Los nuevos errores son, más que ninguna otra cosa, olvido de lo que siempre se ha sabido. Cosas tan sencillas, por ejemplo, como que todo lo que se premia se multiplica.
En estas páginas hemos intentado en más de una ocasión llamar la atención sobre el absurdo que significan las leyes de género, no ya por la imposibilidad biológica y ontológica del ‘cambio de sexo’, sino porque cualquier norma que cambie la identidad de una persona en algo tan importante sin exigir prueba alguna, basándose en la mera declaración del sujeto, acaba por convertirse en una fuente de fraude.
Recuerdo, en concreto, un artículo muy ingenioso en Actuall que rizaba el rizo con el caso de un varón que, sin cambiar absolutamente nada, cambiaba legalmente su sexo para beneficiarse de determinadas ventajas que a menudo otorga la ley.
La respuesta habitual era: ¡Qué absurdo! ¿Quién va a hacer eso? Ya saben: no hay denuncias falsas de violencia de género, aunque todos sabemos que hay abogados de familia poco escrupulosos que rutinariamente aconsejan la denuncia cuando el marido se pone ‘poco cooperativo’ en caso de divorcio. Pero eso, ay, no lo podemos probar.
Más obvio es el caso de ‘esas’ atletas, luchadoras, boxeadoras, velocistas o levantadoras de pesas, que hasta ayer eran deportistas varones de segunda categoría y, oh milagro, descubren repentinamente su lado femenino -por lo común, invisible para los demás- y arrasan en su categoría.
«Sergia vive en pareja con una mujer, ha estado casado, tiene dos hijos y absolutamente nada en su aspecto sugiere eso que el opresor heteropatriarcado identifica como rasgos femeninos»
Y hoy la actualidad nos trae el caso de ‘una argentina’, Sergia Lazarovich, que ha descubierto su nueva identidad sexual con 59 años, después de una vida como Sergio en la que nadie, ni su ex mujer, ni sus hijos ni sus mejores amigos sospecharan sus escondidas ansias.
Sergia vive en pareja con una mujer, ha estado casado, tiene dos hijos y absolutamente nada en su aspecto sugiere eso que el opresor heteropatriarcado identifica como rasgos femeninos. Pero ahora, sin más cambios, ha logrado que el registro civil argentino reconozca, como refleja su documento de identidad, que es mujer.
Y, al tener 59 años, en unos meses podrá jubilarse, cinco años antes que si fuera Sergio, de acuerdo con la legislación argentina.
Sus compañeros lo consideran un farsante, no sin indicios; dicen que siempre ha sido un tipo completamente masculino y que es altamente sospechoso, por decir lo menos, que se dé cuenta de su nueva identidad justo cuando puede ahorrarse cinco años de trabajo.
«En puridad, ni siquiera tendría que cambiar su nombre a Sergia, porque no hay ni puede haber ley que impida a una mujer llamarse ‘Sergio’ o Paco»
Pero no hay nada que hacer. ‘Sergia’ ha dicho que es su voluntad, que nació mujer y -lo más importante- que no tiene que dar explicaciones a nadie.
Porque ahí está el quid de todo esto: que es la declaración del individuo la que decide, sin apelación posible, cuál es su sexo. No tiene que operarse, ni hormonarse, ni separarse de la mujer con la que vive y hacer una vida totalmente… ¿homosexual? ¿heterosexual? Bueno, ya me entienden: no tiene ni que afeitarse a la barba (aunque, por si las moscas, lo ha hecho).
En puridad, ni siquiera tendría que cambiar su nombre a Sergia, porque no hay ni puede haber ley que impida a una mujer llamarse ‘Sergio’ o Paco.
Lo curioso es que el feminismo progresista (en mi opinión, una redundancia, pero no insistiré) se ha apuntado a esta farsa con entusiasmo o, al menos, con un decoroso disimulo, sin darse cuenta de que esto destruye por completo sus premisas. ¿Cómo seguir hablando de ‘la lucha de la mujer’ cuando cualquiera puede serlo con solo decirlo? ¿Qué extraña clase de opresión es esta en la que el oprimido puede optar en cualquier momento por convertirse en opresor, y viceversa, con una mera declaración en el registro?
Algunas feministas, gurús curtidas en estas lides, ya de alguna edad, como Germaine Greer, sí se han dado cuenta de la estafa y han dado la voz de alarma… solo para ver cómo sus antiguos aliados y aliadas se echaban sobre ella y le llamaban de todo menos bonita.
Porque, ay, el feminismo no tiene nada que ver específicamente con la mujer; en el feminismo, la mujer es un instrumento, como suele serlo el medio ambiente con los grupos ecologistas al uso: lo único relevante es el avance de la izquierda, que ahora es una colección de tribus a menudo incompatibles, unidas solo por su odio a las estructuras de la civilización.
Los ‘Sergios/Sergias’ de este mundo, lo verán, van a multiplicarse como setas si no se para esta locura. Ahora es todavía una novedad y las generaciones de cierta edad sentirán reparo, pero sobre todo las que nazcan con esta farsa consolidada le verán las ventajas al truco y habrá entonces que esperar a que el niño grite que el rey está desnudo.
Y que no es una reina.
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