Ha estado el tuiterío revolucionado por los tres jamases de Cayetana, no tan serios como los del general Prim, ni tampoco cuatro, como los de Margaret Thatcher, pero que, al menos, matan el gusanillo de la hinchada, antes del bufet libre de carne de ñu que se abrirá en cuestión de días en la pradera del Congreso.
Cayetana es Cayetana Álvarez de Toledo, una político del PP con inquietudes culturales, que es lo que se decía antes, en las Redacciones, de los periodistas que no encajábamos en ninguna de las secciones nobles y calientes del diario: “Es un buen pibe, tiene inquietudes culturales, mándalo a la rueda de prensa de Mecano”.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraCayetana ha sido muy popular en estas fechas tan entrañables, porque a su hija de seis años no le gustó la Cabalgata situacionista de Madrid, y Cayetana tuiteó su indignación de madre con la alcaldesa Manuela Carmena. “Jamás te lo perdonaré, Manuela Carmena. Jamás”, tecleó en un registro melodramático irlandés.
Mi hija de 6 años: "Mamá, el traje de Gaspar no es de verdad."
No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás. #cabalgatatve— Cayetana Alvarez de Toledo (@cayetanaAT) January 5, 2016
¿Te has fijado en que las madres irlandesas, cuando quieren abroncar a sus hijos por hacer pellas en el colegio o mancharse los zapatos del domingo antes de entrar a la iglesia, siempre los llaman por el nombre de pila y el apellido del padre, como si echasen dos rapapolvos en uno? “¡Patrick Mulligham Junior, no pienso repetírtelo, ese señor no es el Rey Baltasar, sino Darth Vader!”.
Leopoldo Bloom dice en el Ulises que hay que helenizar Irlanda, pero lo que hace Cayetana con su énfasis ahistórico es irlandizar a Manuela Carmena y a los tres druidas de Oriente –o de Dublín. Yo creo, no obstante, que le faltó un “jamás”, el tercero, para que la intertextualidad con Prim –y su “jamás, jamás, jamás” al regreso de los Borbones– fuera completa.
Cayetana, que se ha quedado sin la tribuna del Parlamento, conserva Twitter para juramentar su republicanismo sedicioso frente a Podemos y su dinastía navideña universal –masai, yoruba, bereber, artúrica, Ming, jedi, David Guetta– desfilando triunfal por la principal avenida de la ciudad donde las calles no tienen nombre y las colillas no tienen quién las recoja, pero todo en plan provisional.
Se ve que los 140 caracteres solo le dieron a Cayetana para dos “jamases” de perdón a Manuela Carmena, después de los estragos de la Cabalgata en su pequeña hija. Así es Twitter, fogonazos de sentido de lo culto y lo popular, rigor y zafiedad, nobleza y chusmerío. Su naturaleza, su atractivo, es precisamente que no separa el grano de la paja en el torrente del significado.
Cayetana recibió una ducha de críticas, bromas, insultos y adhesiones tras publicar su tuit melodramático sobre la Cabalgata de Reyes. Sus jamases peliculeros se convirtieron en etiqueta de una tendencia de comentarios en Twitter que aún hoy, cuando escribo este comentario, dos días después que se hayan acabado los festejos navideños, sigue dando que hablar.
No pasa nada por no estar en Twitter. Nadie te echa de menos, ni el planeta deja de girar por tu silencio
Uno tiene que venir tuiteado y tuiteable de casa, preparado para la lisonja, la indiferencia y la coz. O bien, cerrar la cuenta y abandonar Twitter. No pasa nada por no estar en Twitter. Nadie te echa de menos, ni el planeta deja de girar por tu silencio. Internet no va de eso. No tiene playas privadas para la aristocracia de la inteligencia, ni palcos VIP para las mentes superiores, desde donde ser reconocido sin exponerse a la plebe.
Cayetana quizá ha cometido uno de los errores más toscos en la conversación pública, cuando uno aspira a ser influyente y respetado: salirse del canal donde censuró a la alcaldesa y buscar el refugio controlado de la tribuna de un periódico convencional para intentar cerrar una polémica en la que no está saliendo bien parada.
Parece mentira que alguien que se toma a sí mismo tan en serio, por un debate insignificante sobre un tuit banal, torpemente escrito –es evidente que se le ha ido de las manos–, con un sesgo partidario legítimo, en fin, alguien capaz de hacer un melodrama de lo que no es sino otro día más en la vida de Internet, ofrezca, como única respuesta al revuelo, la vieja idea de situarse a sí misma en la posición de la inteligencia incomprendida por la chusma.
En la tradición española, de Quevedo a Buñuel, de Manrique a Galdós, de Cervantes a María Zambrano, de Santa Teresa a José Ángel Valente, la verdadera inteligencia creadora siempre ha integrado lo culto y lo popular. Esa manía de estratificar la inteligencia y alumbrar una clase superdotada que es la que dirige la sociedad viene desde lo peor de la Ilustración francesa y se encarna en todas las burocracias más o menos brutales, más o menos incompetentes, que atraviesan los últimos dos siglos y culminan en esa madre de todas las burocracias que es la Unión Europea.
Ni siquiera T.S. Eliot, el poeta más aristocrático del siglo XX –con el permiso de Ezra Pound– perdió de vista que el saber moderno habla con lengua bífida. Entre el Pinto Viroque de La corte de los milagros –o los brutos de la Última cena en Viridiana– y Montaigne, entre el jamar maroma de Valle y el jamás de los jamases a Manuela Carmena, Cayetana quizá debería haber buscado una síntesis de “ajo y zafiros”.
Para ser, de verdad, una inteligencia muy superior, hay que saber ser muy sencillo. Para decir jamás con propiedad, hay que saber, como César Vallejo, que nunca pasamos del balbuceo: “¡Hay que ver! ¡qué cosa cosa! / ¡qué jamás de jamases su jamás!”