Durante las próximas tres semanas la Iglesia celebrará algo más que un Sínodo. Lo que aparentemente debería ser una cita ordinaria para asesorar al Papa se ha convertido en un asunto de primera magnitud y que puede marcar el futuro de esta institución milenaria.
Si de algo sirvió el Sínodo Extraordinario de 2014 fue para que casi todos pusieran las cartas sobre la mesa mientras el Papa Francisco observaba en silencio. El acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar civilmente centró aquella cita y eclipsó el resto de asuntos. Pero esta petición era sólo la punta del iceberg, pues en el fondo lo que se buscaba era modificar la doctrina moral y sexual.
¿Qué va a pasar en este otro Sínodo del 2015? Lo primero que hay que destacar es que existen dos bandos. Y que son claros, diferenciados y públicos. Los obispos africanos y norteamericanos defienden la tradición, mientras que alemanes y suizos piden una “revolución” sobre el matrimonio similar a la que produjo el gran cisma de Lutero en el siglo XVI.
Un Sínodo ordinario pero muy extraordinario
Cinco siglos después la Iglesia no sólo puede enfrentarse a un cisma, aunque algunos cardenales como Walter Kasper dicen abiertamente que ya existe, sino que el mayor riesgo es que intenten cambiar la doctrina; que lo que se ha hecho durante más de 2.000 años ahora no tenga ningún valor. Es decir, que el relativismo moral que tanto denunció Benedicto XVI sea la nueva referencia a seguir.
Esta hipótesis parece complicada y puede parecer alarmista pero durante los últimos meses obispos y cardenales ya han avisado de que todo está en marcha y que les da igual si del Sínodo sale la decisión de que nada cambie.
El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, ya ha avisado de que “el Sínodo no puede prescribir en detalle lo que tenemos que hacer”. E incluso ha llegado más lejos al atreverse a decir: “No somos una filial de Roma”.
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