A menudo es algo tan simple como el dinero.
Me refiero a muchas de estas batallas culturales, estas guerras por el alma de Occidente que glosamos aquí, y en la que con frecuencia concedemos al enemigo el honor de una convicción. Y no, no es nada personal, es solo negocio.
Haga la prueba. En cualquier conflicto de estos, pregúntese con cuál de las dos grandes opciones de un dilema social se mueve más dinero, hay más dinero que ganar. Y nueve de cada diez veces, la alternativa por la que abogan nuestros mandarines, la mejor financiada, es también la más rentable.
Abortar da más negocio, y más directo, que no abortar. El feminismo es una especie de bonoloto inagotable para cientos de organismos, agencias, observatorios, movimientos y grupos de presión. La disolución de la familia es la fortuna de despachos de abogados e incontables industrias secundarias.
Y la teoría de género… Oh, la teoría de género, eso es la gran bicoca, el cuerno de la abundancia, un río de millones. ¿Su hijo de 3 años ha balbucido alguna vez que preferiría ser niña, o le ha visto jugar con la Barbie? Rápido, empiece a hormonarle. Un tratamiento regular, durante toda su vida. Y luego, las costosas y repetidas intervenciones quirúrgicas. Naturalmente, necesitará la ayuda de un psicólogo que le ayude a ajustarse a su nueva situación y ya iremos viendo qué más cosas.
Entre 2015 y 2016, la financiación institucional de causas LGBTI a nivel mundial rondó los 524 millones de dólares, cien millones más que el periodo anterior
No es casual que las empresas americanas estén contribuyendo con millones de de dólares a las causas LGBT. Entre 2015 y 2016, la financiación institucional de causas LGBTI a nivel mundial rondó los 524 millones de dólares, cien millones más que el periodo anterior. En cuanto a la causa específica de la transexualidad, el monto se elevó a 26,1 millones de dólares.
Las grandes farmacéuticas, esos cocos de la izquierda, han encontrado en la transición de género un modo de matar dos pájaros de un tiro: reconciliarse con la progresía radical y, ya de paso, usarla como agente publicitario colectivo -¡y gratuito!- de una nueva gama de fármacos que espera vender masivamente.
Y ya lo están consiguiendo. Los adolescentes que de repente se sienten del sexo contrario al biológico están comprando ya fármacos de alteración hormonal como si se fueran a acabar. El Gonapeptyl, por ejemplo, un «bloqueador de la pubertad» que cuesta 127,95 euros. Y, bueno, sí, tiene algunos efectos secundarios, como depresión, sangrado vaginal, vómitos, pérdida de pelo, inestabilidad emocional y desensibilización de la glándula pituitaria. Pero, ya se sabe que quien algo quiere…
Está muy bien eso de pretender que la transexualidad es la cosa más natural del mundo, que es de ver la cantidad de «mujeres atrapadas en el cuerpo de un hombre» -y viceversa- hay ya por todas partes. Pero eso tan natural, para realizarse, necesita procesos no ya artificiales, sino de la más avanzada tecnología científica.
En la publicación americana The Federalist, Jennifer Bilek se pregunta en el titular de un reportaje «quiénes son los ricos hombres blancos que están institucionalizando la ideología transgénero», y concluye: «Con la infraestructura que se está construyendo, los médicos que se están formando en diversas técnicas quirúrgicas, las clínicas que abren a toda velocidad y los medios que lo celebran, el movimiento transgénero está destinado a crecer». Entra en escena el sector sanitario, que mueve más dinero que el de las armas.
Entre el 80% y el 90% de quienes muestran deseos y tendencias disfóricas en la pubertad, las abandona espontáneamente antes de llegar a la edad adulta
Aunque sea repetirnos por enésima vez, conviene recordar que entre quienes muestran deseos y tendencias disfóricas en la pubertad, la abrumadora mayoría -entre el 80% y el 90%- las abandona espontáneamente antes de llegar a la edad adulta.
Naturalmente, si nadie ha aplaudido sus deseos inmaduros -que nadie se enfade con el adjetivo: todos los deseos a esa edad son, por definición, inmaduros- y ha actuado sobre ellos, sometiendo al niño o la niña a un tratamiento hormonal que deberá mantener toda la vida y quizá operaciones que le marcarán irremediablemente en una época de la vida tan sensible.
Hablamos, por lo demás, de tratamientos que llevan tan poco tiempo en el mercado que es imposible evaluar con precisión sus efectos a largo plazo, aunque intuitivamente una sospecha que detener el reloj biológico no debe de ser lo más saludable del mundo.
Pero eso ya estallará dentro de diez o veinte años, y la vida, para muchos, son dos días de recoger beneficios donde se pueda.
Además, para entonces llegará una nueva bonanza económica: los abogados, porque no le quepa duda de que van a llover las demandas.
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