La vicepresidenta y ministra de Presidencia e Igualdad Carmen Calvo (egabrense de nación, que no caprina -aclaración para los afectados de la ESO-) tiene algunas ideas buenas, no se crean. Por ejemplo, su oposición a los vientres de alquiler es sin duda algo de lo que conviene congratularse y en eso, me parece que hemos ganado con el cambio de vicepresidenta. Pero si no es así, tampoco es trascendente.
Pero el hecho es que, quien se mostrara contrariada con el latinajo dixit, argumentara que «el dinero público no es de nadie» y se enamorara de su escolta, quiere que el código Penal incida aún más en la violación de la presunción de inocencia de los varones.
Un principio jurídico básico en una democracia que, bueno es recordarlo, fue expulsado de nuestrao ordenamiento jurídico en la nefasta Ley Integral de Medidas Contra la Violencia de Género, ese cuerno de la abundancia sin fin para los lobbies de la ideología de género.
La propuesta es conocida: imponer el consentimiento explícito para el mantenimiento de relaciones sexuales. ¿En general? No, claro. Sólo las heterosexuales, las de toda la vida -me atreveré a decir las naturales- que son las que hay que poner bajo sospecha. Todas las demás, barra libre y ni consentimiento explícito ni…
Claro, que Calvo está en contra del amor romántico. Desconocemos, por suerte, los detalles de la historia de la Whitney Houston de La Moncloa. Una postura que, además como exministra de Cultura odiadora de los «anglicanismos», es un desastre. ¡Cuántas páginas de la literatura, de la escultura, de la épica, de la música y del arte en general arrancadas de una institución heteropatriarcal como el amor romántico!
«La cosa llama a chanza, por esperpéntica, pero es mucho más seria. Si se ponen una detrás de otra las implicaciones, se cortan el café y las ganas. Pero es que además no es nada original»
Y todo el mundo sabe que lo normal es que el notario lleve la cuenta de los ‘síes’ y los ‘noes’ emitidos por las féminas pretendidas para el juego carnal por varones heterosexuales. Obvio, ¿no?
Este es el texto de uno de los muchos modelos de ‘contrato sexual’ que circulan en las últimas horas de mano en mano como la farsa monea.
La abajo firmante, Remigia García García, mayor de edad y en pleno uso de sus facultades físicas y volitivas, y después de una romántica cena pagada por mi novio Torcuato Fernández Díaz, también mayor de edad y con sus facultades físicas, volitivas y emocionales a punto de explotar y tras unos cuantos gintonics, besos y mutuos toqueteos en partes visibles y no visibles del cuerpo, DECLARO que llegados a esta hora de la noche (3:30 am del 10-7-18) y ya en el domicilio del susodicho D. Torcuato Fernández Díaz y por orden expresa del Gobierno de España y por boca de la Excma. vicepresidenta y ministra de Igualdad, que tengo a bien y doy mi expreso consentimiento (un «sí») para que D. Torcuato Fernández Díaz, cumpla su intención de hacerme ver las estrellas y pueda rellenar aquellos orificios de mi cuerpo que crea menester sin atentar contra los principios de igualdad de género o molestar con acción alguna a los colectivos LGHT, HIJK, LMNÑ, OPKRS, o cualquier otro.
Otros prefieren que se rellene un modelo de formulario -se entiende que, como en toda la burocracia española ha de hacerse con letra ‘de molde’ o en mayúsculas- pleno de opciones. El que me ha llegado es el titulado «Modelo de Consentimiento de Relaciones Sexuales. Categoría heterosexual» que incluye la posibilidad de consignar hasta 15 modalidades diferentes de relación, lugares públicos o privados donde cumplir con el contrato, especificación del tiempo (supongo, estimado) y otras especificaciones sobre el empleo de utensilios sexuales, la obligación del uso de anticonceptivos, el permiso para la toma de documentos audiovisuales para uso personal o el reconocimiento de ingesta de alcohol u «otras sustancias».
La cosa llama a chanza, por esperpéntica, pero es mucho más seria. Si se ponen una detrás de otra las implicaciones, se cortan el café y las ganas. Pero es que además no es nada original.
Además de que hace seis meses que en Suecia ya se trabaja en una ley sobre el particular, también existe una aplicación en España llamada iSex, diseñada precisamente para certificar el consentimiento sexual.
Y no, no se crean que la lanzaron unas aguerridas feministas que se adelantaron al Gobierno del cambio. No. Lo hicieron hombres hartos de ver cómo abogados sin escrúpulos y mucho afán recaudatorio a cuenta de los presupuestos del Estado, azuzan a las mujeres en procesos de ruptura matrimonial para que denuncien supuestos acosos y abusos indemostrables -pero más que suficientes en los ‘juzgados de género’- para obtener mayores beneficios económicos e inhabilitar judicialmente a los padres para la custodia compartida de los hijos, el mayor botín.
Tal vez Carmen Calvo no ha caído en ello. Y cuando lo hagan los abogados de género irán raudos a protestar porque se les acaba el chollo. O tal vez sí había caído, y por eso ya ha anunciado que 200 millones de euros para la implantación del llamado Plan contra la Violencia de Género es insuficiente.
Menos mal que es una idea inaplicable. Aunque uno imagine la escenita:
– Cariño, ¿te duele la cabeza?
– No. Firma aquí.
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