Vuelve el hombre

    Álex Navajas reflexiona sobre el papel que representa hoy el varón que, en contraposición al modelo caduco de 'macho ibérico', se erige un hombre de ademanes suaves y delicados con una sensibilidad a flor de piel.

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    No hay más que encender la televisión y ver alguna de las series del momento para descubrir ahí su frágil figura: medio atolondrado, con poca personalidad, se deja influenciar fácilmente, lleno de dudas, cediendo siempre la iniciativa a los demás, ausencia de liderazgo, permisivo y blando… Hablo, claro está, del hombre. O, más bien, de la figura del hombre tal y como algunos la quieren presentar.

    La consigna es clara: el varón sólo ha cometido tropelías y atrocidades a lo largo de la Historia y merece ser llevado a la plaza pública mediática para ser linchado. Si este hombre de las series de la tele es, además, padre, los niveles de ridiculización alcanzan su culmen.

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    Hay otra idea clara más que tratan de difundir: el ‘macho ibérico’ era la conjunción de todas las maldades posibles: prepotencia, soberbia, violencia, machismo barato, arrogancia y chulería.

    Frente a ese modelo caduco, se erige un hombre de ademanes suaves y delicados, con una sensibilidad a flor de piel, que se conmueve al ver una película con sus amigas; que ha renunciado a cualquier rol de liderazgo y prefiere que otros decidan por él; ambiguo y cambiante en sus gustos, consumidor de infinidad de productos de belleza; hipersensible con las causas animales (ojo, subrayo lo de ‘hipersensible’); huidizo de cualquier compromiso estable que le ‘reste libertad personal’; esquivo ante cualquier confrontación, ya que el valor supremo es la paz, aunque haya que pisotear la verdad (la verdad, a fin de cuentas ¿no la decidimos entre todos?).

    Algún lector que haya llegado hasta esta línea podrá pensar que la conclusión de este artículo pasa por la vuelta al ‘macho ibérico’. Nada más lejos de la realidad. Si ese atento lector vuelve su mirada al titular de este escrito, verá que dice Vuelve el hombre, no Vuelve el macho ibérico. Y la diferencia es básica.

    No es de extrañar que haya tantos varones con el Síndrome de Peter Pan en nuestra sociedad. Ven el modelo de hombre de las series de televisión y nadie quiere ser como ellos.

    En el fondo se está bien de adolescente, porque te permite perpetuar esa vida sin responsabilidades, sin compromisos ni ataduras; con diversiones sin fin y novedades a cada rato. Y, al haber pocos hombres a los que tomar por modelos, se quedan estancados en las aguas de la adolescencia, aguas que se acaban corrompiendo.

    Ser hombre, con sus valores propios de la masculinidad, implica autonomía y valentía

    Ser hombre, con sus valores propios de la masculinidad, implica una autonomía, un control sobre la propia vida, un grado de arrojo y valentía. Es fuerte, pero jamás emplea esa fuerza para amedrentar, sino para defender con pasión la verdad y sus ideales. Es prudente, pero no se queda instalado en las arenas movedizas de la eterna duda y la indecisión.

    Fomenta un liderazgo que sabe escuchar y tener en cuenta a los demás, porque sabe que no es una isla y que tiene una responsabilidad sobre los que le rodean. Posee un instinto de paternidad por el que se implica en sacar adelante a los que se cruzan en el camino de su vida.

    Su vida actual muchas veces le asfixia, porque sus sueños e ideales le han hecho cruzar mares y subir montañas, a la vez que esta sociedad le invita a quedarse sentado en casa viendo la tele o a darse un paseo por el centro comercial más próximo.

    No es extraño, por eso, la frustración de tantos hombres. Sus sueños de ninos han quedado reducidos a cenizas, y el vino de sus ideales, diluido por agua insípida. Y el hombre frustrado se remueve en la silla de su oficina, recordando aquellos momentos, sintiendo que falta algo dentro de él. ¿Volverá el hombre?

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