Ha pasado ya más de una década desde que en España se aprobara la ley que equiparó jurídicamente el matrimonio a las uniones entre personas del mismo sexo, habilitando para ellos la capacidad jurídica para adoptar de forma conjunta.
Dicha medida se tomó contra la evidencia biológica y por imposición de los dictados del lobby LGTBI, con la annuencia de un Gobierno, el de José Luis Rodríguez Zapatero, que no dejó escapar la más mínima oportunidad de asolar ideológicamente nuestro sistema legal.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraMás allá de que sea cuestionable aunque sólo fuera por motivos meramente biológicos la idoneidad de este tipo de uniones, es necesario poner la lupa sobre los ninos que se han visto perjudicados al conculcarse el derecho a tener un padre y una madre.
Porque lo que perjudica a los ninos que se crían con parejas del mismo sexo, no es tanto que sus miembros sean más o menos adultos, maduros, inteligentes, pacientes, cariñosos o responsables. Ni siquiera porque se sientan afectiva y sexualmente atraidos por personas de idéntico par 23 en su cadena génica.
Es «por la propia naturaleza de la relación homosexual». Si usted considera que esto es una aberración y que yo soy un homófobo cavernario por suscribirlo y afrimarlo, le ruego que respire un momento. Que la frase no es mía.
Se trata de la reflexión de Heater Barbick, autora the ‘Heater tiene dos madres’ que fue criada por su madre y una mujer. Fue defensora del matrimonio homosexual, pero ahora defiende los derechos de los ninos. Está casada y tiene cuatro hijos.
En marzo de 1015, publicó una bellísima carta en The Federalist, que no me resisto a reproducir. Ella la tituló ‘Querida comunidad gay: vuestros chicos están heridos’:
Comunidad gay: soy vuestra hija. Mi madre me crió con su pareja del mismo sexo allá por los 80 y 90. Ella y su marido estuvieron casados por poco tiempo. Ella sabía que era gay antes de casarse, pero las cosas eran diferentes entonces.
Así es como llego a este punto. Fue complicado, como te puedes imaginar. Ella le dejó cuando yo tenía dos o tres años, porque quería tener la oportunidad de ser feliz con alguien a quien realmente amara: una mujer.
Mi padre no era un gran tipo, y después de que ella le abandonara, no se molestó en aparecer nunca más.
¿Recuerdas el libro ‘Heather tenía dos madres’? Esa es mi vida. Mi madre, su compañera y yo vivíamos en una pequeña y acogedora casa en los suburbios de una zona muy progre y mentalmente abierta.
«Os escribo porque estoy saliendo del armario: no apoyo el matrimonio gay»
Su compañera me trató como si yo fuera su propia hija. Junto con la compañera de mi madre, también heredé una comunidad muy unida de amigos gais y lesbianas. ¿O tal vez me heredaron ellos a mí?
En todo caso, todavía siento que la gente gay es mi gente. He aprendido mucho de vosotros. Me enseñasteis a ser valiente, en especial cuando es difícil. Me enseñasteis empatía. Me enseñasteis cómo escuchar. Y cómo bailar. Vosotros me enseñasteis a no tener miedo de las cosas que son diferentes. Y me enseñasteis cómo mantenerme en pie por mí misma, incluso si eso significaba permanecer de pie sola.
«No es porque seáis gais. Os quiero, mucho. Es por la propia naturaleza de la relación homosexual»
Os escribo porque estoy saliendo del armario: no apoyo el matrimonio gay. Pero probablemente no sea por las razones que estáis pensando.
Los ninos necesitan una madre y un padre
No es porque seáis gais. Os quiero, mucho. Es por la propia naturaleza de la relación homosexual.
Mientras crecía, e incluso entrando en mi veintena, apoyé y defendí el matrimonio gay. Sólo con el paso del tiempo y cierta distancia con mi niñez soy capaz de reflexionar sobre mis experiencias y de reconocer las consecuencias a largo plazo que la paternidad homosexual me han acarreado.
«Muchos de nosotros, muchos de vuestros chicos, estamos heridos. La ausencia de mi padre ha creado un enorme agujero en mí y he sufrido cada día por un padre»
Y es sólo ahora, cuando miro a mis hijos amando y siendo amados por su padre cada día, que puedo ver la belleza y la sabiduría del matrimonio y la paternidad tradicional.
El matrimonio y la paternidad del mismo sexo ocultan a una madre o a un padre al hijo, mientras se le dice que no pasa nada. Que todo es lo mismo. Pero no es así. Muchos de nosotros, muchos de vuestros chicos, estamos heridos. La ausencia de mi padre ha creado un enorme agujero en mí y he sufrido cada día por un padre. Quise a la compañera de mi madre, pero otra madre nunca podrá reemplazar al padre que perdí.
Crecí rodeada de mujeres que aseguraban que no necesitaban o que no querían a un hombre. Sin embargo, como una pequeña niña, desesperadamente quería un papá. Es algo extraño y confuso deambular con este profundo dolor que no se puede apagar por un padre, un hombre, en una comunidad que dice que los hombres no son necesarios.
Hubo ocasiones en las que me sentí muy enfadada con mi padre por no estar ahí para mí y hubo otras en las que me enfadé conmigo misma por incluso querer un padre con el que empezar. Hay partes de mí que todavía sufren hoy por esa pérdida.
«Se nos dice que no necesitamos aquello por lo que de forma natural anhelamos. Que vamos a estar bien. Pero no es así. Nos hace daño»
No digo que no podáis ser buenos padres. Podéis. Yo tuve una de las mejores. Tampoco estoy diciendo que crecer con padres heterosexuales signifique que todo va a ir bien. Sabemos que hay muchas formas diferentes de que la familia se rompa y lleve a los hijos al sufrimiento: divorcio, abandono, infidelidad, abuso, muerte, etc.
Pero, de largo, la mejor y más exitosa estructura familiar es una en la que los ninos con criados por una madre y un padre.
El matrimonio homosexual no se limita a redefinir el matrimonio, sino también la paternidad. Promociona y normaliza una estructura familiar que necesariamente nos niega algo precioso y fundacional. Nos niega algo que necesitamos y, mucho más, mientras al mismo tiempo se nos dice que no necesitamos aquello por lo que de forma natural anhelamos. Que vamos a estar bien. Pero no es así. Nos hace daño.
Si alguien puede hablar de cosas duras, somos nosotros
Los hijos de padres divorciados tienen potestad para decir: “Oid, mamá y papá, os quiero pero el divorcio me machacó y ha sido muy duro. Hizo añicos mi confianza y me hizo sentir como si hubiera sido culpa mía. Es muy duro vivir en dos casas diferentes”.
Los hijos adoptados tiene el derecho de decir: “Escuchad, padres adoptivos, os quiero. Pero esto es muy duro para mí. Sufro porque mi relación con mis primeros padres se rompió. Estoy confundido y les echo de menos incluso sin haberlos conocido”.
Pero a los hijos de parejas de personas del mismo sexo no se les ha dado la misma voz. No se trata sólo de mí. Somos muchos. Muchos de nosotros estamos demasiado asustados para hacernos oír y hablaros de nuestro dolos y sufrimiento, porque, por cualquier razón, parece que no estáis escuchando. Lo que no queréis oír. Si decimos que hemos sido dañados por haber sido criados por parejas del mismo sexo, hemos sido ignorados o etiquetados como enemigos.
Esto no tiene nada que ver con el odio. Sé que entendéis que el dolor de una etiqueta que no encaja y el dolor de otra que se utiliza para difamar o silenciar. Y sé que realmente habéis sido odiados y que con certeza os habéis sentido heridos.
Estuve ahí, en las manifestaciones, cuando ellos elevaban pancartas que decían “Dios odia a los maricas” y “el sida cura la homosexualidad”. Lloré y me revolví con rabia allí, en la calle con vosotros. Pero no es mi caso. No el nuestro.
Sé que es una conversación difícil. Pero tenemos que hablar de ello. Si alguien puede hablar de cosas duras, somos nosotros. Vosotros me lo enseñasteis.
Que no lo digo yo, que lo dice una mujer que se crió con dos lesbianas.