Cruda realidad / Alain Delon nos presenta a su última pasión, María

    El actor de Visconti y Melville, el guaperas del cine francés, el Don Juan insaciable se ha pronunciado, ya octogenario, contra la adopción por parte de los LGTB y lo políticamente correcto. E invoca (¡Mon Dieu!) a la Virgen. Sí, sí, el mismísimo Delon.

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    Las estrellas del cine francés Alain Delot y Brigitte Bardot
    Las estrellas del cine francés Alain Delot y Brigitte Bardot

    «Mi pasión es María. Le hablo, le digo cosas, le pregunto cosas. Ella me da consuelo, me aporta una compañía que no tengo, está siempre ahí».

    Quien habla es el octogenario -y guapo para aburrir- actor francés Alain Delon. Y de quien habla no es de un nuevo amor, de esos que siempre tienen a su alcance las celebridades por añosas que estén, sino de uno muy antiguo: la Virgen María.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Recuerdo una conversación que mantuve años ha con un sabio profesor sobre la descristianización de Europa, de Occidente. Le citaba cifras desoladoras de abandono de seminarios, descenso de la nupcialidad, apostasías e iglesias vacías.

    Su respuesta fue: «La cifra importante no es la gente que se considera cristiana o practica con veinte años, sino la que muere cristiana».

    Lo entendí -lo entiendo- como una simplificación, pero una simplificación acertada: uno tiene a veces que dar muchos tumbos para volver, en la edad, madura, a las sendas en las que se ha asentado nuestra civilización.

    Somos poca cosa, fáciles de aturdir por las modas y el ruido del siglo, de atrapar por tendencias del momento y seducir por las ideas a la última, especialmente cuando complacen nuestro ego o van en línea con nuestros instintos.

    Delon es el ejemplo de ese «tenerlo todo» que obsesiona a las generaciones que apenas han sufrido estrecheces: riqueza, fama, las mujeres más hermosas.

    Pero el caso de Delon es paradigmático de nuestro tiempo. Es el ejemplo de ese «tenerlo todo» que obsesiona a las generaciones occidentales que apenas han sufrido estrecheces o guerras: belleza, riqueza, fama, las mujeres más hermosas.

    Acercándose al final, sin embargo, no parece exactamente una persona feliz: «Detesto el mundo en el que vivimos. Todo es mentira y falso. Ya no hay respeto. No se cumple la palabra dada. Sólo cuenta el dinero», declara a Paris Match.

    Sin embargo, Delon tiene donde volver. En su mansión se ha hecho construir una capilla. Esa es la esperanza a la que, en medio de una vida torbellino, una vida de vino y rosas, romances sucesivos y apasionados, puede encontrar sentido y un bálsamo para su amargura.

    Es lo que llamamos «raíces cristianas de Europa», algo de lo que uno puede permitirse el lujo de olvidar porque el regreso está siempre ahí.

    Por eso temo el destino de generaciones, muchos de cuyos miembros será probablemente más virtuosos que Delon y casi todos menos exitosos que él, que no tendrán a donde volver cuando se asiente la amargura y la soledad se convierta en una carga insoportable.

    Imaginen por un momento ese destino, el que inevitablemente nos llegará a quienes no muramos antes. No es solo la soledad de vivir solo, una opción que está eligiendo, sin medir sus consecuencias, cada vez más gente.

    Es la soledad de no entender, porque cada nueva generación trae inevitablemente modos nuevos, innovaciones tecnológicas, ideológicas y culturales que para los mayores suponen vivir en un mundo extraño, hostil, incomprensible.

    La perspectiva es, quizá, la inyección letal, a solas o rodeado de deudos deseos de conseguir el cuarto del abuelo y acabar con sus gastos. O el infarto o el cáncer, pero, en cualquier caso, lo que me aterra, es que no tendrán donde volver, no habrá ese recuerdo de la Europa que aún puede evocar Delon, a la que pueden volver tantos de mis compatriotas de cierta edad, pero quizá no los que nazcan ahora.

    Alain Delon odia el tiempo que le ha tocado vivir en sus últimos años. Conoció otro, precisamente cuando se gestaba el nuestro en ese esperpéntico Mayo del 68 en el que los obreros, como hizo notar inteligentemente ese comunista que fue Passolini, estaban todos en el lado de la policía.

    Delon es de derechas. Muy, muy de derechas, aunque las más ofensivas de sus opiniones de hoy las compartía la izquierda cuando él mismo era joven.

    Su trayectoria recuerda a la de otra gloriosa octogenaria, Brigitte Bardot, condenada por ‘islamofobia’, exactamente por decir lo que todo el mundo tiene delante de sus narices.

    En ese sentido, su trayectoria recuerda a la de otra gloriosa octogenaria, Brigitte Bardot, condenada una y otra vez por ese delito novísimo y a la moda, ‘islamofobia’, exactamente por decir lo que todo el mundo tiene delante de sus narices.

    Mis padres no tenían nada que ver con Alain Delon o Brigitte Bardot, pero, en otro sentido, Delon y Bardot son ‘padres’ de mi generación.

    Fue la suya la que agitó los demonios que han convertido su vejez en una experiencia amarga y de oposición radical, la que ha engendrado un mundo que quizá no tenga el consuelo que encuentra Delon en sus años de ocaso, el recuerdo de una vieja Europa asentada sobre los pilares de la religión, que no tendrán las nuevas generaciones.

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