Un juez británico no solo ha dado su bendición jurídica a unos padres adoptivos que llevan a su hijo de 4 años vestido de niña al colegio, sino que les ha elogiado por extenso calificándoles de “buenos padres”.
Yo ya renuncio. No tiene nada que ver con nada; quiero decir, hay un especial regocijo por hacer el mal, por destruir el futuro de las criaturas más inocentes, por deformarles irremediablemente, con el aplauso entusiasta de nuestras élites, desde medios hasta jueces, pasando por políticos y ‘celebrities’. Si no, no se entiende.
Ustedes pensarán: bueno, Candela, es normal que estés en contra, tú no crees que existan ‘hombres con vagina’ o ‘mujeres con pene’, es natural que te opongas a estas decisiones. Pero no, de verdad, no es eso.
Imaginen que sí creo en ello. Imaginen que pienso que en un reducido número de casos, los diagnosticados con disforia de género antes de que se pusiera de moda, hay hombres que han nacido en un cuerpo de mujer y mujeres que han nacido en un cuerpo de hombre. Dejen de lado la interesante pregunta de qué es ser “mujer” u “hombre” si no es su cuerpo, empeñado en esos empecinados cromosomas XX o XY, y concluyamos que fuera partidaria de que, en esos casos, convendría más al paciente obtener de la ley el reconocimiento del sexo escogido para evitar males mayores.
No hace falta que me digan que no es así: lo sé. Pero pretendamos que es así, ad experimentum. Pues bien, aun pensando así, esto que estamos viviendo seguiría siendo un disparate, una fiebre, una locura y, en casos como el que he puesto de ejemplo, un caso de libro de abuso infantil.
El matrimonio de adopción “había actuado de modo precipitado en relación a la disforia de género percibida” según los servicios sociales
Porque al que asó la manteca se le ocurre que el sexo es cualquier cosa menos trivial en la vida de una persona. Y no me refiero a la actividad -que también-, sino a la identidad. Y pensar que un niño de cuatro años -¡de cuatro años!- puede tener una ligerísima idea de lo que supone ser hombre o mujer es sencillamente aberrante.
A ver: no les dejamos votar, conducir, fumar, comprar alcohol o ir a la cárcel hasta los 18. Si un niño de, digamos, 12 años quema mi casa o me rompe los cristales de mi ventana, pagan sus padres, no él. ¿Cómo, entonces, podemos dejar que decida en lo transcendental, en lo que va a condicionar el resto de su existencia y que no tiene modo de conocer ni calibrar, cuando tenemos el suficiente sentido común de considerarle irresponsable en cuestiones mucho más triviales?
Pongamos nombres y detalles. Se trata del juez David Williams, del Tribunal Real de Justicia de Westminster, quien ha decretado que no se aparte al niño de sus padres adoptivos, esos ‘buenos padres’, contra el criterio del consejo de Lancashire y los servicios sociales del condado inglés, que alegaban que la pareja “había actuado de modo precipitado en relación a la disforia de género percibida”, cuenta el Daily Mail. Y tan precipitadamente. Los expertos recuerdan que entre el 80% y el 90% de los niños con impulsos de identificación con el sexo contrario al biológico los pierden espontáneamente y sin necesidad de tratamiento algo al pasar la pubertad. Imaginen el caso de un niño de 4 años.
Según los expertos de los servicios sociales cuyo dictamen el juez Williams ignoró alegremente, los padres “animaron activamente” al niño a identificarse como niña. Y esto, que en cualquier tierra de garbanzos se consideraría hasta ayer un caso monstruoso de maltrato infantil, es lo que su señoría considera “ser buenos padres”.
Naturalmente, los expertos en disforia de género, es decir, los mismos que están haciendo su agosto con esta moda que acabará pasándonos una factua atroz como sociedad, testificaron a favor de convertir al niño en una niña. Porque, claro, no estarán allí cuando el niño crezca y se enfrente a la realidad de su condición, quizá enganchado para siempre a un costoso tratamiento hormonal y quién sabe si tras haberse sometido a las mutilaciones de rigor.
Eso es lo que tiene de genuinamente diabólica esta locura progresista. No se detiene nunca en lo que, al menos con sus premisas, podríamos llamar en algún sentido razonable. No importa que empiecen con un caso extremo y lacrimógeno, con un transexual que lleve toda una vida identificándose con el sexo contrario de modo consistente; acaban en esto, en el capricho de unos padres irresponsables que toman decisiones que afectarán a toda la vida de su progenie, adoptiva o no. Es tan moderno, ¿verdad? Tan abierto, tan progresista. Seguro que los Jones se mueren de envidia.
Lo pagaremos caro, ya lo tengo dicho, y, aunque ese sea un magro consuelo, también muchos de estos padres y expertos se encontrarán en el futuro con unas demandas de indemnización por daños morales que va a temblar el misterio.
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