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La grave injusticia de la que nadie habla… El padre Roman y el salesiano de Cádiz, bajo la bota de Susana Díaz

El padre Roman ha sido absuelto de todas las acusaciones de pederastia /Efe

El padre Roman ha sido absuelto de todas las acusaciones de pederastia /Efe

Resulta curioso que, justo en Semana Santa, la semana que precede al triunfo del Bien sobre el Mal, se hayan producido dos hechos que, para muchos medios que en su día abrieron con la noticia, han pasado casi desapercibidos.

El Viernes de Dolores, el Tribunal Supremo confirmaba la sentencia absolutoria de la Audiencia provincial de Cádiz, por la que se declaraba inocente al salesiano Francisco Javier López Luna.

«En su particular acoso y derribo a la Educación Concertada, la maquinaria que Susana Díaz dirige con mano de hierro había encontrado un filón apetitoso»

Este sacerdote, quien fuera director del Colegio de esta Sociedad en aquella capital andaluza, había sido acusado de abusos sexuales y agresiones físicas a distintos alumnos, y no sólo por los supuestos afectados, sino por la propia Junta de Andalucía, que además de personarse en el procedimiento, recurrió la primera sentencia exculpatoria.

La Junta del PSOE deberá pagar las costas del procedimiento, pero, aún así, la cuenta le va a resultar económica. En su particular acoso y derribo a la Educación Concertada, la maquinaria que Susana Díaz dirige con mano de hierro había encontrado un filón apetitoso: un sacerdote, que además era director del centro, una congregación dedicada en cuerpo y alma a los jovenes, y un puñado de adolescentes con ansias de notoriedad.

Era el coctel perfecto. Sólo faltaba el altavoz mediático, siempre dispuesto a lanzarse sobre un cura que haya tirado un papel al suelo. Era julio, y la aridez de información en los meses de estío provoca más incendios que los pirómanos que andan sueltos por nuestros montes. El circo estaba montado.

No hubo periódico ni informativo que no abriese con la noticia, y los pesados programas de sucesos de las largas tardes de verano no escatimaron en desplegar los recursos a su alcance.

Una vez más, las palabra “cura” y “pederasta” se daban la mano para asestar uno de los golpes que más trabajo le está costando a la Iglesia sortear. Porque son escasísimos los sacerdotes que han podido ser acusados de estos hechos, y muchos menos los que los han cometido. Pero eso es la verdad, y es lo que menos le importa a una sociedad que sabe que, arremetiendo a fuego contra el clero, se deslegitima a la Iglesia entera.

«Tanto el Padre Francisco Javier como el Padre Roman, han sido sólo dos víctimas más de una persecución abierta y sin tregua a la Iglesia»

Pocos días después de acabar el martirio del hijo de Don Bosco, culminaba el del Padre Roman, el sacerdote granadino al que la jauría mediática había puesto al frente de un supuesto clan al que vinieron denominar “romanones”.

El Martes Santo se hacía pública la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que no sólo absolvía al clérigo, sino que imponía las costas al denunciante por su “conducta desleal”, dice la resolución, “durante el procedimiento al ir aportando datos de manera sucesiva, de menor a mayor gravedad, mintiendo respecto de circunstancias objetivas o pretendiendo ocultar otros. Actitud que, por otro lado, no ha sido nada colaboradora cuando la situación se tornaba contraria a sus intereses”.

Nuevamente, daban igual las pruebas practicadas, las interminables sesiones en los Tribunales, la contundencia del relato del acusado y la flaqueza del testimonio del joven. Porque el padre Roman tenía que ser culpable, sí o sí, hasta el punto de que el presidente de Prodeni (Asociación Pro Derechos del Niño), Juan Pedro Oliver, se lamentase de su absolución, afirmando que, por esto, “muchas víctimas ya no denunciarán los abusos sexuales”.

Es decir: que el juicio y los hechos probados, al señor Oliver, como a todos aquellos que están subidos en su mismo carro, le importan tan poco como la Justicia. Porque, según se deduce de sus palabras, hay muchas víctimas; y no por el número de denuncias, sino porque, al parecer, le encantaría que existiesen.

Tanto el Padre Francisco Javier como el Padre Roman, han sido sólo dos víctimas más de una persecución abierta y sin tregua a la Iglesia.

«Los cristianos estamos siendo perseguidos en todo el mundo. En Oriente son las bombas y los machetes; en Occidente, es la difamación»

Han sido acusados injustamente de unos delitos que nunca cometieron, y han sido condenados públicamente por ellos. No ha habido presunción de inocencia, se han vulnerado sus derechos al honor y a la propia imagen, han sufrido escarnio público y se les ha subido al patíbulo mediático. Y ni las sentencias absolutorias han sido suficientes para frenar la avalancha de insidias que se vierten a diario en las redes sociales.

Los dos han guardado silencio ante la turba que, amontonada en torno a la televisión, pedía su crucifixión; ambos han sufrido cómo algunos de los que podían haber hecho algo por evitar o suavizar la situación, se han lavado las manos y los han dejado a los pies de los caballos; uno y otro podrían señalar con el dedo a algunos de los que podían creer sus amigos, y que los han abandonado a su suerte; especialmente, uno de los dos podría incluso perder su mirada en el Mediterráneo, y hacer resonar en la Ciudad Eterna el eco sin respuesta del célebre “¿Tu quoque?

Es una realidad dura, áspera, desagradable. Los cristianos estamos siendo perseguidos en todo el mundo. En Oriente son las bombas y los machetes, que encontraron la última manifestación de su horror el Domingo de Ramos, arrancando la vida de casi cincuenta hermanos coptos en dos iglesias de Egipto; en Occidente, es la difamación, la calumnia, la verdad a medias y el linchamiento en el foro audiovisual.

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