Recuerdo uno de esos acertijos o problemas que la gente intercambia como diversión. Un explorador del Ártico, tras hacer noche en una vasta masa de hielo, se dirige con su trineo tan deprisa como puede hacia el norte, pero consultando sus aparatos de medición descubre que cuanto más avanza, más al sur se encuentra. ¿Cómo es posible?
La respuesta, claro, es que durante la noche se ha desprendido el hielo en el que está y ahora se encuentra sobre un enorme iceberg que se dirige al sur. Con el tiempo me he dado cuenta de que es, además, una metáfora perfecta de nuestro espectro ideológico.
Es de justicia que confiese: yo no era partidaria de la campaña de HazteOir, con autobús o con avioneta, por dos razones.
La primera es trivial, por ser absolutamente personal y, en ese sentido, irrelevante: nunca pondría mis convicciones en una pancarta, mucho menos en un autobús y no digamos en una avioneta.
Combatientes de pluma y tertulia
Más importante, en cambio, me parecía la segunda razón: ¿Qué sentido tiene gastarse un buen dinero en anunciar al mundo que el fuego quema y el agua moja, que dos más dos son cuatro? ¿No es eso abrir la puerta a que se dude de lo obvio, haciéndolo objeto de debate?
«Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva». Quitando que aborrezco ambas palabras, con ese tonillo clínico que les acompaña, se me antojaba demasiado obvio.
Cuando apareció el bus de HO, la hostilidad no venía de grupos marginales dispuestos a negar lo más evidente, sino del sistema en bloque, que reaccionaba como si le hubieran pisado un callo
No tengo que decir que me he equivocado de medio a medio, para mi perpetuo asombro. Esperaba, sí, mucho encogimiento de hombros y la hostilidad de algún oscuro grupo marginal, que de todo tiene que haber en la viña del Señor y las excepciones se llaman así por algo.
Pero lo que contemplé me dejó parpadeando de incredulidad. La hostilidad no venía de grupos marginales dispuestos a negar lo más evidente, sino del sistema en bloque, que reaccionaba como si le hubieran pisado un callo y enviaba al frente a todos sus combatientes de pluma y tertulia.
Las ideas más enloquecidamente extremistas
Lástima no haber guardado todas las espectaculares declaraciones, espero que alguien en ACTUALL lo haya hecho: daría para una magnífica antología del disparate; más: dará para un apólogo que enseñe a nuestros nietos lo que fue nuestra particular locura.
La milenaria división, impuesta por la naturaleza y no por ley humana alguna, sonaba repentinamente como el más ofensivo de los absurdos. Cuando lo leí por primera vez recuerdo que pensé: «Bueno, no creo que nadie pueda cuestionar ESO, al menos».
Tengo dos noticias: la buena es que lo inviable no puede durar, y la ideología que domina las sociedades occidentales es radicalmente inviable. La mala es que hará un daño irreparable a nuestra civilización
Pero no solo lo cuestionaban grupos de esos que no ven diferencias entre las moscas y los seres humanos, sino los colectivos más influyentes, las instancias de mayor autoridad. Ni un solo partido, ni uno de los que constituyen el Parlamento que supuestamente nos representa, salió en defensa de semejante verdad de perogrullo.
Ese es, para mí, el gran valor de la campaña que ayer recorría las carreteras de España y hoy surca sus cielos: no constatar lo obvio; ni siquiera oponerse a una mera ley totalitaria, injusta y suicida, sino, sobre todo, servir de contraste para testificar cuánto se han apartado nuestras élites políticas, sociales y culturales de la realidad más básica; hasta qué punto las ideas más enloquecidamente extremistas pueden convertirse en el centro, en la ‘moderación’, cuando todo el espectro avanza a toda la velocidad hacia la izquierda.
Tengo dos noticias, una buena y otra mala. La buena es que lo inviable, por definición, no puede durar, y la ideología que domina las sociedades occidentales es radicalmente inviable. La mala es que antes de morir puede hacer un daño irreparable a nuestra civilización.
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