¿Es imparable el matrimonio gay?

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    Manifestación Family Day Roma.

    No sabremos si han sido 500.000 o dos millones, pero es seguro que la gran concentración del Circo Máximo contra el proyecto de ley Cirinnà sobre uniones civiles entre personas del mismo sexo -con derecho a adopción conjunta de los hijos habidos en uniones heterosexuales previas- ha resultado un gran éxito. No es ninguna sorpresa, pues un 75% de los italianos, según las encuestas, son contrarios a la adopción por parejas homosexuales. Con esos números, ¿puede darse a la ley por detenida? Claro que no. También en España existía hace diez años una oposición mayoritaria a la “homoparentalidad”; también aquí tuvieron lugar manifestaciones masivas.

    Y no digamos en Francia, donde La Manif Pour Tous (LMPT) reunió varias veces un millón de personas contra la ley Taubira, multiplicó durante meses concentraciones por todo el Hexágono, soportando una represión policial desproporcionada, y elaboró finamente sus argumentos evitando toda “homofobia” e insistiendo en la perspectiva infantocéntrica: el matrimonio no es una certificación jurídica del amor -¿acaso necesitan los sentimientos un sello oficial?- sino una institución que incentiva la formación y perduración de parejas estables, capaces de engendrar y educar hijos; el matrimonio sólo puede ser de hombre y mujer, pues la reproducción humana es sexual; la “homoparentalidad” –mediante procreación asistida o maternidad subrogada- implica privar deliberadamente (no de manera accidental, como en la adopción clásica) al nino de la posibilidad de educarse con su padre y madre biológicos.

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    Y criarse con sus progenitores biológicos es lo mejor para él, como supieron durante milenios todas las culturas, y como acreditan hoy los estudios sobre bienestar infantil: los ninos educados por su padre y madre tienen mejor salud, equilibrio emocional, aprovechamiento escolar, probabilidad estadística de permanecer alejados de delincuencia y adicciones, etc. El matrimonio asegura la coincidencia entre la paternidad biológica y la social: el hombre y la mujer que engendraron al hijo deben permanecer juntos para cuidarlo.

    En España, el movimiento pro-familia parece haber perdido fuelle, desorientado por la llegada al poder del PP

    Argumentos potentes, movilizaciones exquisitamente cívicas… Pero nada de eso las salvó de ser ridiculizadas como carca-residuales por los medios “progresistas”, hegemónicos en ambos países. Las leyes sobre matrimonio fueron aprobadas. En España, el movimiento pro-familia parece haber perdido fuelle, desorientado por la llegada al poder del PP (“los nuestros”) y dubitativo después (“es que si no vienen los otros, que son peores”) en cuanto al grado de beligerancia a desplegar contra un gobierno Rajoy que no ha tocado una sola coma de la legislación zapaterina de ingeniería social.

    En Francia, LMPT ha sobrevivido a la aprobación de la ley Taubira, reconvirtiéndose en plataforma permanente que –sin dejar de reclamar la derogación de aquella- lucha ahora contra la legalización de la maternidad subrogada y la procreación médicamente asistida: superación a lo Brave New World de la reproducción sexual que, como advirtió en su momento LMPT, es consecuencia inevitable del reconocimiento del matrimonio gay. Al “derecho al matrimonio” le sigue siempre el “derecho al hijo”.

    El bando progresista no tiene otras bazas que la sensiblería buenista y un decreto tramposo de fatalidad histórica: “los tiempos han cambiado”, “no se puede parar el progreso”. Laurent Wauquiez, político de la UMP que se significó por su apoyo a LMPT, lo pone de manifiesto: “Todo el mundo me decía: con sólo 40 años, ¿por qué quieres arruinar tu futuro político apoyando una causa retrógrada?”.

    El progresismo es cronolatría: un guión providencial de la Historia garantizaría que lo nuevo sea siempre mejor que lo antiguo. La fe en la bondad infalible del progreso es tan irracional como su gemela, el “cualquiera tiempo pasado fue mejor” de los reaccionarios. La historia es un gran cementerio de causas que en su momento pasaron por modernísimas. El racismo de Gobineau y la eugenesia de Galton eran ideas de vanguardia a finales del XIX. Los fascistas de 1935 despreciaban la democracia liberal como una antigualla decimonónica de burgueses enlevitados. Igual que los marxistas que hacia 1970 dominaban medio planeta con tanques y las universidades del otro medio con profesores a lo Althusser: era “inevitable” que el capitalismo fuese sustituido por el socialismo.

    Del Vaticano no sopla ya un fuerte viento a favor de los “principios innegociables” en materia de bioética y familia

    El movimiento familiar italiano es clave porque, de triunfar, rompería el hechizo de fatalidad progresista que parece pesar sobre Occidente. Europa oriental ha levantado ya un dique frente al “progreso” (referéndum esloveno, blindaje del matrimonio hombre-mujer en la Constitución húngara, etc.), pero Liubliana no tiene el peso simbólico de Roma o París.

    Generazione Famiglia es, además, un movimiento verdaderamente laico, al que la jerarquía eclesiástica se ha apuntado tarde y con división interna. Del Vaticano no sopla ya un fuerte viento a favor de los “principios innegociables” en materia de bioética y familia: el énfasis prioritario ha pasado a las cuestiones ecológicas, inmigratorias y económicas.

    El periódico episcopal Avvenire dedicó una atención sólo marginal a la gran concentración pro-familia de Junio, que fue ignorada por Sat2000, la 13TV italiana. El secretario general de la Conferencia Episcopal es monseñor Galantino, que declaró en 2014: “No me identifico con los rostros inexpresivos que rezan el rosario a las puertas de las clínicas donde se interrumpe el embarazo”. La movilización sí ha sido apoyada por obispos como Bagnasco o Caffarra.

    Mientras tanto, esta misma semana, el presidente portugués Cavaco Silva vetaba la ley sobre adopción por parejas homosexuales. Y Sarkozy, que se había comprometido a la derogación de la ley Taubira si triunfa en 2017, anunció que ha cambiado de opinión. Como Rajoy en Ifema, tampoco él quiere ser un obstáculo para el progreso. LMPT tendrá que repensar su estrategia de influir sobre Los Republicanos, la gran fuerza de centro-derecha.

    Pues he aquí que la diputada del FN Marion Marechal-Le Pen se ha distinguido por un apoyo constante a la causa pro-familia. La eterna traición del centro-derecha, ¿va a obligar al movimiento familiar a refugiarse en la ultraderecha? La batalla sigue, y el futuro no está escrito.

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    Francisco J. Contreras Peláez (Sevilla, 1964) es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla. Autor de los libros: Derechos sociales: teoría e ideología (1994), Defensa del Estado social (1996), La filosofía de la historia de Johann G. Herder (2004), Savigny y el historicismo jurídico (2004), Tribunal de la razón: El pensamiento jurídico de Kant (2004), Kant y la guerra (2007), Nueva izquierda y cristianismo (2011, con Diego Poole), Liberalismo, catolicismo y ley natural (2013) y La filosofía del Derecho en la historia (2014). Editor de siete libros colectivos; entre ellos, The Threads of Natural Law (2013), Debate sobre el concepto de familia (2013) y ¿Democracia sin religión? (2014, con Martin Kugler). Ha recibido los premios Legaz Lacambra (1999), Diego de Covarrubias (2013) y Hazte Oír (2014). Diputado de Vox por Sevilla en la XIV Legislatura.