En el Reino Unido lloraban a los veintidós niños y adolescentes que acababan de enterrar tras el execrable atentado de Manchester, y en Egipto todavía goteaba la sangre caliente de los cerca de treinta cristianos coptos, niños en su mayoría, que habían sido brutalmente abatidos a tiros en Al Adua (Minya), cuando el vencedor de las primarias del PSOE, Pedro Sánchez, lanzaba un mensaje institucional, signado con el logotipo de su partido: “Un gran abrazo a toda la ciudadanía de confesión musulmana, en especial a la española, en este mes de reflexión y solidaridad. #RamadanKarim».
Un gran abrazo a toda la ciudadanía de confesión musulmana, en especial a la española, en este mes de reflexión y solidaridad. #RamadanKarim pic.twitter.com/YfQdnPZAtd
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) May 27, 2017
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Suscríbete ahoraAlberto Garzón, coordinador general de Izquierda Unida, que no quería perder la oportunidad, publicaba también sus congratulaciones a los mahometanos: “Ayer comenzó el Ramadán. Desde un espíritu laico, deseo un tiempo de alegría para todas las personas musulmanas”.
https://twitter.com/agarzon/status/868763159649296385
No obstante, ambos van tarde en lo referente a extender la alfombra roja al Islam. Ya en los presupuestos municipales del pasado 2016, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, destinó 150.000 euros para celebrar su festival ‘Noches del Ramadán’, que durante dos semanas llenó la capital de conciertos, películas de directores musulmanes y otras actividades de realce y promoción de la fe de Mahoma.
Por el contrario, la ‘Semana de festividades’ –que es como quiso renombrar a nuestra Semana Santa-, recibió poco más de 175.000 euros porque, como todos sabemos, la proporción de católicos y musulmanes en Madrid viene a ser casi del cincuenta por ciento, respectivamente.
«Resulta curioso, cuando no indignante, que estos personajes se vuelvan sensibles y receptivos al hecho religioso exclusivamente cuando éste va marcado por la media luna y el turbante»
Para este año, además de la pasta, que no puede faltar, el Grupo Municipal de ‘Ahora Madrid’ (marca podemita en la capital) presentó una proposición en el Pleno del Ayuntamiento, por la cual pedían que se dotase de competencias a la Oficina de Delitos de Odio para “recoger denuncias y se prestase asesoramiento (legal, psicológico y moral) en aquellas políticas activas contra la islamofobia”, se dotase “de los medios necesarios para crear un plan de difusión de lucha con la islamofobia”, y se declarase “el Distrito Centro un distrito libre de islamofobia”.
Y, por si a pesar de todo, alguien duda de su arrobada devoción hacia la morisma, convocaron –con el sello del Distrito Centro del Ayuntamiento- a los “vecinos y vecinas” de Lavapiés a compartir, en la tarde de ayer, el Ramadán.
Resulta curioso, cuando no indignante, que estos personajes se vuelvan sensibles y receptivos al hecho religioso exclusivamente cuando éste va marcado por la media luna y el turbante.
Porque son ellos, y sus partidos, los que han propuesto, entre otras ideas peregrinas, que la Navidad pase a ser celebrada como el solsticio de invierno. La propia Carmena decidió eliminar de un golpe el tradicional portal de Belén de la madrileña Puerta de Alcalá, porque quería unas celebraciones “para todos y en la que quepan todas las visiones de la Navidad”.
En los últimos mensajes para Nochebuena, Sánchez se despachó o bien deseando “a tod@s unas felices fiestas”, o bien diciendo que “la fuerza os acompañe”, como si el Nacimiento de Jesús fuese una entrega más de la Guerra de las Galaxias.
«Tampoco se ha visto a ningún miembro del espectro progre persiguiendo al imán de Fuengirola, que explicaba en un libro cómo pegar a las mujeres sin que le queden señales»
Por supuesto, se olvidó del inicio de la Cuaresma, y cómo no, de los días principales de nuestra Semana Grande, pero no se le pasó denunciar la iniciativa de la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, de hacer ondear las banderas a media asta el pasado Viernes Santo por la muerte de Cristo, cuando salió presto a denunciar que “las banderas no deberían estar a media asta”, porque, aseguraba, “nuestra Constitución consagra la separación entre Estado e Iglesia”, rematando su mensaje con una exigencia: “Estado laico ya”.
Y es que parece que su concepto de la laicidad cambia según a qué confesión o a qué comunidad religiosa se aplique.
Por algún extraño motivo, los acuerdos de cooperación celebrados entre el Estado español y las comunidades evangélica, judía y musulmana –muy especialmente, con esta última-, son normas intocables que hay que observar con todas las garantías (como, por otra parte, es lo deseable en un Estado de Derecho), mientras que los Acuerdos celebrados con la Santa Sede (que, recordemos, son Tratados Internacionales) están en permanente tela de juicio, y la izquierda exige su revisión cada vez que se acerca un período electoral.
Tampoco se ha visto a ningún miembro del espectro progre persiguiendo al imán de Fuengirola, que explicaba en un libro cómo pegar a las mujeres sin que le queden señales, pero el pasado domingo, el obispo de Solsona, Monseñor Xavier Novell, tenía que salir escoltado de una parroquia ante el agresivo acoso de decenas de miembros del colectivo LGTBI, por preguntarse cuáles podrían ser los motivos de la confusión en la orientación sexual de muchos adolescentes hoy en día.
Así, podíamos seguir preguntándonos por qué la izquierda pide sólo a la Iglesia católica que pague el IBI, cuando ninguna otra confesión lo hace, o por qué ese afán expropiador para con los templos católicos, mientras el resto construye y mantiene los suyos legítimamente.
«Con el Islam no se quiere separación ni supeditación al Estado. Ellos pueden hacer cuanto quieran, que todo será bienvenido»
También me gustaría que me explicasen por qué el delito de un clérigo se hace extensible a todos los sacerdotes, a los que los medios condenan sistemáticamente, mientras que, existiendo sólo en Reino Unido 23.000 yihadistas, cualquier analogía que se haga entre el Islam y el terrorismo es, automáticamente, catalogada de racismo o islamofobia.
Queda claro, pues, que en España existen dos laicidades, claramente distinguidas.
Por un parte, el laicismo radical, que se aplica a rodillo contra la Iglesia Católica, y que pasa por la supresión sistemática de sus símbolos en el espacio público, la persecución a sus tradiciones (que, a la postre, lo son de España como Nación), la burla y el escarnio impune de sus dogmas (sirva como ejemplo el dantesco espectáculo del travesti canario en la última edición de sus carnavales), el asalto físico a sus templos y celebraciones (la podemita Rita Maestre puede dar buena cuenta de lo barato que sale hacerlo) y la fiscalización social de su Credo, que es constantemente cuestionado y debatido por personas que viven fuera de la Iglesia, como si la fe fuese susceptible de ser sometida a referéndum. Porque la Iglesia tiene que subyugarse al Estado, o desaparecer.
Por otro, una laicidad suave, como de lomo acariciado, que invita a mirar para otro lado, protagonizando un rastrero recital de hipocresía que sólo la marabunta progre es capaz de interpretar. Con el Islam, no se quiere separación ni supeditación al Estado. Ellos pueden hacer cuanto quieran, que todo será bienvenido.
Cuánto les cuesta ponerle nombre, y con qué desidia lo hacen, cuando un individuo, en nombre de Alá, siega la vida de diez, veinte o cincuenta personas. Las primeras noticias hablarán de un perturbado, y después intentarán convencernos de que es un hecho aislado.
«La izquierda española ni entiende, ni quiere entender, ni la laicidad, ni la calificación de España como Estado aconfesional»
Los comentaristas se resistirán a hablar de atentado y a enmarcarlo dentro del terrorismo islamista hasta que la evidencia los aplaste. Y todavía quedarán aquellos que intenten justificarlo porque, en el fondo, Occidente se lo merece, por haber colonizado tal o cual país africano hace dos o tres siglos.
Si un musulmán golpea a su mujer, es que está cumpliendo con sus mandatos, y cualquiera que alce la voz será un racista declarado; si la esposa ha de ir cubierta hasta los párpados, es que está siendo fiel a su fe, y los demás tenemos que verlo bien, nos guste, o no.
En el fondo, los mensajes y parabienes de Pedro Sánchez y de Alberto Garzón, y las iniciativas de Carmena y sus cachorros, constatan que la izquierda española ni entiende, ni quiere entender, ni la laicidad, ni la calificación de España como Estado aconfesional.
Para ellos, todo este batiburrillo de ideas, que mezclan torpemente con su menguado raciocinio, sólo desemboca en una obsesión común: desterrar la Cruz de los espacios públicos.
Si para ello hay que retorcer el significado de las palabras y cambiarle el significado, pues se retuerce; si para conseguirlo es conveniente ensalzar las bondades de una religión invasiva y colonialista como el Islam, y esconder la cabeza ante las atrocidades que se cometen en nombre de esa religión, pues se hace, sin pudor ni vergüenza.
Lo único que quizás les convendría saber a estos tipejos es que su estrategia de usar a los musulmanes como ariete contra las raíces cristianas de Europa, por más que les parezca brillante, tarde o temprano se volverá en su contra.
Probablemente conquisten sus votos a cambio de prebendas y carantoñas mediáticas; y probablemente consigan que, allí donde desaparezca una Cruz, instalen una media luna. Pero, opino, que igual que tienen clara la maniobra para asediar al Cristianismo, deberían ser conscientes de que cuando la religión de Mahoma toque poder, su chiringuito se vendrá abajo.
Y sus “abrazos a toda la ciudadanía de confesión musulmana” se acabarán, porque donde gobierna el Islam, no hay ciudadanos, sino súbditos; y que sus lenguajes de género que les llevan a hablar de “todas las personas musulmanas” tendrán los días más que contados; y que el “espíritu laico” se lo tendrán que meter por dónde más cómodo les parezca, porque no hay Estado musulmán que no sea confesional.
Echarán de menos la infinita paciencia y la templanza heroica que exhibimos los cristianos. Pero de nosotros no quedará ni el recuerdo.
Mientras tanto, y para los días del Ramadán, la Policía ha alertado de la alta probabilidad de un ataque del terrorismo islamista en Madrid. Pero será que esos señores que velan por nuestra seguridad son también unos racistas, y no entienden de integración. Se tratará, pues, de alertas islamófobas. Como las de Manchester, al fin y al cabo.