Desmond Napoles es un niño ‘drag queen’ que se ha hecho famoso en el mundo LGTB -y de ahí en el mundo de la moda- por vestirse y posar como una mujer tan solo con diez años. Su nombre artístico es Desmond is amazing (Desmond es asombroso, en inglés) y cuenta con 24.000 seguidores en Instagram, red social que llevan sus padres y que usan como plataforma para explotar su imagen y popularidad.
En su página web se le define como “artista, drag kid, abanderado de la causa LGTBQI, joven gay y sin vergüenza, modelo publicitario, orador, fundador de su propia línea drag, diseñador de moda, muso e icono”.
Bien, analicemos por partes.
Que es un ‘drag kid’ parece ser un hecho, que sea un artista ya es cuestionable: primero, porque el hecho de desfilar y contonearse de una manera poco elegante no creo que sea constitutivo de “artista”; segundo, un artista es alguien que crea algo con la intención de elevar el espíritu de la sociedad y llevar a las personas a un punto de autocrítica e iluminación personal. Nada más lejos de la realidad.
Sobre que este niño sea abanderado de la causa LGTBQI también ha de ponerse en duda. Más bien dicho lobby lo usa como bandera, que es muy diferente. En muchos medios de comunicación lo presentan como de “género fluido”, como El País, por lo que lo de “joven gay” sería inadecuado, desde un punto de vista suyo ya que está limitando su sexualidad a hombre cuando podría ser mujer u hombre (depende del momento), aunque eso también sería intransigente ya que estaríamos presuponiendo que es de género binario…
Lo de modelo publicitario me obliga a preguntarme si un niño tan joven puede ser realmente modelo, y si de serlo, no estaríamos incurriendo en explotación infantil. ¿Acaso alguien no se está forrando a su costa, ya sean los padres o las propias empresas que le contratan? ¿No está obligado por ley un niño a asistir a todas las clases? ¿Dónde queda su educación? Por otro lado, a los periodistas nos obligan a censurar –incluso con permiso- muchas caras de niños por eso de “proteger a la infancia”. Parece que en lo referente a dar visibilidad a los LGTBI no existen esas obligaciones.
¿Orador? ¿Muso, de quién? ¿Estamos seguros de que un niño de 10 años puede ser considerado diseñador de moda? ¿De qué moda estamos hablando? Esto entronca con el arte moderno. ¿Hablamos del arte moderno como el no-arte y, por lo tanto, de la moda como la no-moda?
Nuestra sociedad peca de muchísimas cosas, pero ante todo sobresalen los síntomas de autodestrucción
Otra preocupación que me ronda al respecto, viendo las imágenes como las del vídeo que acompaña este texto, es la sexualización de los menores, es decir, la pedofilia. ¿Acaso la gente no se da cuenta que lo que subyace a todo esto es pura y dura pedofilia? Muchos expertos han relacionado ciertos comportamientos sexuales de las nuevas minorías con tendencias pedófilas pero parece que a nadie le importe. El mundo está abrazando esta aberración a través de la idea de la inclusión de las minorías y de la aceptación de cualquier cosa, relativismo radical. Nunca antes se había sexualizado a los niños, son el bien más preciado de la sociedad pues ellos son el futuro. Han sido protegidos y aislados del mundo de los adultos para evitar la corrupción que ahora se vende desde la infancia. No hay nada malo en que cada cual tenga sus gustos y le apetezca ponerse tacones y una peluca. Sí es muy negativo que se venda eso a un niño desde la infancia.
Para situar en contexto lo que estoy diciendo, tengamos en cuenta que en 2015, con ocho años, participó en la semana del Orgullo Gay de Nueva York. Después apareció en el desfile de Gipsy Sport, una marca neoyorquina de ropa de deporte que ofrece prendas de género fluido, en la Semana de la Moda de Nueva York. La edición estadounidense de la revista de moda Vogue ya se ha referido a él como «un prodigio drag de solo diez años».
¿Es que nadie se da cuenta de que cuando la promoción de este tipo de conductas viene por parte del establishment, de las empresas y medios de comunicación multinacionales y de un gran número de asociaciones bañadas por el dinero público, son todo menos espontáneas y, por lo tanto, naturales?
Nuestra sociedad peca de muchísimas cosas, pero ante todo sobresalen los síntomas de autodestrucción típica en toda civilización que está muriendo sin remedio colectivo, a la espera de que unos pocos la salven. Como decía el gran Oswald Spengler, “al final a la civilización siempre la salva un pelotón de soldados”.
No sé quiénes serán esos soldados, ni siquiera sé si los habrá como en otras ocasiones pasadas. Quizás sea nuestro fin, al menos del mundo que conocemos. Por el momento, solo me queda hacer una justa y sencilla reclamación: dejen a los niños en paz.
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