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Una sociedad que se suicida y otra que revive

La soledad es un problema cada vez más acuciante en las sociedades europeas

La soledad es un problema cada vez más acuciante en las sociedades europeas

Me sorprende que, cada vez que se acercan las fiestas navideñas, suelen salir algunas voces críticas –y, seguramente, algo amargadas-con estas fechas, asegurando que odian la Navidad y que están deseando que pase cuanto antes.

Me sorprende porque, para mí, la Navidad siempre ha sido sinónimo de bullicio, de algarabía, de alegría, de pasar los primos muchas horas juntos riéndonos y poniéndonos al día de todo, de largas sobremesas charlando a gusto, de ver a los familiares que quieres y que sólo puedes ver un par de veces al año por la distancia que nos separa (distancia física, que no de corazones).

Paradójicamente, también es un tiempo de silencio y contemplación, donde los cristianos experimentamos, quizás con más autenticidad que nunca, a un Dios que se hace semejante a nosotros.

Sin embargo, para algunas personas, como decía al principio, estas fechas son sinónimo de soledad, de hastío y de amargura. Ni las luces que adornan las calles ni los cantos de los villancicos populares parecen poder sacarles de su estado de melancolía.

Uno de cada dos suecos vive solo (lo que supone la tasa más alta del mundo) y uno de cada cuatro muere solo y nadie reclama su cuerpo

Hace unos días leía dos artículos en sendos medios de comunicación que me han hecho vislumbrar un poco más los nubarrones negros que ensombrecen las almas de estas personas. El diario Público titulaba recientemente: “Suecia, en caída libre hacia un aburrimiento inimaginable”. El titular del periódico económico Expansión no se quedaba atrás en su dramatismo: “El infernal paraíso de la soledad sueca”.

En ellos se habla del documental ‘La teoría sueca del amor’, del director italo-sueco Erik Gandini, que parece haber sacudido los cimientos del tan alabado estado de bienestar nórdico. Las cifras que arroja el citado documental son aterradoras: uno de cada dos suecos vive solo (lo que supone la tasa más alta del mundo) y uno de cada cuatro muere solo y nadie reclama su cuerpo.

El director italo sueco Erik Gandini, autor de ‘La teoría sueca del amor’ /Wikimedia

Gandini encuentra las raíces de este problema remontándose a 1972, cuando el gobierno del socialdemócrata Olof Palme elaboró el informe “La familia del futuro: una política socialista para la familia”. Básicamente, en ese escrito se defendía la necesidad de que los individuos tuviesen una independencia económica de modo que “sólo las relaciones auténticas nos mantendrán unidos”. “¿Cómo podríamos saber si una pareja está junta voluntariamente si la mujer depende de su marido?”, se pregunta el articulista en referencia al estudio.

Se trataba de “liberar a la mujer del hombre, a la gente mayor de sus hijos, a los adolescentes de sus padres”. “Cada individuo debe sentirse como un ente autónomo y no como un apéndice de su cuidador”, reclamaba. Era, en el fondo, la concepción socialista y marxista del hombre como individuo y ajeno a esa estructura obsoleta y heteropatriarcal de la familia.

Ha tenido que crear una agencia estatal que se encarga exclusivamente de buscar a los familiares de los que han muerto solos

El problema fue que, en su afán por conquistar esta independencia “absolutamente lógica” –señala el articulista de Público-, “los suecos no pusieron freno al llegar a la meta”. Llevadas por esta teoría, las mujeres suecas se convirtieron en las mejores clientas del mundo de los bancos de esperma, “para no depender de una relación con su pareja”. Se logró esa tan ansiada independencia -o, más bien, ese aislarse los unos de los otros-, pero la soledad se fue adueñando de cada vez más hogares.

Los suecos han llegado a un punto en que su gobierno ha tenido que crear una agencia estatal que se encarga exclusivamente de buscar a los familiares de los que han muerto solos, porque a veces transcurren semanas hasta que se identifica un cadáver.

“Se pasaría el día solo ante el ordenador, ordenando transferencias entre sus propias cuentas. Me pregunto cómo es que somos tan infelices si nadamos en la abundancia. No tienes a nadie que te abrace mientras lloras, sólo un formulario que rellenar”, se lamentaba una trabajadora de este organismo.

¿No será la familia el mejor antídoto contra esta dosis letal de individualismo y, a la postre, de egoísmo?

El índice de suicidios, claro, figura entre los más altos del mundo. “Al final de la independencia no está la felicidad, está el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”, señala el articulista de Público. La forma más radical de acabar con este sinsentido, claro, pasa por quitarse la vida.

Y vuelvo a nuestra España, que en estos días se prepara para disfrutar de nuestras fiestas navideñas, tan familiares y tan entrañables. ¿No será la familia el mejor antídoto contra esta dosis letal de individualismo y, a la postre, de egoísmo? ¿No seremos unos afortunados de contar todavía con esas familias grandes, bulliciosas y cálidas, donde se fraguan verdaderas relaciones de cariño y amistad que mantienen nuestros corazones calientes durante el resto del año?

Hay, por supuesto, graves peligros para las familias en el horizonte. Pero en España aún sigue siendo la institución mejor valorada. Proteger y promover la familia es, sin duda, el mejor remedio contra la soledad y el egoísmo. Por eso es fundamental en estos días fortalecer los lazos familiares y arrastrar a otros con nuestra alegría compartida. Feliz Navidad.

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