Cruda realidad / Una película para legalizar la pedofilia

    Los críticos se deshacen en elogios con esta apología del amor homosexual entre un adulto y un adolescente. Pero el celofán artístico (fotografía, actores, dirección) envuelve un mensaje corrosivo. Forma parte de un plan de ingeniería social.

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    Escena de la película 'Call me by your name'.
    Escena de la película 'Call me by your name'.

    Lo tengo escrito en alguna parte: toca pedofilia. Seguimos con el proyecto ‘progresista’, que no puede parar ni va a parar hasta la autodestrucción, y una vez completado el trágala de la transexualidad y la ‘ideología de género’, era el turno de la pederastia, con la precisión de un reloj suizo.

    Un ‘avance’ hace prever el siguiente, aunque en cada ocasión nos digan a quienes lo advertimos que de ninguna manera, que somos unos paranoicos.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    ‘Call me by your name’, de Luca Guadagnino, aspira a Oscar. Teniendo en cuenta que los Oscar se convirtieron hace años en un escaparate de causas de moda, dejando de premiar arte cinematográfico alguno, esta historia de amor homosexual entre un menor y un adulto tiene todas las papeletas.

    Si quieres convencer de algo a las masas, no se lo razones, cuéntales un cuento

    Si quieres convencer de algo a las masas, no se lo expliques, no se lo razones, no se lo argumentes: cuéntales un cuento en el que los protagonistas, muy empáticos, representen la idea que quieres inculcar al pueblo, y donde los malos, muy antipáticos, sostengan la visión contraria.

    Luego, la eficacia dependerá de lo bien que esté contado, es decir, de los medios de que se dispongan para contarlo y llegar con él a todas partes.

    En un siglo presentista, antiintelectual e infantil como el nuestro, recomiendo una película. Y si gana unos cuantos Oscar, miel sobre hojuelas.

    La ‘normalización’ de la homosexualidad no vino por sesudos estudios o elaborados artículos de fondo, sino, sobre todo, por la película Philadelphia.

    Si a Pedro, el de ‘Pedro y el lobo’, le fue mal con su bromita es porque sus vecinos, siendo de otra época, tenían memoria. Recordaban todas las veces que el niño de las narices les había engañado gritando que venía el lobo y, naturalmente, a la enésima vez, ya no coló.

    Con nosotros no existe ese problema, porque el hombre actual carece de memoria histórica. Los mismos partidos les engañan en cada elección exactamente con los mismos trucos de feriante; ideologías que solo dejan a su paso ruinas humeantes, tristeza y miedo vuelven a triunfar como causas nuevas como el alba.

    Y, en lo que nos afecta, cada nuevo experimento de ingeniería social se nos vende siguiendo un esquema milimetrado e idéntico, con sus distintas fases repitiéndose sin que el pueblo parezca darse cuenta del juego de manos.

    El aborto se nos vendió con historias extremas y lacrimógenas y un montón de estadísticas falseadas, y se nos dijo que sería siempre algo excepcional y raro.

    Era el único modo, porque hace no tanto la idea resultaba instintivamente repugnante. Ya hechos al asunto, no hace falta mantener la comedia.  

    Del mismo modo, la pedofilia era hace muy poco un concepto que horrorizaba a cualquiera, de salir con antorchas y horcas contra el ‘abusador de niños’, y cuando se quiso organizar una ofensiva en toda la línea contra la Iglesia se usó, precisamente, un puñado de casos de sacerdotes pedófilos; incluso hoy la idea choca con la oposición instintiva de la inmensa mayoría, pero eso es porque aún no han visto suficientes películas como ‘Call me by your name’.

    La idea es presentar la nueva actividad que se quiere ‘desestigmatizar’ de un doble modo.

    Por un lado, como ya hemos dicho, haciendo a los protagonistas muy simpáticos, queribles, fáciles para que el espectador se identifique con ellos. ¿Cómo podrían estos tipos tan estupendos hacer algo malo?

    Si aceptamos 17, ¿por qué no 16? ¿Hay algo mágico en cumplir 17 años? Y quien dice 16, dice 15, o 14, o… ¿Ven por dónde voy?

    Por otro, el ‘caso’ está siempre en el extremo ‘bueno’. Igual que ‘Mar adentro’ y otras películas del mismo pelo presentaba unas circunstancias extremas para justificar la eutanasia, que luego ha llegado en los Países Bajos a la rutina de liquidar a viejecitos que ni siquiera lo han pedido, en esta ocasión el menor tiene 17 años, está en el límite, es casi un adulto.

    Naturalmente, si aceptamos 17, ¿por qué no 16? ¿Hay algo mágico en cumplir 17 años? Y quien dice 16, dice 15, o 14, o… ¿Ven por dónde voy?

    La fotogénica historia de amor incomprendido dará paso a esas mismas situaciones que hoy, comprensiblemente, nos revuelven el estómago. Porque si algo nos ha enseñado la perversa dinámica moderna es que no tiene marcha atrás.

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