Además de las obvias ironías sobre la poca confianza que el fabricante parece mostrar sobre la fiabilidad de su propio género, el comentario más repetido ha rondado en torno a la hipocresía de una firma que quiere beneficiarse de una cosa y de su contraria, fomentando que la gente no tenga hijos y vendiéndoles alimentos para ellos cuando los tienen. Creo que eso se llama ‘cubrir las apuestas’.
Por supuesto, no hay nada de eso. Y no solo porque la firma en cuestión vende un montón de cosas, desde productos de limpieza (Airwik) a caramelos para la garganta (Strepsils), sino, sobre todo, porque las empresas en general no pueden ser ‘hipócritas’; no pueden ser, en general, nada de lo que solemos atribuirles, bueno o malo, cuando hablamos de ellas como ‘personas’, aunque sea como personas jurídicas.
Las empresas son amorales. Su fin es ganar dinero, pura y simplemente, y esa fantasía que a menudo alimentamos, como consecuencia de la publicidad, de empresas ‘buenas’ y empresas ‘malas’ es indeciblemente infantil y, naturalmente, perjudicial para analizar su protagonismo en la vida social.
Últimamente este asunto ha estado muy en boga, porque una serie de empresas de peso han sido objeto de boicots -o de todo lo contrario, compra preferencial de sus productos- tras haberse posicionado agresivamente en las elecciones norteamericanas, abrumadoramente contra Trump.
Lo último ha sido la unión de colosos informáticos -Google, Facebook, Twitter- a la demanda judicial que se ha presentado en Estados Unidos contra el veto migratorio de Trump.
Pero, quitando lo escasísimos casos de firmas con un solo dueño lo bastante loco como para arriesgar su futuro a sus caprichos ideológicos personales -algo inusual, porque los locos no suelen medrar en la jungla del mercado-, esto no significa en absoluto que estas firmas y sus consejeros hayan pasado noches en blanco condoliéndose de los pobres inmigrantes que se ven forzados a cruzar Río Grande buscando una vida mejor. La iniciativa responde, sencillamente, a un cálculo.
No es su conciencia, sino su cuenta de resultados lo que les empuja a esta acción: un flujo considerable de ilegales significa abundancia de mano de obra barata
En este caso, el fin es evidente: la política anunciada por Trump -mano dura con la inmigración ilegal y con la deslocalización de empresas- sencillamente les hace polvo.
No es su conciencia, sino su cuenta de resultados lo que les empuja a esta acción: un flujo considerable de ilegales significa abundancia de mano de obra barata y con pocas ganas de quejarse sobre las condiciones laborales, lo que, para mayor alivio, repercute en los trabajadores nativos, que para competir en el mercado de trabajo tienen que recortar sus expectativas salariales.
No poder llevar sus fábricas a México, Vietnam o Bangladesh -o pagar unos altos aranceles por hacerlo-, significa que tienen que pagar mejores sueldos lo que, comprensiblemente, lleva a encarecer el producto y vender menos.
Es perfectamente comprensible que se opongan, así como es igualmente comprensible que guste a muchos obreros americanos.
En otras ocasiones, las empresas se limitan a intentar ‘caer bien’ a sus consumidores fingiendo ser adalides de lo que dicte la élite cultural en cada momento.
Cuando el Tribunal Supremo americano decidió que la Constitución consagraba -misteriosamente- el derecho universal de dos personas del mismo sexo a casarse, apenas se podía encontrar una multinacional que no llenara sus páginas web de banderas del arcoiris para celebrar tan magno acontecimiento.
¿Alguien supone que esos señores tan serios que toman cada día decisiones de compra y venta, de producción y distribución en las grandes firmas se habían dejado arrastrar por la alegría de ver, a fin, cómo se hacía justicia con tanta pareja que suspiraba por oficializar su amor? No suena muy probable, ¿verdad?
No. Es absolutamente indiferente si el Consejo de Administración de ACME Ltd o los accionistas de los Almacenes Rufilanchas son entusiastas partidarios del lobby LGTB o rabiosos homófobos. Es una decisión de marketing, comercial. Por decirlo con lenguaje de El Padrino, no es nada personal, son solo negocios.
Estos días se ha celebrado el mayor evento deportivo de la televisión norteamericana, la Super Bowl, con los anuncios más caros del ciclo televisivo, y apenas ha habido una empresa que se haya limitado a insinuar que su producto es muy bueno y barato, que sirve muy bien para lo que se pretende.
No: todo han sido mensajes humanistas, de aceptación del diferente, de loa a la diversidad. ¿Alguien duda de que si los vientos de la cultura empezaran a soplar en dirección contraria a los dogmas de nuestra época las empresas cambiarían el mensaje sin que se les moviese un músculo?
Audi ha querido posar de apóstol feminista, dedicando un comunicado a luchar con la «totalmente real» brecha salarial entre hombres y mujeres
En uno de los casos, el de la marca de automóviles Audi, la hipocresía sí que ha metido en apuros a la empresa. Audi ha querido posar de apóstol feminista, dedicando un comunicado a luchar con la «totalmente real» brecha salarial entre hombres y mujeres.
Hubiera pasado en otra época sin pena ni gloria, pero no se le ha ocurrido otra cosa que poner su alegato en redes sociales, donde la gente es muy ‘mala’.
Enseguida ha empezado la gente a preguntar a Audi -al pobre responsable de la cuenta, en realidad- si eso significaba que la empresa estaba pagando menos a sus empleadas que a sus empleados.
La cuenta ha respondido rápidamente que no, que los sueldos estaban ajustados a los horarios y a la importancia comercial de cada puesto -exactamente lo que alegan quienes niegan que exista una brecha salarial-, y que el alegato hacía referencia a un hecho ‘general’. Pero, claro, sin dar ningún nombre de empresa, porque, por supuesto, no existe.
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