
Por si el calor estival en la capital andaluza no fuese suficiente, la izquierda pretende elevar la temperatura haciendo lo mejor que sabe: remover los cuerpos que llevan casi un siglo descansando, mientras sus propuestas para la España del siglo XXI agonizan entre el esperpento, la ocurrencia y el menudeo de sandeces que abarca un amplio abanico que deambula desde el animalismo, hasta el abortismo, el antiespañolismo y las doctrinas de género, sanas y constructivas propuestas para el crecimiento de una Nación.
No les falta razón a quienes dicen que a palabras necias, oídos sordos. Pero hay ocasiones en las que, por más que te obstruyas los aparatos auditivos, el rebuzno es de tal magnitud que rompe fronteras. Milagroso, incluso.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa pasada semana se cumplían ochenta y un años del pronunciamiento militar con el que concluía un trienio negro de nuestra Historia, plagado de violencia, inseguridad jurídica, chapuzas electorales, y una persecución religiosa como no se veía en España desde el dominio musulmán, y antes, del romano.
Sin embargo, y a pesar de la importancia que aquellos acontecimientos tuvieron para la Historia reciente de España, la mayoría de los españoles estaba a lo más apropiado para estas alturas del año, que pasa en muchos casos por pasear del chiringuito a la tumbona, y vuelta a empezar. ¿Todos? No.
«No les gusta que Queipo esté enterrado en la Macarena, pero parece que no les molesta en absoluto que la Pasionaria tenga su nombre en el callejero de Sevilla»
Un grupo de irreductibles filopodemitas (“Coordinadora Andaluza de Organizaciones Republicanas”, se hacen llamar) se congregaba a las puertas del Palacio Arzobispal de Sevilla –que, aun reconociendo la belleza del entorno, creo que no es el lugar más amable para soportar la calima- para celebrar una “vigilia republicana” y, bandera tricolor en mano, pedía la exhumación de los restos mortales del General Queipo de Llano de la Basílica de la Esperanza Macarena.

Entiendo, pues, que serán fervorosos devotos de la Señora de Sevilla, y no les gustará encontrarse cara a cara con el militar al acudir, como harán, diariamente al rezo del Rosario y a Misa de ocho. Digo yo.
La cosa es que se juntaron allí una pandillita de colegas, en torno a la cincuentena, y desplegaron una costosa pancarta bien impresa en la que mandaban “fuera el genocida Queipo de Llano de la Macarena” que, según dicen, está “enterrado con todos los honores”, por la “ofensa que hace el cadáver de este señor”. Y allí colgaron unas fotitos, y esperaron a ver salir al arzobispo, para darle una carta con la intención de que se la hiciese llegar al Papa Francisco.
Los pocos que estaban, parecían muy indignados con la sepultura del general, que entendemos es uno de los grandes problemas de la ciudad, de la región y, si me apuran, de la Nación entera.
Porque a ellos no les gusta que Queipo esté enterrado en la Macarena, pero parece que no les molesta en absoluto que la Pasionaria tenga su nombre en el callejero de Sevilla; el general tiene que ser echado al barro, pero las asesinas Brigadas Internacionales tienen su correspondiente glorieta en la ciudad Hispalense; y los cerca de cinco mil asesinatos que aún claman desde las fosas comunes, deben silenciarse en la avenida de Santiago Carrillo de la vecina localidad de Dos Hermanas.
En 2009, a escasos metros de la puerta de la misma Basílica que ahora quieren asaltar, plantaron un monolito en “Homenaje a los fusilados en esta muralla por defender la legalidad republicana, la libertad y la justicia social”, escupiendo sobre la Historia y pretendiendo hacer creer que aquella República puede estar ligada, en la misma frase, a las palabras legalidad, libertad o justicia.
Realmente, podría: pero para negarlas. Sin ir más lejos, el pasado 2016, el propio Ayuntamiento sevillano colocó un azulejo en el barrio de Triana para que nadie olvide a “las víctimas que lucharon por la libertad”. Suponemos que por la libertad de matar monjas como moscas, o la de jugar a la diana con la primera imagen mariana que encontrasen.
Tampoco les incomoda que luzca su correspondiente cartel una céntrica plaza en honor al que fuera ministro republicano, Indalecio Prieto (el que encañonó en el mismísimo Congreso al diputado cedista Jaime Oriol, el que aterrorizaba a propios y ajenos con su banda “La Motorizada”, y el que, bien llenos los bolsillos con la venta de parte del tesoro republicano, vivió sin escatimar gasto en México, con el dinero destinado a los exiliados), y me malicio que les provocará cierto sádico gustirrinín que haya una calle para Rafael Alberti, ese insigne “Hijo Predilecto” de Andalucía, que desde su columna “A paseo” señalaba, con otros camaradas, a los intelectuales que merecían ser “depurados” (entre otros, Muñoz Seca y Miguel de Unamuno).
«Que Queipo de Llano esté enterrado en la Basílica de la Macarena no es un acto de justificación de ningún enfrentamiento ni de ningún régimen, sino un gesto de agradecimiento»
Todos estos, y otros tantos que salpican el nomenclátor de decenas de localidades españolas, son recordados, precisamente, por sus actos políticos. Viles siempre, olvidados de toda justicia y en contra de cualquier libertad que no fuese la suya, reciben un ignominioso homenaje diario por la sangre que derramaron, o hicieron derramar.
Sin embargo, habría que recordarle a este puñado de indocumentados, que Queipo de Llano no está enterrado en la Basílica por su afinidad franquista, ni por su apoyo al alzamiento. Queipo, simplemente, descansa dentro de una iglesia que simboliza a todas aquellas que no ardieron gracias a su intervención, y a las que quemaron antes de su actuación; reposa en un lugar discreto, como Hermano Mayor honorífico de una Hermandad, en agradecimiento a quien evitó que Nuestra Señora de la Esperanza Macarena corriese el mismo destino que sufrieron otras tantas, pasto de las llamas y las balas.
Queipo no está allí por ser una parte más de una triste guerra fraticida que Zapatero resucitó para tensar y crispar a una sociedad que ya había pasado página, sino por haber acudido en auxilio de cientos de hombres y mujeres –sacerdotes, religiosas y laicos- que estaban siendo masacrados por confesar su fe.
Que Queipo de Llano esté enterrado en la Basílica de la Macarena no es un acto de justificación de ningún enfrentamiento ni de ningún régimen, sino un gesto de agradecimiento. Si a la izquierda no le gusta que el general descanse en una iglesia que no pisan, a otros muchos les incomodará, y con razón, ver otros nombres en calles que sí transitan.
La semana pasada se cumplieron ochenta y un años del alzamiento. El próximo mes de diciembre, treinta y nueve desde que los españoles refrendaron la Constitución.
Quizás, entiendo, a estas alturas del siglo, sería más conveniente que las vigilias que se organizasen tuviesen más sabor a futuro que a pasado, más a construcción que a división, más a reconciliación que a confrontación.
Y, puesto a pedir, más sabor a juventud y a público entusiasmado. Será que el pasado 18 de julio aun hacía demasiado calor.