lo primero necesito previamente sentir lo segundo… Y es precisamente esto lo que me está enseñando la Iglesia en este camino. Les pido que actúen con la misma responsabilidad y respeto con el que fue tratado el periodista que acudió a hablar al obispado de Alcalá. Vivan y dejen vivir.
Reciban un cordial saludo, un joven.
Antón, 30 años.
* Testimonio recogido por Es posible la Esperanza en apoyo del obispo de Alcalá de Henares, monseñor Juan Antonio Reig Pla, que mantiene un servicio de acompañamiento a personas con Proyección hacia personas del Mismo Sexo (PMS).
Comentarios
Comentarios