El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se ha disculpado por enésima vez en el Parlamento por los terribles injusticias históricas cometidas por Canadá contra la comunidad LGBTQ2 (no pregunten), un asunto que le conmueve hasta el punto de ponerse a llorar ante los diputados.
Bueno, no es que a Justin, el ‘poster boy’ del macho moderno y sensible, le cueste mucho soltar la lágrima.
De hecho es una de las cosas que más hace en público, lloriquear por esto y por aquello, siempre que la causa que le enternece merezca la aprobación de la dogmática actual y el aplauso de los comentaristas de moda.
Justin es el ‘nuevo hombre’, un hombre que está siempre ‘sintiendo’ y rara vez pensando.
Que posa y lanza frases como «si matas a tus enemigos, has perdido», un hallazgo que han ignorado durante milenios los mejores estrategas de la Historia.
Justin fue al desfile del Orgullo Gay, naturalmente, con unos calcetines con la media luna islámica. O quizá fuera una manifestación contra la islamofobia con calcetines arcoiris, no recuerdo.
.@JustinTrudeau wipes away tears as he apologises for historical injustices against the LGBTQ2 community in Canada pic.twitter.com/tXNec88wep
— Channel 4 News (@Channel4News) November 28, 2017
Es posible que las dos, porque Justin es igualmente apasionado de ambas causas, cuyas contradicciones ignora como hacen todos los pensadores modernos.
¿Qué puede tener que ver el Islam, la religión seguida por aquellos países que aún castigan con la muerte la sodomía, y que invocan su libre sagrado para aplicar la pena? Evidentemente, nada, salvo lo que más puede importarle a Justin: que las dos representan causas de moda.
No es una prueba de humildad, sino la más cobarde de las vanidades: «Hoy os pido perdón en nombre de mis troglodíticos y atrasados congéneros, porque yo soy muy superior a todos ellos»
Porque Justin vive para la moda; es un ‘fashion victim’ en versión política, y todas sus lagrimitas cambiaría de dirección si variara el rumbo de las modas ideológicas.
Lo de disculparse de las injusticias pasadas, por ejemplo, que se puso de moda hace sus buenos veinte años. Es una de las patochadas más indecentes del político moderno, que parece humilde al pedir perdón cuando en realidad está realizando el gesto de soberbia más tramposo e hipócrita imaginable.
Pedir perdón por lo que ha hecho tu país o tu comunidad, tu sexo o tu raza, no es una prueba de humildad, sino la más cobarde y cómoda de las vanidades; equivale en realidad a decir: «Soy tan sensible, moderno y liberal que os pido perdón en nombre de mis troglodíticos y atrasados congéneros, porque yo soy muy superior a todos ellos».
¿Qué horribles injusticias han sufrido los homosexuales canadienses por parte de su Gobierno que lleve a las lágrimas a un hombre que vende montañas de armas a Arabia Saudí para que bombardee a civiles en Yemen? ¿Ha visto fotos? ¿Ha visto niños yemeníes despanzurrados? ¿Llorará por ellos, o esperará a conocer antes su orientación sexual?
La semana pasada, Steve Tourlokis, de Ontario, cristiano ortodoxo, perdió ante los tribunales una petición para proteger a sus hijos -un niño y una niña- contra el adoctrinamiento LGTBQ al que les sometía su colegio, siguiendo las directrices dictadas por Trudeau, incompatibles con la fe que trata de trasnsmitirles.
Los hijos de Tourlokis están condenados a aprender en el colegio lo contrario de lo que les dicen en casa, negando a los padres un derecho fundamental. ¿Llorará nuestro Justin por Tourlokis? No es probable.
Justin es el peor tipo de cobarde, el más denteroso: el que se arroga el disfraz de osado justiciero en la defensa del poderoso como si fuera débil.
Porque seguir fingiendo que los miembros de la comunidad multiletras están ‘oprimidos’, y mucho menos por la cultura oficial, es el más cruel de los sarcasmos.
No dudo de que se haya discriminado injustamente a los homosexuales, y soy la primera partidaria de que se les reconozca su dignidad
No dudo de que se les haya discriminado injustamente, y soy la primera partidaria de que se les reconozca su dignidad y se les deje en paz.
Pero después de garantizados todos sus derechos, han pasado de ser oprimidos a convertirse en opresores.
La tolerancia que han pedido cuando eran débiles la han olvidado ahora que tienen el favor de las autoridades, y usan su fuerza cultural, absolutamente desproporcionada a sus números, para imponer su visión de las cosas a toda la población y, sobre todo, a los niños, pasando por encima de los derechos de los padres.
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