Haría falta ser ciega -y yo no lo soy, solo vista cansada- para no advertir que, de un tiempo a esta parte, buena parte de la clerecía católica está haciendo guiños al mundo LGBTI; tantos, de hecho, que una teme que acabe con agujetas en el párpado.
En un sentido, naturalmente, no hace otra cosa que responder al mandato evangélico y asegurar a las personas con orientaciones sexuales alternativas que Dios les ama y que la Iglesia tiene siempre las puertas abiertas para ellos, faltaría más.
En el Encuentro Mundial de las Familias que se celebra el próximo mes en Irlanda, por ejemplo, uno de los ponentes estrella será el jesuita norteamericano padre James Martin, un sacerdote extraordinariamente mediático que se ha especializado en la ‘apertura’ eclesial al lobby, con una exégesis como poco cuestionable.
Está lejos de ser la única entre las instituciones educativas que mantienen la etiqueta de ‘católicas’ que hace mangas y capirotes con el ‘ethos’ de la Iglesia
Estoy segura de que todos estos esfuerzos -bueno, la mayoría- son de buena fe, pero no por eso dejo de augurarles un fracaso calamitoso, algo similar a los intentos eclesiales por acercarse a la izquierda, en general.
Por un lado, existe el riesgo de que, con tal de ‘acercarse’ a los gays se comprometa la doctrina o se trivialice como en el caso de la universidad citada, que está lejos de ser la única entre las instituciones educativas que mantienen la etiqueta de ‘católicas’ que hace mangas y capirotes con el ‘ethos’ de la Iglesia. Por otro, si el personaje eclesiástico que hace el intento de acercamiento no cede y trivializa la doctrina en este punto, no cosechará más que el odio y el desprecio de los grupos LGTBI.
Creo que no hace falta haber asistido a muchos ‘desfiles del Orgullo’ para saber que en ellos, junto con el habitual despliegue de obscenidad y el exhibicionismo más carnavalesco, es costumbre la burla a la Iglesia Católica, la blasfemia, la irreverencia y la parodia de lo sagrado.
El Obispo de Pompeya lo ha experimentado en carne propia este año, en el que uno de los eventos más importantes y multitudinarios ha sido el PompeiPride. Da la casualidad -o no- de que en Pompeya está el santuario mariano más visitado y venerado de Italia, el de Nuestra Señora del Rosario, y el purpurado imploró a los organizadores de la marcha que mostraran ‘respeto’, al menos por esta vez.
No hace falta haber asistido a muchos ‘desfiles del Orgullo’ para saber que en ellos es costumbre la burla a la Iglesia Católica, la blasfemia, la irreverencia y la parodia de lo sagrado
Su respuesta fue no solo ignorarle, sino recrudecer el carácter blasfemo de la celebración, donde se acusó a la Iglesia de organizar ‘matanzas’ de homosexuales, pasear una pancarta de la efigie del Papa Francisco con un corazón en arcoiris y, sobre todo, representar una parodia de la propia Madonna, una mujer vestida de rojo con abundantes rosarios en las manos. La burla blasfema pasó a escasos metros de donde se venera la imagen.
La Iglesia, naturalmente, no va a cerrar sus puertas a los ‘gays’, pero sus clérigos deberían ser algo más prudentes en su celo por acoger a quienes muestran tal desprecio y una absoluta intransigencia. El esfuerzo de ‘aggiornamento‘, de adaptación a los tiempos, que la jerarquía vea conveniente llevar a cabo, por otra parte, tiene un límite clarísimo en este asunto: no puede, de ningún modo, hacer lícito lo que de ningún modo lo es para un doctrina que se ha mantenido inamovible durante miles de años -más aún que la propia Iglesia- y que no puede cambiar con los tiempos porque transmite un mensaje eterno, atemporal.
Aquí está quizá la prueba de fuego para quienes intentan nadar entre dos aguas y poner una vela a Dios y otra al Diablo, porque el lobby homosexual jamás va a ceder antes de que que la Iglesia conceda lo que no puede de ningún modo conceder: que las relaciones sexuales con personas del mismo sexo son moralmente equivalentes a las que mantienen un hombre y una mujer.
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