– Pues mi perro es un pastor alemán…
– ¿Perdón? ¿Ha dicho SU perro? Querrá decir, el perro que vive con usted
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraNo, no es un diálogo descartado por Gila, sino uno real, online, en una red social de cuyo nombre no quiero acordarme y que parafraseo aquí a cuento de la última novedad en ‘ampliación de derechos’, ese juego inacabable en pos del absurdo que parece tener como objeto último la difuminación de cualquier diferencia, hasta de las más lógicas.
Pues sucede que está por votarse la modificación del actual régimen jurídico de los animales en el Código Civil, la ley hipotecaria y la Ley de Enjuiciamiento Civil.
Ya no serán meramente mascotas, sino seres a medio camino con los humanos (todo se andará, paciencia), sobre los que los jueces, en caso de divorcio, deberá decidir custodia y derechos de visitas.
Empecemos por lo primero: tengo perro, sé bien lo que se puede llegar a querer a estos bichos tan ‘humanizados’
Empecemos por lo primero: tengo perro, sé bien lo que se puede llegar a querer a estos bichos tan ‘humanizados’ después de una convivencias de más de quince mil años, que les ha convertido en una especie muy distinta a la que fuera en naturaleza. Tiendo a juzgar a las personas por cómo tratan a los animales y no me cabe duda de que maltratarlos es indicio de una mente desequilbrada y sádica.
Pero, caramba, es un perro.
Aunque se ajusta perfectamente a nuestros tiempos, por dos razones.
La primera, menor, es que el feminismo y la revolución sexual han condenado a una proporción nunca vista de la sociedad a la soledad, sobre todo a partir de esa edad en lo que podemos ofrecer a cambio de compañía se devalúa y desaparece.
El sexo sin compromiso puede sonar atrayente cuando uno está en posición de quedarse con la parte buena, no cuando tiene que sufrir la mala, la soledad y la consciencia de que una (o uno) no será nunca amada incondicionalmente.
Y así tenemos parejas sin hijos y mujeres y hombres solos al final de su vida. Los primeros hacen de sus mascotas -perros o gatos- el sucedáneo de los hijos que se niegan a tener, y es inevitable que les atribuyan muchos de los sentimientos que se esperan de los hijos y les dedican parecidas atenciones.
El mercado responde, aun antes que la ley, y apenas es posible imaginar un producto o servicio que no esté a disposición de la mascota, desde psiquiatras cuando andan deprimidos hasta comida ‘gourmet’ por la que mataría un somalí, pasando por hoteles cuando los ‘padres’ viajan .
En redes, sus dueños -que NUNCA se llaman a sí mismos así- se dirigen a ellos como «mis hijitos», «mis pequeños» y hasta celebran sus cumpleaños y les dedican sentidísimos lutos cuando fallecen.
Mayor es aún la vinculación sentimental, la humanización, cuando no suplen solo hijos, sino toda compañía.
Pero si esto es reflejo de una realidad desoladora y decadente, de la fría y desabrida resaca de aquella riente borrachera del 68, la segunda razón del avance en ‘derechos’ de los animales es mucho más siniestra y peligrosa.
El objetivo parece ser difuminar las distinciones: entre hombre y mujer, entre familiares y extraños, entre compatriotas y extranjeros y, ahora, entre el ser humano y las demás especies.
Es como si la revolución que se gesta desde hace décadas, una revolución que se ha hecho permanente, institucional, abandonara toda pretensión de ser meramente política y se revelase teológica, ontológica.
Como una rebelión contra la realidad más que contra un régimen político concreto.
El Proyecto Gran Simio, el espectacular voto a los animalistas, la indignación por el destino del perro Excalibur cuando estábamos temiendo una pandemia: todo va en una misma dirección
De hecho, la propia izquierda ha puesto sordina en sus reivindicaciones tradicionales, ya ni se menciona más que de pasada, si eso, la conveniencia de nacionalizar y de la socialización de los medios de producción no habla nadie, imagino que por miedo a que les dé la risa floja.
El Proyecto Gran Simio, ¿recuerdan?, el espectacular voto a los animalistas, la indignación universal por el destino del perro Excalibur cuando estábamos temiendo una horrible pandemia: todo va en una misma dirección, la de igualar a los animales con nosotros, que no deja de ser igualarnos nosotros a los animales.