Cuando el Ministerio de Propaganda (perdón de Igualdad y Sanidad) celebra el Día de la Mujer Trabajadora, no pienso en Leire Pajín, la Leni Riefensthal de Benidorm; ni en Bibiana Aído, la Lara Croft de nombre almodovariano. Ni en Soraya, Andrea Levy, o Cristina Cifuentes.
Ni tampoco en esa brigada de ejecutivas, las CEO, en las sufridas becarias (esquivando puñaladas y procacidades), o en esas esforzadas superwomen, que suben a diario al trapecio tragándose el vértigo de la competencia laboral. Si la igualdad es un mito, la conciliación es circo de tres pistas.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraTe lo confiesa mucha Pinito del Oro, trapecista del mundo laboral, profesional madura, que descubre a los 45 que la engañaron con el máster, la escalada de peldaños en la empresa, el triunfo… Descubre que ha vendido la maternidad por un bolso de Hermés. Y ya es tarde para dar marcha atrás.
Tampoco pienso en quienes deciden tener las dos cosas (familia y trabajo), y que merecen ovación y vuelta al ruedo por su coraje: los críos por un lado, y extenuantes maratones como jueza, médica, cajera, taxista por otro… y esa sensación de no llegar a nada.
Les corroe la duda:¿soy buena madre? Y lo tienen claro: ante el dilema –carrerón o hijos-, algunas renuncian –si pueden- al carrerón. Prefieren quedarse con la jornada intensiva, aunque sea a costa de no ascender y no llegar jamás a general de su empresa. Se quedan en alféreces provisionales.
Alguna, muy aislada, logra la proeza de trascender lo efímero y consigue una nota a pie de página en el Programa de las Fiestas de su Multinacional. Alguna pasa a la Historia de su promoción, por haber logrado el Premio Fin de Carrera, o ya de mayor, por haber sido nombrada Empresaria Ejemplar. ¿Y? Nadie hablará de ella cuando haya muerto… como los hombres, los vanidosísimos hombres, no nos engañemos. Eso sí que es igualdad.
Unas señoras anticuadísimas que ya están fuera de la circulación y que jamás en su vida celebraron el Día de la Mujer Trabajadora
Cuando el Ministerio de Propaganda celebra los fastos de la Mujer Trabajadora, muchos de mi generación –los que ya peinamos canas- nos acordamos de nuestras madres.
Unas señoras anticuadísimas que están ya fuera de la circulación, ejerciendo de abuelitas, o en el nirvana de la mesa camilla, asediadas por la artritis o el alzheimer, y que jamás en su vida celebraron el Día de la Mujer Trabajadora, porque ellas ni siquiera sabían que eran mujeres trabajadoras.
Y sin embargo… Sin salir de las cuatro paredes de su hogar daban sopas con honda a las superejecutivas de eficiencia y taconazo. La mayoría no habían pasado por la Universidad y sólo tenían el Bachiller y, en todo caso, secretariado, contabilidad y un poquito de francés. Se habían casado muy jovenes, sin piso, sin coche, sin red… hablo de la Edad de Piedra, cuando sólo había dos canales de televisión en blanco y negro, y no todas las casas tenían lavavajillas.
Pero aquellas señoras anticuadísimas, que no tenían másters ni habían salido al extranjero –porque el único avion que tomaron fue un Spantax para la luna de miel en Mallorca- eran las mejores educadoras: porque enseñaban todo lo que sabían; podían responder a cualquier duda en cualquier momento del día o de la noche y estaban a disposición de sus alumnos mucho antes de preescolar: desde que nacían.
Eran las mejores médicos, porque ofrecían al enfermito justo lo que el Insalud le escamoteaba mezquinamente: atención rápida y solícita. Frenadoles con cariño. No hay listas de espera para el paciente, no hay libranza después de agotadoras guardias para la doctora. Todo para el enfermo, nada para la médico
Aquellas señoras anticuadísimas eran las mejores ministras de Economía, aunque la familia sea por definición una ruina, sobre todo si es numerosa. El dinero desaparece en packs de leche, paquetacos de dodotis, zapatos y flautas de pan que los angelitos depredan como el tigre de Mowgli.
Y sin embargo, las ministras sacan partido a sus exiguos fondos, con un control de costes que para sí quisieran las empresas del Ibex. Y ponían, en fin, la guinda de la humanidad a la cota de efectividad.
Lo grande es que no solo llegaban a todo -no me pregunten cómo-, sino que estaban en el detalle, en fruslerías tales como acordarse de un cumpleaños o colocar unas flores en el office. Con la cabeza en mil cosas a la vez, pero sacando tiempo para cualquiera que lo necesitara. No solo tenían el don de la ubicuidad, sino también el de la disponibilidad: una rareza en la sociedad post-egoísta.
No hacía falta Cifuentes y su Gestapo de la Igualdad de Trato para que supiéramos que la mujer da mil vueltas al hombre
Nadie hablará de ellas cuando hayan muerto. Pero sin ellas, sin las que se quedaban en El Álamo del hogar, el tinglado se venía abajo.
No hacía faltan Bibiana Aído o Cifuentes y su Gestapo de la Igualdad de Trato para que supiéramos que la mujer da mil vueltas al hombre: puede imitarle perfectamente e invadir países, lanzar opas o cambiar el rumbo de la Humanidad…, pero no lo necesita por que ha sido siempre, desde los tiempos de Ulises y Penélope, el motor oculto y fecundo de la Historia, mediante la transmisión de la vida y los valores. Ése es su secreto.