Cruda realidad / Quemar capillas, el tic incurable de la izquierda radical

    Si, como en la leyenda de Rip van Winkle, un izquierdista español se hubiera quedado dormido hace un siglo y despertara hoy, le costaría Dios y ayuda reconocer a sus correligionarios.

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    Pablo Iglesias, secretario general de Podemos y capilla ardiendo durante la II República.

    El izquierdista español vería, por ejemplo, que la ideología de sus amores ya no se identifica con el proletariado. Sí, lo sigue invocando mecánicamente por inercia, pero en todas sus actitudes muestra que lo aborrece, llama ‘comerciales’ a sus gustos, atrasadas y troglodíticas sus costumbres y estrechos sus intereses.

    De hecho, se le quedarían los ojos a cuadros comprobando cómo el partido más a la izquierda del espectro tiene mayor proporción de votantes de rentas altas que cualquier otro.

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    Vería que, lejos de querer colgar a los banqueros de las farolas -una vez más, pese a la retórica-, las ideas en que más insisten coinciden con asombrosa precisión con las que más interesan a los grandes financieros y las multinacionales, desde la dilución de la soberanía nacional en tratados comerciales que dan a las grandes empresas poder sobre el proceso político a una inmigración masiva que abarata la mano de obra.

    Vería, en fin, que no se habla apenas de nacionalizar la industria o de la autogestión de las fábricas y sí mucho de un millar de ‘causas’ que no entiende o le parecen absurdas, como la ‘visibilización’ de la homosexualidad -que le enseñaron a tildar de ‘vicio fascista’-, micromachismos, ‘manspreading’, ‘teoría de género’…

    Vería, sobre todo, que los ‘partidos burgueses’ apenas se distinguen de los que se llaman socialistas, que todos están en una extraña amalgama en la que no puede reconocer en absoluto las líneas de batalla que aprendió a considerar como inamovibles.

    Y cuando fuera al fin a desesperar pensando que nunca reconocería a los suyos, una noticia reciente en un periódico le haría identificarlos. Al fin.

    Leería que en la madrugada del viernes una banda atacó la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid, rompió una ventana y lanzó a través de ella artefactos incendiarios, además de dejar en el exterior del edificio una pintada con el mensaje: «La iglesia que ilumina es la que arde».

    El advenimiento inopinado de la Segunda República se celebró quemando iglesias y conventos, que ya me dirán qué tiene que ver

    Pese a las absurdas ensoñaciones de Marx, que en esto coincide ya con casi todas las corrientes modernas, muy especialmente la liberal, la ideología no es más que ‘superestructura’ de las relaciones económicas.

    La realidad es que el pensamiento político es teología, y depende mucho más de lo que el individuo piense del destino último del ser humano y del orden de la Creación que de ninguna otra cosa.

    Y, como hemos visto, el núcleo fundamental del pensamiento de izquierdas, su constante a lo largo de todos los bandazos que ha dado en su historia, es el odio al cristianismo, es decir, a Cristo.

    El advenimiento inopinado de la Segunda República se celebró quemando iglesias y conventos, que ya me dirán qué tiene que ver.

    Los artefactos han dañado una de las tallas que se encontraban en la capilla/Arzobispado de Madrid.

    El mismo día de la proclamación -por parte de un grupo de moderados burguesitos, por lo demás- ardió un centenar de edificios, entre ellos iglesias, algunas de gran valor histórico y artístico, centros de enseñanza como la escuela de Artes y Oficios de la calle Areneros, donde se habían formado profesionalmente miles de trabajadores, o el colegio de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos, donde recibían enseñanza centenares de hijos de obreros.

    No había nada original en esto, que ya la primera izquierda reconocible, la de la Revolución Francesa, se distinguió por un odio homicida a todo lo cristiano, matando sacerdotes como si no hubiera mañana, destruyendo iglesias y, finalmente, ilegalizando el culto católico.

    Se me dirá que no es odio al cristianismo en particular, sino a la religión en general, tanto más cuanto esta consagre una cosmovisión más ‘retrógrada’.

    Pero creo que el lector conoce de sobra el marcador del partido, y sabe del tierno afecto que profesa nuestra izquierda por el Islam, sobre cuyos miembros hace llover ayudas y subvenciones y a los que felicita cariñosamente en sus fiestas particulares, mientras expresa su deseo de prohibir la Semana Santa.

    Ya hemos tratado en otros artículos sobre los paradójicos amores de la izquierda por una religión que, se mire como se mire, choca con las ideas progresistas mil veces más que la católica y que ha engendrado sociedades donde no puede decirse que prosperen los movimientos LGTB ni florezcan los grupos feministas, y es esta la prueba definitiva, negro sobre blanco y en mayúsculas, siendo, además, extraña a nuestro pueblo -esa ‘gente’ a la que tanto invocan- y más que minoritaria en él.

    La Iglesia está hecha a arder y el cristiano sabe que el cielo no está aquí abajo para nadie

    No hay nada en el islam que pueda atraer a la izquierda sino esto: que le sirve para destruir a la Iglesia, que es el verdadero objetivo, lo que queda de la cebolla revolucionaria cuando se ha despojado de todas sus demás capas.

    Uno solo tiene que comparar imaginativamente el silencio apabullante de los líderes progresistas ante este ominoso ataque con su reacción si se hubiera tratado de un mezquita o madraza.

    Bueno, no se nos prometió otra cosa que persecución y el odio del mundo. La Iglesia está hecha a arder, y frente al discurso de una historia lineal que avanza siempre y sin retrocesos de importancia hacia el Mundo Feliz del futuro, el cristiano sabe que el cielo no está aquí abajo para nadie, y que si el mundo nos odia, a Él le odió primero.

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