¿Sabía usted que si se aprovechara la energía que gasta un matrimonio medio a practicar el sexo durante diez años se podría iluminar una población pequeña durante un mes? ¿Es consciente de que si dedicara a una labor productiva solo dos de las horas que dedican al sueño, el PIB aumentaría un 7,3%? ¿Entiende que si empleara todas las horas que desperdicia con los amigos a aprender chino, ahora sería un miembro 2,6 veces más productivo de nuestra economía?
Si su respuesta a estas preguntas es: «Candela, te acabas de inventar todos esos datos», aunque técnicamente cierto, se estaría equivocando de actitud. La respuesta correcta es: «¿Y?».
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraHoy leía esto, en la cuenta de Twitter de Sandra Golpe, periodista de informativos de Antena3: «Un estudio alerta hoy de la desigualdad que sigue habiendo en los hogares españoles. Las mujeres dedican a las tareas domésticas entre 2 y 3 horas al día más que los hombres. En 1 año, son 50 millones de horas más de trabajo en casa».
como es dogma indiscutido e indiscutible que las mujeres somos idénticas en todo a los hombres, cualquier desigualdad percibida debe ‘alertarnos’
Y he tenido que respirar hondo. El otro día veíamos a la ministra Calviño asegurándonos que se le paren los pulsos si no es verdad que el PIB subiría un montón por ciento si se cerrase «la brecha salarial», es decir, si a las mujeres nos diera, de media, por imitar a los varones en preferencias y aptitudes laborales, con un abuso escandaloso del ‘caeteris paribus’.
La cuestión no es meramente que los datos son cualquier cosa menos fiables porque las variables son muchas e incontrolables; la cuestión es, por ponerme bíblica, que no se hizo el hombre para el PIB, sino el PIB para el hombre.
Las mujeres dedicamos al día entre dos y tres horas más al día que los hombres, nos dice el ‘estudio’. No, perdonen, no es ese el verbo: alerta. Porque eso supone una enorme desigualdad. Y como es dogma indiscutido e indiscutible que las mujeres somos idénticas en todo a los hombres, cualquier desigualdad percibida debe ‘alertarnos’. Al menos, toda desigualdad que aparentemente nos perjudique, porque el que haya pocas mujeres entre los poceros debe dejarnos tranquilas y tranquilos.
Razonemos a partir de sus propias premisas. Siendo el hombre y la mujer idénticos en todo salvo lo que salta (la mayoría de las veces) a la vista, que las tareas del hogar no estén repartidas al 50% debería alarmarnos; mucho más que la diferencia sea de 2-3 horas cada día. Una disparidad tan descomunal necesita una explicación. ¿El Patriarcado? Es muy socorrido y, sí, supongo que será la monótona explicación pero, ¿cómo actúa, en concreto, en este caso?
Lo cierto es que el Poder quiere entrar en nuestras casas, decidir nuestras preferencias y dictar las normas de nuestras relaciones y nuestra vida privada
¿Obliga Paco a Loli a plancharle las camisas? Es una idea, pero altamente improbable. Loli tiene todos los aseses en la mano en esta cuestión, y aunque es tentador presuponer una reacción violenta de Paco, no resultaría ni medianamente plausible que se repitiera en un número suficiente de casos como para explicar dos horas de diferencia de media.
En mi modestísima opinión, se podría avanzar si se investiga la diferencia de horas dedicadas al cuidado del hogar entre solteros y solteras. Es muy probable que no fuera tan amplia, pero me juego mis ingresos de un mes a que seguiría siendo significativa. Y en ese caso no podría explicarse por presión del varón sobre la hembra.
Lo cierto es que el Poder quiere entrar en nuestras casas, decidir nuestras preferencias y dictar las normas de nuestras relaciones y nuestra vida privada. Pero hay aquí un serio problema. ¿Cómo resolver esa desigualdad? El modo más directo sería obligar al hombre en una relación de convivencia a que dedique exactamente el mismo número de horas que la mujer con la que vive. Pero, ¿saben qué? Obligar a alguien a hacer un trabajo para el que no se ha comprometido y que no quiere hacer tiene un nombre: esclavitud. Y se abolió hace ya algún tiempo.
El poder odia nuestra libertad, como odia ese rincón del que queda al margen, la familia, esa red de lealtades que excluye al Estado y a los políticos. Así que tienen que ‘alertarnos’ a todas horas de las muchas cosas que, en su opinión, hacemos mal. Porque, aunque preferiría que mi marido no leyera lo que voy a decir, a mí no me obliga nadie a trabajar en mi casa, que para eso es mía. Y si los varones hacen menos, es asunto suyo, y arreglar eso es tan fácil como no hacerles el trabajo. Lo malo es que se quedará sin hacer, porque son uno adanes…