Déle una formas a un científico para que las ponga bajo el microscopio y, consagradas o no, llegará a una conclusión similar, aunque probablemente más detallada.
Otra cosa es que, si vamos a jugar a ese juego, no es en absoluto erróneo aseverar que don Fermín es «una peculiar distribución de átomos formando un organismo semoviente», ignoro si de pequeñas o grandes proporciones.
El caso es que don Fermín ha usado tan divertida definición para dejar sobreseída la causa contra Abel Azcona -ejemplar de mamífero de la familia de los primates- por un presunto delito contra los sentimientos religiosos y otro de odio. Probablemente lo recuerden.
Azcona es el ‘artista’ que el pasado invierno utilizó 242 formas presuntamente consagradas para realizar un montaje ofensivo contra los creyentes. Todo, ya saben, previsiblemente ‘transgresor’ y aburridísimamente ‘escandaloso’.
Pero que para don Fermín, como para millones de españoles, una mayoría ya, las hostias consagradas no sean ya otra cosa que “objetos blancos y redondos de pequeñas proporciones” es absolutamente irrelevante ante la ley, igual que sería irrelevante si alegáramos que ese fajo de billetes de 500 euros que hemos robado no dejan de ser papelitos de colores que, al peso, tienen un ridículo valor de mercado.
No, creo que hasta para la escéptica mirada de don Fermín -ese organismo basado en el carbono- quedaría clara la diferencia.
Recordarán al juez Roy Bean, ‘la Ley al Oeste del Pecos’, que celebraba los juicios en el salón con su peculiar criterio personal
Los aficionados al Salvaje Oeste recordarán la figura del juez Roy Bean, ‘la Ley al Oeste del Pecos’. Este peculiar magistrado tenía sus propias ideas sobre los delitos, aplicaba la ley según su mejor saber y entender, celebraba los juicios en el ‘saloon’ y participaba con entusiasmo en las ejecuciones.
Sin llegar a un caso tan extremo, el sistema anglosajón -y, por tanto, el americano- deja a la arbitrariedad del juez cierto margen, manga ancha, para que con la ley aplique juicio propio y personal sentido común.
No así en nuestro régimen jurídico. En nuestro sistema es absolutamente indiferente lo que un juez inmerso en un caso piense sobre los artículos aplicables del Código Penal: tiene la obligación ineludible de aplicarlos.
Es, por tanto, totalmente irrelevante que don Fermín, bípedo insigne de la especie Homo Sapiens Sapiens, vea o no en las formas circulitos de pan ácimo, como es irrelevante que considere injusto que el ladrón al que juzga tenga mucho menos dinero que su víctima, o que el difunto en un caso de asesinato fuera un ‘malage’ que se lo estaba buscando.
El juez tiene que aplicar la ley. Los artículos del 522 al 526 castigan lo que hizo Azcona, porque ofendieron los sentimientos religiosos, que es de lo que trata el Código.
Que le guste o no, que esté o no de acuerdo no tiene peso alguno. Salvo, naturalmente, que vivamos en una anarcotiranía, que es lo que una acaba sospechando.
Por supuesto, es perfectamente legítimo defender la abolición de estos artículos. No puedo decir que sea una entusiasta de estas cosas, que tienen una fatal tendencia a volverse contra quienes los apoyan.
En una sociedad mayoritariamente cristiana son innecesarios; en una inoculada con una cristofobia de tebeo por las élites culturales, no se aplican.
Ya les vaticino que ningún magistrado se referirá a un ejemplar del Corán como «conjunto ordenado de rectángulos planos de celulosa cubiertos de tinta»
Pero, ¿saben qué? A pesar de todo no creo que prospere la presión para eliminarlos. Es más: creo que se van a aplicar más que nunca, sin que ningún émulo de don Fermín ose archivarlos con comentarios tan simpáticos.
Solo que no estoy hablando de lo que se haga para ofender los sentimientos religiosos de los cristianos, sino de otro colectivo religioso contra el que no hay Azconas ni habrá donfermines.
Ya les vaticino desde aquí que ningún magistrado se referirá a un ejemplar del Corán como «conjunto ordenado de rectángulos planos de celulosa cubiertos de tinta». ¿Aceptan apuestas?
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