El mejor bótox del mundo

    Seguramente, el mejor bótox del mundo sea el amor. Pero tenemos un miedo atroz a amar. Amar implica salir de uno mismo. La persona no se atreve amar a otros semejantes porque, en realidad, convivir significa ceder y comprenderse, y no está dispuesta a ceder un milímetro ante el prójimo.

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    Imagen referencial /Pixabay
    Imagen referencial /Pixabay

    Conozco gente de 70 años que lleva 50 siendo anciana. Y conozco a otros de la misma edad que se mantienen jóvenes como cuando tenían 20. Seguramente el problema no surja cuando las arrugas aparecen en la cara, sino en el corazón. Hay veinteañeros con el corazón lleno de arrugas y personas de 60 que son insultantemente jóvenes.

    Muchos se preocupan por las patas de gallo y las canas. Recurren al bótox y al ácido hialurónico para mostrar una piel tersa y suave, pero dejan que su corazón se reseque por dentro.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Seguramente, el mejor bótox del mundo sea el amor. Pero tenemos un miedo atroz a amar. Amar implica salir de uno mismo y embarcarse en los océanos de la entrega al prójimo. Y es tristísimo ver a muchos todavía jóvenes que cercan y cercan su corazón y no le dejan amar. Me he sentido traicionado muchas veces, te dicen. Solo quiero a mi familia y a mis amigos más íntimos, explican. Y una que se escucha cada vez más: “Quiero más a mi perro que a las personas”.

    El problema no estriba en amar a los animales, sino no saber amar a los hombres. Lo primero es facilísimo; lo segundo, es mucho más complicado

    Leía recientemente que el amor desmedido a las mascotas es, realmente, el peor maltrato animal. La persona no se atreve amar a otros semejantes porque, en realidad, convivir significa ceder y comprenderse, y no está dispuesta a ceder un milímetro ante el prójimo. La persona se envuelve en un egoísmo atroz, despotrica contra el resto de la humanidad y vuelca todos sus afectos en los animales. Al no ser capaz de convivir con otros iguales, de ser humilde y de saber adaptarse a los otros con generosidad, se centra en su mascota, a la que somete, quizás sin darse cuenta, a una relación de amo-siervo. El animal es siempre agradecido, siempre dócil y no discute ninguna decisión de su dueño.

    El problema no estriba en amar a los animales, sino no saber amar a los hombres. Lo primero es facilísimo; lo segundo, es mucho más complicado y exige lo mejor de nosotros mismos. Para lo primero basta con dejarse llevar por los sentimientos. Para lo segundo hay que implicar alma, corazón y vida.

    Leía recientemente que Asturias ya cuenta con más perros que jóvenes. Éste es, sin duda, uno de los signos trágicos de nuestros tiempos. Asturias es la región con menos tasa de fecundidad no solo de España, sino de toda Europa. Eso ha hecho que, a día de hoy, haya más perros registrados en el censo asturiano que menores de 20 años.

    Tener un hijo asusta a muchos. Se trata de una responsabilidad inmensa y de un sacrificio que muchos asocian a perder la libertad. La libertad de hacer lo que me apetece. Si uno es complicado, no digamos ya dos. Como titulaba recientemente El País, “Tener un segundo hijo deteriora la salud mental de los padres”. Como para lanzarse a por el segundo vástago.

    Pero volvamos al mejor bótox del mundo, el amor. Es el que mantiene el corazón joven e ilusionado. Y no me refiero al enamoramiento pasajero y excitante, sino al amor profundo y generoso que conlleva entrega. Muchos andan buscando el elixir de la eterna juventud. Quizás no lo sepan, pero se encuentra en el amor.

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