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Cruda realidad / Diversidad es que todos pensemos igual

Manuela Carmena y el orgullo gay de Madrid

Manuela Carmena y el orgullo gay de Madrid

Leo en Actuall que el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades ha lanzado una alerta por el alto riesgo de los asistentes al «Gay Pride de contraer enfermedades de transmisión sexual», y desespero de poder expresar en la libertad que supuestamente me garantiza la Constitución lo que debería decir de este penoso asunto.

Leo las cifras sobre la esperanza de vida de los homosexuales activos, pienso en su actual glorificación y miro el letrero que ocupa la mitad de mi cajetilla de tabaco: «Fumar Mata».

Porque la inversión de valores no es solo real: es la ortodoxia en Occidente y, si por la ONU fuera, del mundo entero.

África abunda en regímenes de dudosa probidad y escaso respeto a los derechos humanos, pero solo su actitud hostil con la homosexualidad ha merecido las más acerbas críticas en su día del presidente americano Obama, junto a la amenaza de cortar las ayudas al desarrollo de aquellos países que no aprueben leyes favorables al lobby LGTB.

Otro tanto en Rusia, cuyo mayor delito es prohibir que el ‘lobby rosa’ pueda hacer propaganda con los ninos, algo que aquí es prioridad del estamento educativo.

Y a Polonia ya se le ha advertido que, o abre la mano en sus restrictivas leyes sobre el aborto o podría ser expulsada de la Unión Europea.

El Estado no es laico; el Estado tiene su propia religión, sus propios dogmas, y la cabalgata del Día del Orgullo Gay es su procesión

Los tan mentados ‘valores europeos’ parecen ser incompatibles con el derecho que permite cualquier otro derecho, el esencial derecho a la vida, quién iba a decirlo, un Continente cuya gloria y prosperidad se enraizan en el cristianismo.

«¡Mal, sé tú mi bien!», entonaba el siniestro satanista Alistair Crowley, y nuestros amos parecen habérselo tomado al pie de la letra.

De las centenarias procesiones de Semana Santa puede decirse, sin riesgo, lo peor, y se debate incluso la posibilidad de prohibirlas, porque, dicen, atentan contra la laicidad del Estado.

Pero, nos hemos cansado de repetirlo, el Estado no es laico; el Estado tiene su propia religión, sus propios dogmas, y la cabalgata del Día del Orgullo Gay es su procesión, uno de sus ritos principales, contra el que nadie osa oponerse.

Actuall hace un magnífico trabajo repitiendo datos que muestran a las claras que, en el mejor de los casos, el estilo de vida gay, vista sus consecuencias más probables y frecuentes, quizá no sea el ideal que promocionar entre nuestros impresionables escolares, tan sensibles a modas y tendencias.

Pero lo hacemos, es la ley, en una pulsión de muerte que parece dominar nuestra civilización. La policía del pensamiento se ocupa de que la neutralidad sea imposible: sométete o sufre las consecuencias.

Los hechos son irrelevantes, las estadísticas son odio y la ciencia calla -los científicos callan- porque todo el mundo sabe qué conclusiones son inexpresables mientras uno quiera vivir tranquilo, prosperar en su trabajo, tener financiación para sus investigaciones, no caer en el ostracismo social y profesional.

Todo tiene que ajustarse, todo tiene que someterse, porque la tan cacareada ‘diversidad’ es solo una contraseña para permitir la sustitución cultural y demográfica.

Nada hay menos diverso que lo que se nos impone, haciendo idénticos en lo que importa al norte y al sur, al este y al oeste, de modo que uno pueda escuchar idénticas vacuidades políticamente correctas en Berlín o en Lisboa, en Nápoles o en Dublín.

‘Diversidad’ es la consignan orwelliana con la que nos venden la más desoladora homogeneización.

Irlanda, ese bastión católico, va a unirse a la religión universal centrada en torno al rito común de matar a nuestros hijos antes de que nazcan, es decir, va a permitir el aborto.

También leo que los irlandeses están dejando de beber, y no puedo dejar de encontrar cierta relación entre ambas cosas. Beber es malo para el cuerpo, lo otro es malo para el alma. No hay duda de lo que elige nuestro siglo.

No hay que beber ni fumar ni tomar grasas saturadas ni un montón de cosas más que harían vacilar a un asceta medieval, porque debemos llevar un cadáver sanísimo a nuestro entierro o, cada vez más frecuentemente, nuestra cremación.

Solo que esa regla de vida ultrasana que nos hace vivir tanto que los sistemas de pensiones están a punto de saltar por los aires tiene sus curiosas excepciones.

El Orgullo Gay es una magnífica parábola de las postrimerías de nuestra civilización

Como esta con la que iniciamos el texto. La limosna, dice la Escritura, cubre multitud de pecados, y la gloriosa homosexualidad está exenta de la más suave y delicada advertencia sanitaria.

Incluso las advertencias para hacer ubicuo el condón caen a menudo en saco roto dentro de la comunidad LGTB, porque son muchos en ella los que consideran prudencia pacata y aburrida practicar el sexo con esa barrera de plástico, un adminículo más propio del tedioso sexo de los ‘breeders’, los heterosexuales.

Que el Orgullo Gay -dos mentiras en dos palabras– se haya convertido en centro de nuestra vida comunitaria es una magnífica parábola de las postrimerías de nuestra civilización, que hace de la esterilidad su meta.

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