
A la misma hora a la que los músicos ambulantes comenzaban a arrastrar sus músicas por los vagones del metro, el nuevo autobús de HazteOír iniciaba ayer su recorrido por la superficie de Madrid.
A las once de la mañana se dejó ver por primera vez.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero antes de poder presentarlo a las televisiones, radios y prensa escrita que se habían congregado con expectación frente al estadio Bernabéu, el Ayuntamiento de Manuela Carmena impuso la primera prueba: la policía municipal detuvo el autobús y escudriñó a conciencia la documentación del vehículo y la del conductor.
Una vez libres del primer obstáculo, pudimos presentarlo.
La portavocía de HazteOir.org explicó a los medios la intención de la campaña, que no es otra que concienciar a la población y a los políticos que en breve tendrán poder para legislar, sobre las irregularidades que presenta la Ley Orgánica contra la Violencia de Género, así como el resto de las Leyes de Género vigentes. Alertó sobre sus preámbulos ideológicos, sobre el desigual tratamiento penal que se aplica a la mujer y al hombre por el mismo delito, y sobre la facilidad con la que las asociaciones feministas manejadas por la izquierda se nutren del dinero público en base a dichas leyes.
Pero la estrella del momento estaba siendo nuestro Hitler rotulado con maquillaje femenino, un Hitler coqueto pero temible, ideado para ilustrar de manera gráfica y sencilla las prácticas totalitarias del feminismo más radical. Bajo su influjo, los periodistas y los camarógrafos se arremolinaban en torno al autobús como palomas. Varias televisiones entraron en directo en sus programas de la mañana, de tal manera que el Bernabéu, lugar de gestas históricas del deporte nacional, se convirtió en el escenario ideal para comenzar un empeño que puede cambiar el desarrollo de las campañas políticas ante las próximas elecciones de manera contundente.
A las doce de la mañana entramos en Madrid.
Como primer destino, tras una exhibición lúdica por la plaza de Cibeles, entorno natural del Ayuntamiento de Carmena, las sedes de los partidos políticos destinatarios de nuestro mensaje: el Partido Popular, Ciudadanos y Vox.

Por donde el autobús se dejaba ver la concurrencia alzaba la mirada.
Nos detuvimos un momento junto a la Plaza de Las Ventas para complacer a una televisión que solicitaba una entrevista en directo. Mientras esperábamos, tres chicas en la acera no quitaban ojo a nuestros movimientos. De inmediato aparecieron la periodista y un camarógrafo.
Y entonces sucedió lo que estábamos esperando.
Por primera vez nos increparon con virulencia. Las chicas, no sabemos si en complicidad con la cadena de televisión, asaltaron a nuestra portavoz con argumentos alocados. Sus actitudes se encendieron poco a poco como un fuego. En ese momento la cadena entró en directo. Dos de las chicas comenzaron a besarse frente a las cámaras. La que no besaba, temblaba. De improviso interpeló con furia a la portavoz, amenazando una denuncia que no supo argumentar. Las manos le sudaban, los dedos se le desmandaban y una mezcla confusa de agitación y estremecimiento hacía vibrar su cuerpo.
Su apariencia no era la de una feminista radical, pero resultaba claro que su sensibilidad había sido construida desde pequeña en un entorno que glorificaba el feminismo como la única razón de existir en la vida pública.
El mensaje que paseamos en los costados del autobús es capaz de remover las sensibilidades más hondas de la gente común. El autobús estaba enfrentando a muchos ante sí mismos
– ¡Estáis quitándonos nuestros derechos! ¡Nos abandonáis en las calles ante cualquiera!
Nuestro mensaje la hería en lo más profundo, en ese lugar cercano a los huesos donde anidan las verdades afectivas que nos construyen desde niños. Esa chica desconocida jamás abandonará ese sustrato emocional que la aupó a la edad adulta.
Entonces nos dimos cuenta de que no temblaba por nerviosismo o por rabia sino por miedo. Estaba convencida de que el mundo fuera del feminismo más radical era un terreno infectado de enemigos como nosotros. La periodista, imbuida de un olfato curtido en cien entrevistas, había olido el miedo, y acercaba el micrófono a uno y a otro lado relamiéndose del éxito de su directo.
Este pequeño incidente nos reafirmó en nuestro empeño. Habíamos comprobado que el mensaje que paseamos en los costados del autobús es capaz de remover las sensibilidades más hondas de la gente común. El autobús estaba enfrentando a muchos ante sí mismos. A pesar de lo cual, no tuvimos ninguna duda de que aquella chica había temblado porque eran tres. Si hubieran sido cien se habría convertido, como cualquiera, en una salvaje sin nombre.
Nuestro paso por la Gran Vía fue una fiesta. En una ciudad abierta y llena de prodigios como Madrid, nuestro autobús resultaba una atracción inesperada. Los transeúntes nos señalaban con el dedo y en los semáforos todas las razas se arremolinaban para fotografiarse frente a nuestro lema. Nosotros sabíamos que esas fotografías se estaban distribuyendo entre familiares, entre amigos y por las redes, y que nuestro mensaje silencioso estaba llegando nítido a miles de ciudadanos que se enfrentaban por primera vez a la realidad del feminismo actual.
En Atocha terminamos la jornada. Desde algunos coches, mujeres sacaban los brazos por las ventanillas y nos enseñaban el dedo. Otras, fotografiaban el autobús con fruición.
Cuando salimos a caminar por las calles, en el horizonte habían comenzado a aparecer los rosas violáceos del atardecer. A pesar del entorno urbano, nos pareció que entrábamos en un cuadro de Monet.
Quién sabe cuántas conciencias seremos capaces de despertar.