Cruda realidad / La chica del 8-M a la que están ‘matando’ en vídeo

    Sí, naturalmente, el feminismo es de izquierdas. De hecho, es la 'pata' más venenosa y nociva de la izquierda, su arsenal nuclear. Si el feminismo fuera transversal, lo mismo de derechas que de izquierdas, sencillamente no se hubiera convocado la malhadada huelga.

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    Una manifestante con un cartel que acusa a los hombres de asesinato durante la huelga del 8M en Valladolid. / EFE
    Una manifestante con un cartel que acusa a los hombres de asesinato durante la huelga del 8M en Valladolid. / EFE

    Del aquelarre del viernes, me quedo con un vídeo que, como se suele decir, «se ha hecho viral», con las declaraciones de una jovencita en una de las manifestaciones. La chica, que tiene una pinta de no haberse saltado una merienda en su vida, tono de niña de papá a la que jamás le ha faltado de nada, grita a la cámara que «nos están matando», y añade en el paroxismo del absurdo inconsciente: «A mí me están matando».

    Bueno, si se te queda tan buena cara después de matarte, quizá se están exagerando los inconvenientes del homicidio. No, en serio, esto es absurdo. Hay gente que muere de verdad, y que una niñata llame al tipo de molestia, probablemente ficticia o inevitable, que pueda tener que «la están matando» es no solo una banalización perseguible de oficio, sino una prueba de que la hipérbole se nos ha salido de madre. Ya nada significa nada, si a esa chica la están ‘matando’.

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    Se ha dicho ya mucho que el feminismo -los más timoratos o prudentes añaden ‘radical’, por el que dirán- no tiene hoy mucho que ver con el avance de la mujer, pero, siendo esto cierto, me sorprende que nadie haya llamado la atención sobre algo más obvio y sintomático: no tiene nada que ver con la realidad.

    El autor norteamericano Thomas Sowell suele decir que la mejor réplica a la mayoría de asertos de la izquierda es preguntar: «¿Comparado con qué?». Porque mientras que a la derecha se la enfrenta con su realidad, siempre imperfecta y con más agujeros que un Gruyère, la izquierda exige que no se le juzgue por sus penosas realidades, sino por sus elevadas intenciones. Es decir, no hay que comparar cómo son las cosas allí donde gobierna la derecha con los lugares donde gobierna la izquierda, sino con un ideal inalcanzable que ellos tienen en la cabeza y que van a hacer realidad esta vez, no se fijen en todos los sangrientos fracasos anteriores.

    Pero quizá me estoy saltando una parte, así que aclaro: sí, naturalmente, el feminismo es de izquierdas. De hecho, es la ‘pata’ más venenosa y nociva de la izquierda, su arsenal nuclear. Más de una vez hemos dicho que la economía o el nacionalismo o cualquier otro aspecto de la vida social, comparado con el sexual, palidecen y quedan en nada. Por eso destruir el indestructible lazo entre los sexos es la obra maestra de la izquierda.

    En esto el feminismo es como el antirracismo, el ecologismo, el animalismo o los grupos LGTB, colectivos para humillar a la derecha obligando a comulgar con los mismos que quieren destruirla

    Que el feminismo de derechas no existe en el mundo real, en la práctica, pudimos verlo el viernes. Por otra parte, si el feminismo fuera transversal, lo mismo de derechas que de izquierdas, sencillamente no se hubiera convocado la malhadada huelga. ¿Para qué? ¿Contra quién? ¿Contra el Patriarcado? Venga, por favor, que estamos hablando en serio…

    En esto el feminismo es como el antirracismo, el ecologismo, el animalismo o los grupos LGTB, colectivos para humillar a la derecha obligando a comulgar con los mismos que quieren destruirla. Es la más maquiavélica de las humillaciones, disponer de maquinarias para esparcir el mensaje de la izquierda y, encima, obligar a la derecha a declararse partidaria. Mientras no salgan de esta trampa mortal, todos los gobiernos de derechas seguirán suministrando iniciativas de izquierdas.

    Pero me distraigo, y quería volver al principio, a saber: el feminismo no tiene fin porque sus objetivos son mundos de fantasía, porque lo que pretenden para las mujeres nunca lo han tenido los hombres. Puedo elegir entre tantos ejemplos que me abruma, pero iré a uno de los más repetidos: «Ni una más». Se refiere, naturalmente, a eso que llaman ‘violencia de género’, antes violencia doméstica, antes aún ‘crímenes pasionales’.

    ¿Ni uno más? Vaya, eso sí que es un objetivo realista. Quiero decir, España aparece año tras año en el Top Ten de los países más seguros del mundo para ser mujer. Del mundo, de 7.500 millones de personas. Un récord para felicitarnos, no para hablar de nuestras calles como si fueran un coto de caza donde no se puede dar dos pasos sin que te violen.

    Es ese disparate de pasar por alto que la abrumadora mayoría de los varones, lejos de ser los privilegiados patriarcas del mito, son pobres empleados que apenas llegan a fin de mes y que apenas pintan nada fuera de sus hogares

    ¿A que no se les ocurre proponer que ese «ni uno más» referido a los homicidios en general, a los accidentes mortales de tráfico, a los atracos, a los robos, a los diagnósticos erróneos, a los despidos improcedentes, al déficit, a las quiebras empresariales o, en fin, a todos los males que, por más que podamos reducirlos, nunca los haremos desaparecer del todo?

    Decir «ni una más» es pretender que cambie la naturaleza humana y que no haya errores en la vida social. Eso solo sería remotamente posible -en teoría, al menos- en un régimen en el que todos estuviéramos vigilados las 24 horas del día, los siete días de la semana, es decir, la más atroz tiranía totalitaria.

    Otro ejemplo me lo proporciona Inés Arrimadas, y me encanta porque viene a representar el ‘feminismo de derechas’, es decir, el que no quiere quemar la Conferencia Episcopal. Esta semana pasada ha tenido en su cuenta de Twitter abundantísimas referencias feministas, pero me quedo con un tuit en el que presenta la enésima campaña, imaginamos que pagada con nuestro dinero. Escribe Arrimadas: «Maravillosa campaña para luchar contra la ‘Brecha de Sueños’ para que nadie le diga a las niñas que no pueden ser presidentas, científicas, astronautas, ingenieras o lo que quieran ser cuando crezcan».

    Pasemos por alto la denterosa e ininteligible cursilería de la expresión ‘brecha de sueños’, vamos a lo otro. ¿Ven? Es la absoluta irrealidad. Dos por el precio de una, en realidad, un verdadero tesoro. Primero, la idea de que vivimos en un país en el que a las niñas, concretamente a las niñas, se les dice que no pueden ser científicas y todo lo demás. ¿Conocen a alguien? ¿En serio hay gente que les dice a sus hijas, y solo a sus hijas, «lo siento, cariño, pero no puedes ser ingeniera»?

    No, naturalmente, e Inés lo sabe, pero se ajusta mansamente al guion de fingir que esto es Arabia Saudí (donde, por cierto, hay más mujeres que hombres en las carreras de Ciencias).

    Y lo segundo es que casi nadie puede ser astronauta -bastante nos ha costado encontrar uno para meterlo en el Gobierno de capón- y solo unos pocos, ni siquiera la mayoría, tienen la capacidad o la inclinación para ser científicos. ¿Ven lo que les digo? Es ese disparate de pasar por alto que la abrumadora mayoría de los varones, lejos de ser los privilegiados patriarcas del mito, son pobres empleados que apenas llegan a fin de mes y que apenas pintan nada fuera de sus hogares.

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