Que se quiten las máscaras y dejen de fingir.
El 8 de marzo de 2018, el del #TooMe, y el Pacto de Estado de la Violencia de Género, de la demonización del varón por ser varón y las nuevas y retorcidas formas de censura contra todo lo que se mueve se ha convertido en la Noche de los Cristales Rotos de las feminazis.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraNo hay más que ver el tono agresivo y liberticida de la huelga convocada en España; la intolerancia del “soviet” feminista contra las mujeres que no se suman a los paros porque no pueden permitirse el lujo de no trabajar (como la cantante Luz Casal); el hecho de que la hayan convocado los saurios del Jurásico marxista (Podemos e Izquierda Unida); que la jaleen organizaciones feministas que como los viejos sindicatos se mantienen gracias al dinero público; y que no obedezca sólo a una reivindicación salarial (la controvertida brecha) y el enemigo a batir ya no sea el patrón de la vieja lucha de clases, sino el varón de la actual lucha de sexos.
El objetivo no es la igualdad sino la revancha. Y demostrar al mundo mundial que si las mujeres echan el freno, la máquina se para (como si no lo supiéramos desde los tiempos de Ulises y Penélope).
El eslogan “Nosotras cuidamos, nosotras paramos” no es sino el “Nosotras parimos, nosotras decidimos” reciclado
Por eso, las convocantes llaman a secundar los paros no sólo en fábricas y oficinas sino también en el hogar y el cuidado de niños, ancianos y enfermos (el eslogan “Nosotras cuidamos, nosotras paramos” no es sino el “Nosotras parimos, nosotras decidimos” reciclado).
Ese desprecio al varón tiene su correlato paradójico en un desprecio a la mujer. O no tan paradójico, pues varón y mujer están referidos el uno al otro, igual que la mano derecha está referida a la izquierda y es impensable la una sin la otra, según decía Julián Marías. Pero lo que ha unido la naturaleza, lo separa el feminismo –como apunta en Actuall Candela Sande–.
Nada es más antifemenino que la revolución que va de Simone de Beauvoir a Amelia Valcárcel (“no impongamos dulzura, hagámonos brutales”), pasando por Judith Butler (la “papisa” del ‘Génder’).
Y ese es el combustible ideológico del 8-M. En ‘El segundo sexo’ de Beauvoir está fijada la hoja de ruta de lo que estamos viendo estos días:
- Desprecio por la feminidad, considerada algo “viscoso”, siguiendo a Jean-Paul Sartre, en El ser y la nada. El cuerpo de la mujer “es una fuente de vergüenza”; la mujer es víctima de su «esclavitud menstrual» llega a decir Beauvoir.
- Negación de lo más entrañable y esencial de la mujer: la capacidad de albergar y dar vida. De suerte que considera el embarazo una “mutilación” y al feto un “parásito” y “nada más que carne”.
- Uso de la violencia para acabar con el “parásito”. Y Beauvoir aboga por el aborto como liberación. Setenta años después el aborto va camino de convertirse en un derecho humano.
La víctima de esta revolución, que demoniza al varón pero se carga por el camino la feminidad, es el niño. Y aquí reside el carácter totalitario del feminismo radical y la ideología de género.
Lo dice la filósofa judía Hannah Arendt, que conocía de primera mano y no de oídas el horror del nazismo, al afirmar que el totalitarismo tiene como principio el rechazo del nacimiento.
El terror, explica Arendt en El origen de los totalitarismos, “debe eliminar no sólo la libertad en cualquiera de sus manifestaciones, sino también la fuente misma de la libertad: el hecho del nacimiento del hombre y en la capacidad que ese hombre tiene de ser un nuevo comienzo”.
“Estamos costeando de nuestro bolsillo esta revolución que convierte a la mujer en un lobo para el hombre y un enemigo para el hijo que crece en sus entrañas”
En resumidas cuentas, que usted y yo estamos pagando con nuestro dinero -el maná presupuestario que engorda a organizaciones feminazis y a los partidos huelguistas Podemos e IU- su reivindicación de la violencia; y la revolución que pretende acabar con lo femenino al dinamitar el concepto de madre (“mueble y ladrillo doméstico” según Georges Bataille, otra ‘lumbrera’ de la transgresión) y convertir a la mujer en un lobo para el hombre y un enemigo para el hijo que crece en sus entrañas. Es decir, lo más forzado y antinatural que quepa imaginar.
Pero así es esta revolución, que acaba de desenmascarar Gabriele Kuby en el libro La revolución sexual global, la destrucción de la libertad en nombre de la libertad. Se lo recomiendo a ustedes, es un manual imprescindible para comprender este insensato asalto al Palacio de Invierno masculino.