Por Pablo Gutiérrez Carreras.
Tenía que escribir algo con respecto a esta ley que se ha llamado de protección integral contra la discriminación por diversidad sexual y de género de la Comunidad de Madrid. La verdad es que mi optimismo un tanto bobalicón se ha dado de bruces con la realidad. La aprobación de la esta ley, en teoría, contra la discriminación, forma parte de una dinámica que ya se había manifestado y que no se detendrá aquí.
Mi impresión inicial fue que se estaban cumpliendo paso a paso, la predicción de aquel arzobispo, creo que de Chicago, que decía que a ellos, los obispos, por defender la santidad del matrimonio entre hombre y mujer ahora les insultaban, pronto les multarían, después les meterían en la cárcel.
De primeras creí que esta ley era una ley para multar al disidente, como paso previo a su encarcelación; pero esta primera impresión no es exacta. Leyendo la ley, rehago el juicio. No es tanto una ley para criminalizar al disidente (algo hay, pero poco), como una ley de imposición total de una ideología, empezando por imponérsela a los más pequeños, los ninos. Cierto que el siguiente paso será, si no lo evitamos, la criminalización del disidente, pero eso, hoy por hoy, no está en la ley.
Permítaseme que, en medio de mi estado de shock, el que ha sacudido mi ingenuo optimismo, no pierda al menos, el sentido del humor. Porque me parece que dentro de poco vamos a tener que hablar con circunloquios: “La Iglesia nos recuerda que determinados ‘actos singulares’ son ‘materia de confesión’” y cosas así de elevadas.
«De momento, no me imagino a un juez multándome por decir que para mi hijo deseo que encuentre en la vida una mujer tan extraordinaria como mi madre o tan maravillosa como mi mujer»
Y entonces comprobaremos cosas divertidas. Se generarán comisiones informales de censura para ver qué escritos se llevan ante el juez y qué escritos no. Habrá grandes debates sobre si términos como “actos singulares”, “materia de confesión” son delictivos o no.
Porque, de momento, no me imagino a un juez multándome por decir que para mi hijo deseo que encuentre en la vida una mujer tan extraordinaria como mi madre o tan maravillosa como mi mujer.
Esto va a parecer Gomera…, quiero decir, Gomorra, no, esto… Babel, caramba
Pero nadie en su sano juicio se dedicará a estos análisis lingüísticos. Bueno, rectifico, nadie en su sano juicio, es decir, que se juegue sus euros, se dedicará a esto; pero con dinero público serán muchos los que no tendrán problema en dedicarse a molestar a jueces y fiscales para multar a quien hable de “actos singulares”, “materia de confesión”. Se admiten apuestas.
Puede ser que pronto tengamos que hablar con double entendre, para burlar la censura. Aunque si nosotros nos ponemos a hablar con double entendre, y ellos siguen hablando con el suyo, así no va a haber ya quien se entienda. Esto va a parecer Gomera…, quiero decir, Gomorra, no, esto… Babel, caramba.
A Santo Tomás Moro lo decapitaron porque no se asimiló a la nueva religión del Rey Enrique VIII. Todo empezó por defender un matrimonio
Mientras no tengamos himnos, tendremos que pedirlos “prestados”. Me propongo escuchar con más devoción que nunca la canción “No es lo mismo” de Alejandro Sanz. ¿Seremos insultados por dar una interpretación determinada a su letra? Pues parafraseando a Alejandro Sanz, yo puedo decir que “no estamos en venta”, “nuestra voz no la vendemos”, y “lo que opinen de nosotros”…
Porque aunque pueda llegar la censura hay silencios que gritan bien alto. Con el asunto este de la ley de Cifuentes, me viene “a la cabeza” el viejo affaire que supuso la separación irreversible de la cabeza de Santo Tomás Moro de su cuerpo.
Lo decapitaron porque no se asimiló a la nueva religión del Rey Enrique VIII. Él nunca fue infiel al rey, pero su voz no la vendió, no estaba en venta, así que lo mataron. Todo empezó por defender un matrimonio, ¡qué cosas pasan!
Es previsible que haga nacer una ralea de seres que crecen en las guerras: los delatores, esos que en los estados totalitarios cumplen un papel profiláctico muy interesante
Hay un aspecto muy preocupante de la ley, materia (aunque no de confesión) para otro artículo, que son las multas para quien haga terapias de “conversión” o “aversión”, hasta de 45.000 euritos.
Tal y como está redactado el artículo es previsible que haga nacer una ralea de seres que crecen en las guerras: los delatores, esos que en los estados totalitarios cumplen un papel profiláctico muy interesante. A veces tienen un final desastroso, pero eso es harina de otro costal.
Lo interesante es que de este modo se va a invertir, lenta pero irremisiblemente, una tendencia: cuando el lobby LGTBI pasa a ser inquisidor, juez y fiscal pierde el glamour. Insultar al que piensa distinto, imponerle multas y encarcelarlo puede dar miedo, pero no tiene glamour.
En cualquier caso, no nos asimilaremos a esta imposición, “no venderemos nuestra voz”, y “lo que opinen de nosotros”… “¿A quién le importa?”, que diría Alaska.
* N. de la R. Próximamente, publicaremos la segunda parte de esta reflexión, en Actuall.com.
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