Tengo 29 años y soy español.
Mi padre siempre ha sido un hombre ocupado, sacando la familia adelante con mucho trabajo fuera de casa ya que somos muchos hermanos. Mi madre ha tenido periodos de trabajo fuera de casa y otros de trabajo en casa criando y llevando las labores de casa. La cultura económica en la que vivimos y la situación familiar que teníamos en casa obligaba a mi padre a pasar demasiado tiempo trabajando.
Yo era un niño bastante sensible, me llamaba la atención actividades más finas y menos rudas que otros amigos y necesitaba más atención de mis padres que el promedio de un niño. Mi padre ha sido bastante desconocido para mí durante mi infancia. No conocí su ternura, su cercanía, su abrazo, al menos no ha quedado en mi memoria.
Lo cierto es que a mi padre lo he conocido ahora, de mayor, y he descubierto que hay episodios de mi vida que me han alejado de él. Hoy en día la relación con mi padre ha mejorado bastante y he descubierto en él esos aspectos que antes no conocía.
«Cuando era niño, fui abusado por un chico tres años mayor que yo. Esto se dio en muchas ocasiones»
Como he dicho, por mi sensibilidad, evitaba ciertas actividades con otros niños, como puede ser el fútbol u otras formas de socializar muy extendidas entre los varones, en general los deportes. Eso me hizo sentir un poco alejado del mundo masculino, aunque no en el mundo femenino, pues, aunque «marginado» yo sabía que mi mundo era el masculino. Esto unido a la historia con mi padre crea en mí una sed de masculinidad.
Tengo claro que soy un varón, pero mi interior me dice que necesito completar mi masculinidad. Cuando era niño, fui abusado por un chico tres años mayor que yo. Esto se dio en muchas ocasiones, y no recuerdo la edad, pero puede ser entre los 7 y los 10 años. Yo me consideraba cómplice de aquello porque este chico me llevaba a escondidas y me decía que no se lo contara a nadie. Nunca antes recuerdo haber sido estimulado sexualmente.
Dentro de mí sabía que esto estaba muy mal y no debía saberlo nadie, y además me hacía sentir doblemente avergonzado: por el abuso y por la complicidad ante la excitación (aunque inocente).
Cuando acabó todo, en la adolescencia empecé a erotizar lo masculino y a ver pornografía gay. Con 14 o 15 años empecé a frecuentar los chats y a buscar cibersexo (masturbación con webcam). Pronto, con 16 años, contacté con un hombre de casi 30 años y me convenció de quedar en su piso discretamente. Salí hecho polvo, destrozado, deprimido. Pero a los meses quise repetir.
Con el tiempo he descubierto que siempre he querido reproducir aquello que me hicieron de niño cuando abusaban de mí y aquello que posteriormente vi en la pornografía. La pornografía me envenenó.
Con el paso de los años he tenido periodos de todo tipo: años en los que no he tenido o apenas he tenido contactos sexuales y años en los que he quedado con numerosos hombres (en casas, aseos públicos o en la misma calle).
He llegado hasta el punto de contagiarme de la sífilis, ladillas y gonorrea y caí en una grave depresión. Os aseguro que he encontrado el infierno. Y no tiene que venir ningún cura ni nadie a contármelo, lo he vivido yo. Si me ha pasado todo esto no es porque esté desinformado, abducido, o porque no me hayan dado educación sexual. Todo lo contrario.
Me ha pasado esto porque este descontrol de mis impulsos, condicionados por unas heridas concretas, es muy visceral cuando se da y no atiende a ciertos razonamientos.
Atajar un comportamiento como este precisa de un acompañamiento, porque entrar sólo en el interior de uno mismo es imposible. Pero no es necesariamente un acompañamiento psicológico (al menos en mi caso), sino varios acompañamientos: espiritual, médico, comunitario…
«Hay que denunciar esta inmoralidad y proponer itinerarios de maduración integral a tantos heridos que no tienen dónde acudir»
Todo esto que os cuento siempre ha sido para mí una doble vida. He llevado una vida que se entiende como hipócrita. Yo en realidad siempre he sido un chico normal de cara a la galería, siempre apoyándome en mis creencias cristianas, gracias a lo cual no he hecho cosas peores de las que he hecho.
No sé qué sería hoy de mí si no fuera por la Iglesia. Cuando atacáis a la Iglesia, me siento atacado yo, porque yo soy parte de ella. Ella es mi madre. En la Iglesia se me acoge, se me acompaña y se me enseña. Yo soy libre de rechazar todo esto cuando quiera. Y cuando lo he hecho, hasta ahora, la Iglesia nunca me ha cerrado sus puertas, todo lo contrario. Yo no tengo terapeuta, ni he tenido, ni estoy haciendo terapia, ni he hecho nunca terapia de ningún tipo. He tenido un acompañamiento en la sanación de mis heridas. Y nunca me han cobrado por ello.
Urge que los obispos sean valientes y denuncien este ataque organizado que se está dando contra la libertad y la dignidad de la persona. No podemos estar callados ante tiranos que pretenden señalarnos y sancionarnos por hacer una elección de vida totalmente lícita. Hay que denunciar esta inmoralidad y proponer itinerarios de maduración integral a tantos heridos que no tienen dónde acudir.
«No hay ley en el mundo que impida esta decisión vital que he tomado libre y responsablemente»
Dios ha provisto un camino para heridos como yo, un itinerario de maduración integral. Un hogar de encuentro donde se vive intensamente la catolicidad de la Iglesia, en comunión y solidaridad. Rostros
con nombres concretos, personas llamadas por Jesucristo al apostolado de la esperanza. Gracias a esto, estoy haciendo un descubrimiento hermoso de mis heridas, siempre de la mano del Señor (sirviéndose de personas concretas). Por Cristo, con Él y en Él. Así como sus llagas transfiguradas son manantial de gracia y salvación, nuestras heridas sanadas y redimidas serán fuente de esperanza para los heridos del mundo. No hay ley en el mundo que impida esta decisión vital que he tomado libre y responsablemente. Yo soy feliz así, quisiera que no se me juzgue por ello y no persigan mi decisión.
Fdo: Dimas.
* Testimonio recogido por Es posible la Esperanza en apoyo del obispo de Alcalá de Henares, monseñor Juan Antonio Reig Pla, que mantiene un servicio de acompañamiento a personas con Proyección hacia personas del Mismo Sexo (PMS).
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