El caso de ‘La Manada’ de los sanfermines de 2016, juzgados bajo la acusación de haber violado de forma grupal a una joven en las fiestas patronales de Pamplona, ha sido seguido con todo interés por los medios de comunicación.
Hasta ahí, correcto. Como es obvio, y a pesar de los juicios mediáticos, serán los jueces los que, esperemos que pronto, dicten sentencia tras la celebración del juicio en las pasadas semanas. Todo apunta a que serán declarados culpables.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDicho esto, el caso resulta oportuno para algunas reflexiones, que pueden ser tangenciales para muchos, pero resultan muy significativas.
Por una parte, cabe destacar la doble o triple vara de medir que se aplica en estos casos. Porque este caso, como en el de los futbolistas de la Arandina (acusados de violar a una niña de 15 años), han sido ampliamente comentados, mientras otros han sido muy escondidos.
Por ejemplo, poco se ha hablado de la detención de varios chicos, estos menores de edad, acusados de haber violado a una niña de 13 años durante la celebración de las hogueras de san Juan en Alicante este verano.
Tampoco se ha hablado demasiado de la detención por idénticos motivos de cuatro amigos de entre 26 y 32 años que aprovecharon la noche del 26 de diciembre de 2016 para dar rienda suelta a su perversión en la localidad canaria de Mogán utilizando para ello a una turista danesa.
¿Qué tienen estos dos casos para que hayan pasado prácticamente desapercibidos para la inmensa mayoría de la sociedad española? En realidad, no hay motivo. Son hechos muy parecidos, con el común denominador de que un grupo de varones son detenidos acusados de haber violado a una mujer.
Pero he aquí que en los casos de Alicante y Canarias, los menos difundidos, los agresores no eran españoles, sino marroquíes. ¿Y qué importancia puede tener este dato? Más de la que muchos siquiera sospechan.
«Se considera que en España la violencia del hombre contra la mujer es ‘cultural’. Esta afirmación supone una acusación global e indiscriminada contra todo varón español»
Las leyes contra la violencia machista -mal llamada ‘de género’, incluso contra el criterio de la Real Academia Española- se basan en dos premisas básicas. Una es que la violencia del hombre sobre la mujer merece más castigo penal y social que la violencia de cualquier otro tipo. No entraremos en ello en esta ocasión.
La otra, es que se considera que en España la violencia del hombre contra la mujer es «cultural». Esta afirmación supone una acusación global e indiscriminada contra todo varón español por el mero hecho de serlo.
Es curioso como se oculta de forma sistemática la nacionalidad de los agresores, salvo que sean españoles. Este mismo miércoles el demógrafo socialista Joaquín Leguina subrayaba en COPE este hecho. Y en concreto, que alrededor del 50% de quienes han asesinado a mujeres sean originarios de otras latitudes.
Sobre todo, porque si se ocultan datos del problema se hace mucho más difícil alcanzar las soluciones.
Como es obvio, nada aporta sobre el hecho concreto de una violación la nacionalidad del agresor. A la víctima poco o nada le puede importar con qué pasaporte viaja semejante especímen.
Pero sobre el análisis global, sí tiene su valor. Porque si al menos el 50% de los agresores de este tipo de delitos no tiene nacionalidad española, se cae una de las principales patas sobre las que se asienta la legislación vigente al respecto e, insistimos, sobre la puesta en marcha de soluciones eficaces.
Esto, respecto al ocultamiento -o al menos a la menor difusión- en función de la nacionalidad.
«Ni siquiera me parece correcto en el caso de que semejante bacanal hubiera sucedido con el consentimiento expreso de todos y cada uno de sus protagonistas»
Por otro lado, cabe una reflexión respecto a cómo se vive la sexualidad. En la sociedad se ha extendido desde hace décadas la idea perniciosa de que la sexualidad es algo banal, que se puede poner en juego de cualquier forma, en cualquier lugar, casi a cualquier edad, sin límite alguno.
Que nadie piense que trato de justificar lo más mínimo una violación, mucho menos las de los casos citados. Jamás. Me repugna.
Pero es que ni siquiera me parece correcto en el caso de que semejante bacanal hubiera sucedido con el consentimiento expreso de todos y cada uno de sus protagonistas. Esa forma de rebajar la sexualidad no es sino una manera de despreciar y pisotear la dignidad del ser humano.
Dejaremos también a un lado por ahora cómo demonios se consigue demostrar ese consentimiento sexual cuando no hay cámaras o papeles firmados de por medio. Porque salvo otras pruebas, puede llegar a ser una palabra contra la otra. Y tal y como está la ley, el varón tiene todas las de perder.
Además, ustedes pensarán que en qué mundo vivo, pero no me parece muy normal que una niña de 15 años se suba al piso de unos muchachotes a los que acaba de conocer de madrugada. Tampoco que unas niñas de 13 años anden de juerga en la playa de Alicante a según qué horas, por muchas fiesta de san Juan que sea.
Evidentemente su imprudencia no justifica la agresión que puedan sufrir, cosa que aclaro para quienes lo necesiten.
En todo caso, para afrontar estos peligros hay que empezar a educar mucho antes. Si en vez de decir «experimenta», les decimos a nuestros hijos «respétate y respeta» habremos ganado mucho.
Si en vez de decirles que «no pasa nada» les decimos que sean «responsables de sus actos» y que no lo fíen todo a plastificarse o al pildorazo, habremos avanzado. Lo mismo que si les hacemos comprender que la sexualidad no es un juego, sino un acto de entrega total, no de aprovechamiento del otro.
Es paradójico y triste que un concepto tan hermoso como el de manada, que significa orden, respeto al líder, defensa del débil, protección común, posibilidad de crecimiento, equilibrio natural, etc. se haya convertido en sinónimo de depredación sexual.
Como es lamentable que se denuncien con fuerza unos casos y se oculten otros, para no contradecir los dogmas del feminismo de tercera generación, que flaco favor hacen a las mujeres.