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Un experto cuenta qué es y cómo funciona el síndrome de alineación parental

Francesco Arcuri

Francesco Arcuri / EFE

El síndrome de alineación parental no es un mito, aunque muchas personas lo tratan como tal. Es una triste realidad que se ha convertido en un arma que se utiliza sobre todo en casos de divorcio.

Sus principales víctimas son los hijos, unos niños inocentes que terminan por sufrir por las desavenencias de sus padres. Los niños no son las únicas víctimas, pero sí las principales. Por eso reproducimos por su interés este artículo de José Manuel Aguilar Cuenca en El Mundo sobre este síndrome, tan tremendo y desconocido en España:

«En la primavera de 2016, Teodoro fue declarado inocente de abusar de su hijo menor. Para esa fecha él ya había pasado más de dos años en prisión y, sin embargo, hoy eso no es lo más importante para él. Con trabajo y terapia estamos intentando que todas sus secuelas psicológicas sean cosa del pasado.

El gran problema es que, para cuando salió la sentencia, su hijo, aún supuesta víctima para todos menos para los servicios de la Junta de Andalucía, había recibido en torno a 150 sesiones de terapia para tratar el abuso que el Tribunal concluyó que nunca ocurrió.

El propio órgano judicial habló entonces de encarnizamiento terapéutico al referirse a este hecho. Hoy en día Teodoro no habla de su salud mental, lo que teme es la reacción de su hijo si vuelve a cruzarse con él, un menor que ha escuchado, es fácil imaginar que más de 150 veces, que su padre abusó de él, algo que nunca ocurrió.

Teodoro sólo me pregunta, una y otra vez, que qué pensará su hijo de él y qué adulto será el día de mañana habiéndose criado en esa realidad.

 Este tipo de maltrato se llama alienación parental y es una de las formas que puede tomar la violencia en el seno de la familia

El abuso emocional de algunos padres hacia sus hijos para que rechacen al otro progenitor es una situación muy frecuente en todas las sociedades occidentales y, en España, especialmente presente en los divorcios contenciosos. Este tipo de maltrato se llama alienación parental y es una de las formas que puede tomar la violencia en el seno de la familia.

En 2004 publiqué el primer libro en español sobre este tema, y desde entonces, se han sucedido otros libros, trabajos, congresos y horas de docencia y formación sobre el mismo, míos y de otros profesionales. Todo porque, lo que nuestras abuelas llamaban malmeter, ha adoptado una forma contemporánea de abuso que está llevándose por delante miles de niños cada año, en las decenas de miles de divorcios contenciosos que pueblan nuestros juzgados.

Usted podría preguntarse si es tan fuerte la presión que ejercen los progenitores alienadores y yo les puedo asegurar que lo es, tan fuerte como para que un adolescente renuncie al sueño de su vida y diga no al ofrecimiento a jugar en un equipo de la primera división de fútbol porque su madre se lo ha ordenado, todo con tal de fastidiar al otro progenitor.

A aquellos primeros casos de divorcios conflictivos se han sumado un nuevo tipo de paciente: el niño aquel ahora adulto

Tan fuerte como para decir lo que haga falta con tal de sobrevivir. Como usted mismo haría si estuviera en una situación semejante, como pudieron comprobar mis colegas que estudiaron a los presos políticos o a los miembros de sectas. Sin embargo, no hace falta ser un profesional para comprender que el verdadero dañado es el niño, ahora y en el futuro.

Con el paso de los años, a aquellos primeros casos de divorcios conflictivos se han sumado un nuevo tipo de paciente: el niño aquel ahora adulto. Un sujeto que llega a tu puerta y te relata su infancia llena de presión emocional para que rechazara a su madre, de mentiras sobre su abuela que nunca le quiso y le encerraba durante días en un cuarto oscuro debajo de la escalera, de su tía que le daba comida podrida y le golpeaba hasta hacerle vomitar.

Ese niño ahora tiene veinte, veinticinco o treinta años. Estudió, se casó y tal vez tuvo hijos a su vez, pero hoy sabe que eso nunca ocurrió, que su abuela se murió con la tristeza de no poder verlo, que se ha criado sin poder jugar con sus primos y que nunca hubo una habitación debajo de la escalera.

Aún hoy le duelen las mentiras que su padre o su madre le contó; al relatar al terapeuta su pasado toma conciencia de que su actual ansiedad, el carácter compulsivo que despliega en cada uno de sus actos cotidianos o la tristeza que le acompaña cuando piensa en su papel como padre es fruto de aquella infancia sometida al miedo inventado.

Imagínese por un momento que es usted un niño y que lleva un año oyendo hablar con temor de uno de sus progenitores, viendo a su madre y su entorno familiar llorar, hablar mal del sistema judicial, de la injusticia en el trato recibido y mil cosas semejantes. ¿Qué sentimiento puede usted desarrollar hacia todo ello? ¿Tal vez el deseo de alquilar una furgoneta y llevarse por delante a los responsables de los males que han ahogado a sus seres queridos?

Finalmente, no puedo cerrar este apresurado artículo sin recordar que permitir y dejar que se consoliden con el mero paso del tiempo posturas de «o mío o de nadie», que tanto usan los maltratadores, de todo género y condición, tiene una alta probabilidad de acabar de una manera que luego todos lamentaríamos, estoy seguro que incluidos los propios responsables de ella, pero que para ese momento, como para mis pacientes hoy en día, ya todo llega tarde.

*José Manuel Aguilar Cuenca es psicólogo sanitario y judicial.

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