Cruda realidad / La manada y las manadas

    No importa lo que una haga, ni como vaya, ni si baila la Danza de los Siete Velos delante de esos 'chavales'. Una violación es una violación es una violación. Punto. Lo digo por la manada de Pamplona. Aunque aquí también ajusto cuentas con las feministas.

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    Los cinco miembros de 'La Manada de San Fermín'
    Los cinco miembros de 'La Manada de San Fermín'

    Viene ahora Twitter con un nuevo servicio que te permite bloquear todos los mensajes que contengan determinada palabra, y he estado a esto de usarlo con ‘manada’, aun a riesgo de perderme todos los tuits que hable de lobos y bisontes.

    Se juzga ahora a una panda que ‘presuntamente’ violó a una chica en los sanfermines, y las redes se llenan de comentarios de esos que empujan a una, que no es modelo de paciencia y moderación, a salir a la calle con una AK-47.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Es todo de lo peor, pero debiéndome como me debo a la actualidad y a mis lectores, si me queda alguno, me contengo y enumero tres errores/horrores que traen siempre estas dramáticas historias de juicios, y que indican lo mal que están las cabezas.

    Y el terrible peligro que corremos todos con la sentimentalización de los procesos judiciales.

    1. Los ‘machitos’

    Empezaré por los ‘machitos’, e intentaré hacerlo de forma calmada, aunque me hierva la sangre leyéndoles. Me refiero a los que buscan en la actitud de la víctima un modo de ‘comprender’ a los perpetradores.

    (O mani padme hoooommmmm. Vale, ya estoy calmada).

    A ver, hablamos de una violación, ¿entienden? Es un delito que, afortunadamente, nuestro Código Penal castiga con las mismas penas que el homicidio.

    Es una experiencia que los varones, salvo que acaben en la cárcel, tienen escasísimas, por no decir nulas probabilidades de sufrir.

    Pero, créanme, lo tiene todo: asalto, coacción, impotencia, humillación, maltrato, rebajamiento y esa violenta invasión a la última intimidad física que es difícil, si no imposible, de comunicar. Qué caramba: Violación.

    Nadie, absolutamente nadie, merece eso. No importa lo que haga, ni como vaya, ni si baila la Danza de los Siete Velos delante de esos ‘chavales’. Una violación es una violación.

    Buscar en la víctima un eximente para sus torturadores es peor que perverso, es diabólico; no hay incitación que justifique una violación, o tendremos que concluir que los varones son un género que no puede reprimir impulsos primarios y, por tanto, no merecen formar parte de una sociedad civilizada.

    Y yo no pienso eso. Ni usted, ¿verdad? Si alguien ha tenido la paciencia de leer más de dos o tres de mis columnas sabrá que no soy exactamente una feminazi, y que mi consideración hacia esa tribu es más bien nula.

    Pero que se intente oponer a las exageraciones de un lado justificando o atenuando la gravedad de un delito tan repugnante como la violación, no, por ahí no paso ni de broma.

    Pero es que, además, esta actitud es reflejo de otra más amplia, muy de nuestro tiempo, que me inspira un santo terror: la tendencia a juzgar la gravedad de un delito por el carácter de la víctima.

    Es sutil, pero seguro que se han dado cuenta. Un yihadista mata a una serie de personas, elegidas al azar, y un titular de prensa señala que una de las víctimas trabajaba de voluntario en la acogida de refugiados, o era un activista apasionado del ‘Welcome Refugees’.

    Muere un tipo en una reyerta y el primer párrafo recuerda qué tipo tan estupendo era, cómo sostenía todas las ideas correctas y ayudaba a las vecinas a subir las bolsas de la compra.

    La inferencia es terrible, pese a lo inocente de la presentación. ¿Qué pasa si el muerto era un asqueroso racista? ¿Y qué si era un egoísta que respondía con un gruñido al «buenos días» de los vecinos? ¿Eso da permiso para matarle? ¿Es menor la culpabilidad del autor si el muerto era antipático o del Atleti?

    2. Las ultrafeministas

    Creo que los primeros párrafos del apartado anterior podría recibir un entusiasta ‘amén’ de los ‘colectivos’ feministas de todo pelaje, ¿verdad? Pero ahora voy a tronar contra su deplorable mensaje, tan infantil que dan ganas de gritar.

    Y es la idea de que, si la violación es un delito, entonces una chica no debe aplicar ninguna medida de prudencia elemental, de las de cajón de madera pino, para evitar sustos, porque si lo hace «es darle la razón a los violadores».

    Durante el txupinazo en los sanfermines se denuncian muchos abusos sexuales
    Durante el txupinazo en los sanfermines se denuncian muchos abusos sexuales

    Esta sandez tiene dos versiones.

    En una es lo que decíamos: aconsejar a la víctima un mínimo de sentido común es «culpabilizarla» y justificar a sus agresores.

    Como la violación es un crimen, es responsabilidad de las autoridades impedir que ocurra, y dar personalmente pasos para minimizar el riesgo es dar la razón a los enemigos.

    La otra versión, más radical, sostiene que, quien más, quien menos, todo varón es un violador, que va a aprovechar cualquier ocasión y que, por tanto, tratar de evitarlo es fútil e ideológicamente contraproducente.

    Y yo me pregunto dónde estaban estas cuando se repartió el sentido común. A ver, por mucho que la ley castigue delitos, y que la policía los persiga y trate de impedirlo, en este mundo imperfecto siempre van a existir, aunque solo sea porque los guardias no pueden estar en todas partes todo el tiempo (en parte, afortunadamente).

    Decirle a una jovencita que no hay ningún problema en ir sola con un grupo de perfectos desconocidos hasta arriba de alcohol es muy, muy estúpido

    E imagino que si a cualquier mujer violada le dan a elegir entre no haberlo sido o que su violador sea castigado del modo más contundente, elegiría lo primero.

    Nada justifica el robo (salvo el ‘hurto famélico’, pero no viene al caso). Es siempre una injusticia, y más si es con violencia. Y es cierto que uno no puede evitarlo siempre y en todos los casos.

    Pero si yo voy al anochecer por el barrio con mayor índice de delincuencia de mi ciudad llevándo en la mano fajos de billetes de 500, creo que no es exagerado decir que estoy aumentando considerablemente la posibilidad de sufrir un robo.

    Será injusto, seguirá teniendo el ladrón que pagar su delito, mi conducta no le habrá dado derecho alguno a robarme lo que es mío. Pero yo me habré portado como una imbécil.

    Decirle a una jovencita que no hay ningún problema en ir sola con un grupo de perfectos desconocidos durante horas y hasta arriba de alcohol es muy, muy estúpido y muy, muy irresponsable.

    Porque lo que una quiere es que esas cosas no pasen, mucho más que el hecho de que los crímenes sean castigados. Y pasar, pasan, con más probabilidad en unas circunstancias que en otras. Para eso existen la prudencia elemental y la educación de andar por casa.

    3. La panda de la porra. Hay una razón por la que la justicia lleva una venda sobre los ojos

    Hay una razón por la que los códigos describen fríamente conductas y no se entretienen demasiado en antipatías o simpatías, fobias o filias.

    Es aterrador ver a tanto espontáneo montando partidas de linchamiento con cada juicio

    Hay una razón por la que los procesos judiciales están cuajados de esos irritantes ‘legalismos’ que a todos nos impacientan, de garantías para que los tipos que puedan parecernos más repulsivos reciban un juicio imparcial.

    Y esa razón es que una justicia en caliente rara vez es justicia. Y es aterrador ver a tanto espontáneo montando partidas de linchamiento con cada juicio, y estirando hacia donde ni pega ni llega el principio democrático de la voluntad popular.

    Una se hace cruces leyéndoles e imaginando cómo sería la justicia si dependiera de tanto justiciero de sofá. Pero el peligro es que ya ha sucedido en otros épocas, algunas bastante recientes, eso de los ‘tribunales populares’ y los jueces de la horca, y este paulatino deslizarse hacia la omnipresencia de la ‘voluntad popular’ por encima del propio Estado de Derecho -lo vemos en el caso catalán- puede acabar como el rosario de la aurora.

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