Javier Borrego, licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación y doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, ha analizado explícitamente la Ley LGTB aprobada por Cristina Cifuentes en la Comunidad de Madrid.
Por su interés reproducimos el análisis que ha publicado en su blog:
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Suscríbete ahoraCristina Cifuentes, la presidenta de la Comunidad de Madrid, nos presenta una Ley de Género que sacraliza una ideología determinada, y la convierte en ideología oficial del Estado, cosa que es contraria al derecho porque el Estado es aconfesional de acuerdo con la Constitución, que proclama, en el Artículo 16:
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
Sin embargo la Ley de Cristina Cifuentes dice: «La definición del sexo-género de una persona va mucho más allá de la apreciación visual de sus órganos genitales externos en el momento del nacimiento». (Preámbulo)
Y eso es una ideología determinada que no coincide con la opinión de la mayoría ni con la realidad, es más, la Ley pretende imponerla y desarrolla una serie de medidas de propaganda de la ideología en cuestión.
La realidad, sin teorías, es que la definición del sexo-género es dada por la genética, los órganos sexuales, el cerebro y -consecuentemente- por el rol social, en escalones sucesivos que pueden fallar dando lugar a trastornos y disfuncionalidades perfectamente estudiadas y descritas por la literatura especializada.
Afirmar que la instalación sexuada de la persona humana, constitutiva de la misma, es cuestión de elección y no de naturaleza es como decir que las personas no tienen dos manos o dos pies, dado que algunos nacen sin extremidades
Afirmar que la instalación sexuada de la persona humana, constitutiva de la misma, es cuestión de elección y no de naturaleza es como decir que las personas no tienen dos manos o dos pies, dado que algunos nacen sin extremidades. Si alguien defendiese algo así me parecería una tontería, pero tendría todo el derecho a decirlo. Pero que una Ley pretenda decir cómo es la realidad humana es un ataque a la libertad incompatible con la democracia, porque las leyes en un sistema democrático y plural no están para imponer una única forma de ver la realidad.
Una ley puede (y debe) luchar contra la discriminación de las personas, pero no puede entrar en el derecho a que yo, que no discrimino a nadie, tenga que pensar que es lo mismo ser transexual que una persona normal. No es lo mismo ni lo será.
Tampoco es propio de la democracia imponer todo un sistema de propaganda en todos los niveles (ocio, cultura, tercera edad, colegios, universidades, cooperación, etc.), convirtiendo la ideología en una confesión estatal a la que hay que ser sumiso o proscrito. Y menos prever sanciones para quien se niegue o impida que el Estado entre en espacios que debería respetar, tales como la familia o el ideario de la escuela pública o privada (que elige la familia).
La legislación en un estado democrático no puede proclamar el dogma de la inmaculada, ni sancionar sobre la verdad de las leyes de Planck
La legislación está para preservar derechos y obligar al cumplimiento de deberes, la legislación en un estado democrático no puede proclamar el Dogma de la Inmaculada, ni sancionar sobre la verdad de las leyes de Planck.
Si esto hiciese el Estado dejaría de ser democrático pasando a ser totalitario, y en esta ley hay dogmas y hay presiones a la comunidad científica para que dejen de considerar una enfermedad la transexualidad (aunque luego proclamen en el Título II de la LGTP el derecho a ser atendidos por la sanidad pública ¿pero no quedamos en que no es una enfermedad? ¿Qué necesidad hay entonces de médico?).
Yo pienso que un psiquiatra, tras años de estudio, puede opinar que la homosexualidad es una enfermedad, y también pienso que otro puede opinar lo contrario. Ambos tendrán que presentar datos y debatir, así de fácil. Así se dialoga y se avanza. Una teoría no denigra, no incita al odio, no es contrario a derecho, es simplemente una teoría, que está ahí para ser criticada, no para encarcelar, multar o vejar al pensador.
Si la transexualidad es o no una enfermedad no afecta al transexual, no debe producir rechazo ni discriminación ¿o discriminamos a los enfermos? Es simplemente una realidad personal que puede ser tratada y por tanto produce una mejor autopercepción del paciente y una posible mejor adaptación. Nada tiene que ver con el que no es transexual.
Puede ser un trastorno momentáneo o crónico (que alguien piense que lo es y no serlo en realidad, especialmente en ninos y en púberes) que podría reconducirse si no hubiese una Ley que impida al profesional planteárselo. En todo caso no se discrimina a los enfermos, o no debe discriminarse. La orientación sexual puede ser aceptada y vivida con normalidad, al igual que la diabetes puede ser vivida con normalidad, pero eso no hace que el diabético esté sano.
Si una persona estudia las religiones y cree descubrir que Dios no existe, está en su derecho. Pero si a continuación entra con violencia en una Iglesia o ataca a los sentimientos religiosos de las personas disfrazado de mujer y con iconografía cristiana; está cometiendo un delito que debería ser sancionado. Para evitarlo no hay que hacer una Ley contra el ateísmo.
Como es lógico nos opondríamos a una ley que prohibiese los estudios sobre el ateísmo, o tildase de enfermos («teofobos») a los ateos y más todavía si en ella se diseñase una batería de medidas de propagación de la fe. Diríamos entonces que el Estado es confesional.
La Ley Cifuentes es confesional, es el culmen de años de trabajo de una ideología que es totalitaria y abarca todos los ámbitos de la vida
La Ley Cifuentes es confesional, es el culmen de años de trabajo de una ideología que es totalitaria y abarca todos los ámbitos de la vida: la ciencia, la política y las relaciones sociales. Durante años todas las universidades occidentales han tenido su departamento, cátedra o grado de «Gender Studies» que pretenden -entre otras- dos grandes cambios:
1. La transmutación de los valores
La transmutación de la sexualidad, que viene a ser algo así como dar la vuelta a todos nuestros conceptos morales sobre el sexo. La transmutación consiste en afirmar lo contrario de lo que había: lo normal es lo anormal, los hombres son mujeres, las mujeres son hombres, lo desviado es normal, lo normal es desviado, los enfermos están sanos, los sanos están enfermos, etc.
Con esta lógica nietzscheana, el enfermo no es el minoritario con identidad sexual conflictiva, es el ser humano que rechaza la equiparación moral entre la conducta correcta humana (monógama y heterosexual) y con el abanico de variantes sexuales que se pueden imaginar, aceptadas unas y otras no, tales como la homosexualidad, la promiscuidad, la pederastia, el onanismo, la sodomía, el fetichismo, el sadomasoquismo, etc.
La normalización de conductas anormales es parte del trabajo de la ideología de género en esta línea de transmutación de los valores. De hecho la mayoría de estos trastornos antes mencionados se piensa, generalmente, que son más comunes de lo que en realidad son, y el objetivo es que pasen a ser considerados «normales», frecuentes e incluso deseables y -consecuentemente- se extiende la sospecha de que los normales de que en algún lugar del inconsciente freudiano, albergan estos comportamientos reprimidos.
Digan lo que digan, la familia: un hombre y una mujer, abiertos a la vida y con voluntad de eternidad, es lo correcto, lo que da más felicidad, lo que evita trastornos y enfermedades, crea riqueza y garantiza un correcto desarrollo social.
2. El triunfo de la voluntad sobre la realidad
Otra herencia de Nietzsche, traída por Shopenhauer, y mezclada recientemente con ideas de Foucault.
Como todo el mundo sabe una cosa es una cosa, A=A. Y las cosas son lo que son… pues ahora es la voluntad la que decide: si A quiere ser B, es B y como no hay nada por encima de B que permita pensar lo contrario. Cualquier impedimento: la naturaleza, la ley, la tradición, los usos y costumbres, las creencias, los otros… todo debe doblegarse a «la nueva realidad», donde A (ahora) es B. Debemos someternos, ser sumisos a la voluntad de A que -por querer ser B- ya es B. El triunfo de la voluntad lo sanciona la Ley Cifuentes en su Preámbulo (declaración de intenciones) con esta sentencia: «Se ha de otorgar soberanía a la voluntad humana sobre cualquier otra consideración física».
Si alguien que es hombre decide ser mujer y tú le dices que es un hombre que quiere ser mujer, estás actuando en contra de la Ley
Y en el articulado (Art. 3.3.), se otorga el «derecho» «a ser tratado de conformidad a su identidad de género en los ámbitos públicos y privados». Es decir, que si alguien que es hombre decide ser mujer y tú le dices que es un hombre que quiere ser mujer, estás actuando en contra de la Ley, que sanciona que la voluntad va por delante de la realidad. Que una ley me obligue a tratar a la gente de una manera me parece de mal gusto.
La idea es que ante una realidad-querida todos tenemos que hacer como si fuese realidad-dada, y quien se niegue será considerado primero un atacante, un ser que fomenta el odio. En el caso de la llamada transexualidad, la ciencia efectivamente dice lo contrario, que un hombre es un hombre y una mujer una mujer, pero quien quiera negarlo será proscrito, el problema recae sobre el que niega lo que es real, y no sobre el que afirma que la realidad-deseada sea la realidad-dada.
Nietzsche, lo percibió de forma clara: “Todo lo que imagine un individuo deberá valer para todos los demás, inaugurando en este punto una nueva y gran tolerancia, por mucho que nos contraríe nuestros gustos”. (F. Nietzsche: Así habló Zaratustra)
Esto genera un problema, puesto que no solo la transexualidad, sino que cualquier otra actitud personal puede ser sobrepasada. Este mensaje cala profundamente en la mente de la gente, que le dicen al oído: «tú puedes ser lo que quieras»; «llegarás tan lejos como quieras», etc. El sueño y la realidad desdibujan sus fronteras y los otros son enemigos si se empeñan en afirmar la realidad. Una pareja estéril, si quiere, tiene que poder tener hijos (aunque sea alquilando una mujer); las Parejas de Hecho pasan a ser de derecho y de ahí a ser tratadas como si estuviesen casadas.
La voluntad sacralizada en la Ley, llevada a todos los órdenes puede generar un caos importante ¿Y si un español no se siente español? ¿No estaríamos haciéndole una ofensa si nos empeñamos en decir que es español? ¿Y si una persona se cree pájaro? Evidentemente es el poder el que debe poner los límites a los deseos, como luego veremos.
Pero decía que en la transexualidad hay un error de base científico, la ciencia dice que no, que un hombre es un hombre y una mujer una mujer. En el desarrollo humano hay tres niveles que se van sumando uno a otro:
• En el nivel genético, donde es incontestable que los hombres y las mujeres tienen cromosomas distintos: xx, xy. Esto es innegable y se da en otras especies.
• En el plano corporal, donde el sexo de los xx y xy genera un cuerpo masculino o femenino. En este proceso es cierto que hay errores, que la medicina, los afeites y las ropas han intentado siempre solucionar. Es decir, la mujer barbuda, el hombre con pechos, el hombre que no tiene desarrollado el pene o los síndromes cercanos al hermafroditismo, que existen y son un porcentaje ínfimo de la poblacion. La mujer barbuda, o sin pechos, se afeita o se opera, el hombre con un pene ridículo hace lo que puede. La naturaleza no es matemática, a veces genera seres raros, extraños, que debemos comprender, mejorar y cuidar. Llamamos, en ciencia, raro, lo que no es común, lo que no pasa casi nunca y además llamamos raro y catalogamos como enfermedad lo que además de ser escaso es un problema para el desarrollo de la persona. Por ejemplo, la transexualidad es uno de los trastornos de la identidad sexual que recoge el manual de la Asociación Psiquiátrica Americana que se da en uno de cada 50.000 personas, exactamente el número que se utiliza para considerarlo una enfermedad rara.
• En el tercer nivel un cuerpo masculino se socializa como varón y el femenino como mujer. Es decir, color azul, pelo corto, pantalones y balones. Si sus cromosomas son xy y tiene caracteres femeninos se les viste de rosa, se deja el pelo largo y se le adorna con pendientes y lazos.
Esto es lo que dice la ciencia. No hay, para la ciencia y para ninguna religión almas masculinas o femeninas. Es ridícula la expresión de «un alma femenina atrapada en un cuerpo masculino», lo que sí hay es una transcripción errónea de la genética que genera cerebros sexuados hacia el otro sexo y órganos sexuales deformes. No puede haber ninguna normalidad en esto, ni puede ser, como dice Cifuentes «una más de las manifestaciones de la diversidad sexual del ser humano». La diversidad, como su propio nombre indica, es la doble instalación sexuada: como hombre o como mujer.
Esta es la realidad, pese a que algunos extremistas de género proponen que esto todo es una construcción social aunque todos los experimentos que se han hecho dicen que esto no es real, que el sexo está arraigado en la naturaleza y no en la naturaleza social.
De vez en cuando algún investigador de segunda de una universidad de tercera lanza la idea de que se prohiba el fútbol en los colegios o que se les den muñecas a los ninos, para que no haya tantas diferencias, y algún Consejero de Educación o Director de colegio lo pone en práctica y el experimento solo genera frustración entre ninos y ninas.
Si la sexualidad fuese una construcción social, entonces la voluntad puede cambiarla, es algo por lo tanto que pertenece a la ética, que pretende, con la voluntad, mejorar la realidad en la que vivimos, porque la justicia quiere cambiar la realidad para hacerla más humana. Si todo, absolutamente todo, es una construcción humana y que por lo tanto es la voluntad la que decide qué es cada cosa, tenemos la puerta abierta a la reconceptualización del mundo.
Pero si llega una ley y sanciona esto en una dirección solo y en un ámbito solo entramos en una nueva dictadura. Porque el problema que se planteó ya después de Kant era precisamente este: si es la voluntad del sujeto el único legislador ¿qué voluntad se impone? ¿la mía?, ¿la de la mayoría?, ¿la de los poderosos?, ¿la de los pueblos?, ¿la de «la gente»?, ¿la de La Tele? ¿la del colectivo LGTB? ¿La de la LGTP?
La ideología de Género-Cifuentes proclama que la voluntad del individuo, respaldada por el poder es la que es el criterio de realidad
En todo caso la ideología de género-Cifuentes proclama que la voluntad del individuo, respaldada por el Poder es la que es el criterio de realidad. Así yo no puedo ser pingüino porque el Estado todopoderoso no me ampara, pero puedo ser mujer, o puedo casarme con un hombre porque el Estado todopoderoso me da el visto bueno para ello. Y como el Estado es todopoderoso, el Estado decide lo que se puede ser.
Pero hemos dado un paso más, estamos en la ética social. Ya no se trata de que cada uno sea lo que quiere ser, ahora se trata de que todos debemos aceptarlo. Este paso es crucial, porque el debemos aquí no significa que sea bueno para nuestra felicidad, sino que es bueno para el Estado todopoderoso (el pecado es ofensa a Dios, además de que te haga daño) que asume la voluntad del transexual como suya y la sagrada voluntad no admite ofensas.
La pregunta, claro está es ¿quién le ha dado al Estado la potestad de crear y defender una ética social que ataca el principio básico de libertad de pensamiento? El Estado normal, no el totalitario, puede permitir o prohibir que la gente se cambie de sexo, o que tengan relaciones con personas del mismo sexo, animales, menores o lo que quieran, pero en democracia nadie le ha dado al Estado la potestad de crear una ética social que doblegue la voluntad y el pensamiento de aquellos que no lo ven bien.
En este intento de resistir a la voluntad de los poderosos quedan pequeños grupos de resistencia: la Iglesia, que por tener la visión en la salvación de las almas, que no es de este mundo, se somete mal al poder; la escuela, que es el lugar donde se educa a las nuevas generaciones de acuerdo a las convicciones morales de las familias; los científicos, que en busca de la verdad no se doblegan fácilmente a las presiones del poder.
A todos les da la ley y les amenaza con graves daños si osan oponerse, pero a los científicos les atacan especialmente pidiéndoles que dejen a un lado la verdad y se dobleguen a lo que manda la política, y en especial el Nuevo Orden Mundial de la ONU, es decir que dejen de tratar como enfermedad lo que realmente es enfermedad: los trastornos de los transexuales y, de paso, pasar el síndrome a los que nos oponemos a hacer normal.
Así, la Ley Cifuentes sanciona contra la ciencia que durante cerca de setenta años la transexualidad ha figurado como enfermedad en los principales manuales de diagnóstico y en las principales clasificaciones de enfermedades como la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-IO) de la Organización Mundial de la Salud o el Manual de diagnóstico de enfermedades psiquiátricas DMS-R de la American Psychiatric Association (APA) bajo los calificativos de «trastorno de la identidad sexual» o «desorden de la identidad de género» cuyo diagnóstico médico asociado era la «disforia de género».
(…) Recientemente, la propia APA ha retirado su diagnóstico de trastorno de la identidad de género y son muchas las voces que abogan en los terrenos científicos y sociales por la definitiva despatologización de la transexualidad y por la consideración de la misma como una más de las manifestaciones de la diversidad sexual del ser humano, ya que aunque la APA lo ha retirado como trastorno de la identidad de género sigue permaneciendo en el mismo manual de trastornos con el epígrafe de «disforia de género».
El poder político se opone a la ciencia y quiere influir sobre lo que se considera científicamente una enfermedad que hasta ahora se trata, logrando mejorar la vida de los pacientes
Es decir, el poder político se opone a la ciencia y quiere influir sobre lo que se considera científicamente una enfermedad que hasta ahora se trata, logrando mejorar la vida de los pacientes. Si esto llega a término, que llegará, se prohibirá tratar a un transexual (como ha ocurrido con la homosexualidad), lo que generará sin duda más sufrimiento para las personas con dicha enfermedad.
En fin, ante esta ley no queda más que la resistencia, el recurso de inconstitucionalidad y su paralización preventiva.