Leo en un artículo del INE, que hay 97.000 divorcios al año en España. Más de la mitad de las bodas que hubo en 2016, 171.000. En él se dice que hay dos tipos de divorcio: el civilizado y el incivilizado. Se detiene en analizar que uno de cada cuatro divorcios acaba mal, y uno de cada diez, muy mal.
Continúa el artículo explicando que esos divorcios que acaban mal suponen un problema para los hijos. Sobre todo cuando los padres los utilizan como arma arrojadiza y los hijos ven y viven las peleas y desavenencias entre sus padres.
Acertadamente Javier Urra, primer defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, dice que esos niños “con el paso del tiempo pueden convertirse en adultos problemáticos, tóxicos, inseguros, celosos…”.
Pero del artículo se desprende que hay otros divorcios en los que el menor no sale perdiendo. Lucía Del Prado, de la fundación Filia de Apoyo al Menor, dice: “Falta una cultura de divorcio responsable”. Y debo decir que no puedo estar más en desacuerdo con esta afirmación. Incluso me atrevería a decir que es esa filosofía la que más daño hace a todos, a padres y a hijos. Nos dijeron que con el divorcio exprés habría más bodas y lo único que ha habido son más parejas rotas.
Enseñemos a nuestros hijos desde muy pequeños, de palabra y con el ejemplo, que el amor es entrega, donación, sacrificio, renuncia y sobre todo libertad
Lo que necesitamos en España es una cultura del matrimonio responsable. Es la empresa más importante de cuantas vayamos a emprender, la única que merece todo nuestro tiempo, esfuerzo y dedicación, y con leyes como la del divorcio exprés y filosofías como la mencionada en el artículo, no se hace más que infravalorarla, diluirla y al final borrarla del mapa.
No hay un solo divorcio que no perjudique a los hijos. Dejemos de invertir tanto tiempo y recursos en saber qué hacer cuando ocurre y empecemos a pensar cómo evitarlo. Podemos empezar por desterrar de la familia la cultura de usar y tirar, que todo lo invade.
Pongamos todos los recursos en enseñar la cultura del amor, la cultura del matrimonio responsable y enseñemos a nuestros hijos desde muy pequeños, de palabra y con el ejemplo, que el amor es entrega, donación, sacrificio, renuncia y sobre todo libertad. El amor no acaba cuando uno se cansa de él.
Quizá así consigamos que nuestros hijos se casen, que ya es mucho y que cuiden de esa empresa como cuidarían de cualquier otra, que los números dicen que en España es poco habitual.
¡Menos cultura del divorcio responsable y más cultura del matrimonio responsable!
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