El gran maestro de la Gran Logia de España-Grande Oriente Español, Óscar de Alfonso Ortega, quiere que España celebre por todo lo alto los 300 años de la masonería (1717-2017)
Y pidió a las instituciones que aprueben una declaración oficial que apoye los valores de «librepensamiento y tolerancia fraterna».
La masonería está de moda, cada vez tienen mejor prensa… incluso el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, se refirió a ellos como “Queridos hermanos masones”…
Y cada año se registran 300 nuevos afiliados en las dos grandes logias que hay en España: La principal, impulsada por la Masoneria Francesa, es la conocida como Gran Logia de España/Grande Oriente Español, fundada en 1887. Cuenta con alrededor de 180 logias locales.
Pero ¿no eran los masones unos personajes siniestros que tramaban conspiraciones bajo cuerda, movían los hilos de la política y la economía mundial y perseguían a la Iglesia?
¿En qué quedamos? ¿Se trata de unos idealistas que se dedican al perfeccionamiento personal y a hacer avanzar la Humanidad, promoviendo el progreso? ¿O unos perversos comecuras?
¿Hay realmente hay motivo para celebrar el orgullo masónico… ¿
Vayamos por partes.
La masonería surge a comienzos del siglo XVIII (1717) como una institución de carácter iniciático y filantrópico, fundada en un sentimiento de fraternidad.
Sus objetivos recuerdan mucho a la filosofía griega y al propio cristianismo: la búsqueda de la verdad, mediante el simbolismo de la construcción (el famoso Arquitecto del Universo).
Y ha sido decisiva la influencia que ha tenido en la configuración del mundo moderno (desde la Independencia de EEUU y la Revolución francesa hasta los grandes movimientos culturales del siglo XX).
Pero está plagada de contradicciones (y contraindicaciones) nada más nacer.
- Invocan la búsqueda de la verdad, pero admiten que es imposible conocerla;
- Apelan al progreso de los pueblos, pero ellos son un club oligárquico donde determinadas minorías deciden lo que nos conviene a los demás;
- Presumen de libertad, pero su estructura interna no admite el menor atisbo de disidencia
- Y su filosofía política bebe de los idealimos del XVIII –de donde han brotado los marxismos y los nazismos-.
Siempre queda la duda de si su filosofía de fondo no es sino un cuento chino para crear una mafia de nuevos ricos y extender sus tentáculos, con una vaga doctrina deísta y filantrópica como burda coartada.
Lo cierto es que el invento ha funcionado, singularmente en el Nuevo Mundo (tanto en EEUU como América Hispana, donde la independencia de la Corona española hubiera sido impensable sin la masonería).
Masones famosos: Prim, Serrano, Blasco Ibáñez, Azaña o Ramón Franco, hermano del Caudillo
A ejemplo de George Washington, Bolívar y San Martín hicieron lo propio en Venezuela-Colombia y Argentina-Chile respectivamente. Todos ellos de obediencia masónica. Pero esa influencia, incubada en el Cádiz de 1812, se propagó en la política española.
Si el primer gran masón fue el aragonés Pedro Pablo Abarca, conde de Aranda, en el XVIII, el virus creció en la centuria siguiente con los generales Prim y Serrano, el liberal Sagasta; artistas como Tomás Bretón o Benlliure; y escritores como el Duque de Rivas o Blasco Ibáñez.
Y ya en el siglo XX, Azaña, Largo Caballero, Lerroux … o en el bando de Franco, el general Cabanellas o el propio hermano del Caudillo, Ramón Franco.
La literatura ha dejado constancia de su papel jugado en la Guerra Civil, como narra José María Gironella en Los cipreses creen en Dios, donde muestra su anticlericalismo trasnochado, sus infantiles ceremonias rituales y sus contraseñas para iniciados, de señores hechos y derechos que siguen jugando a boyscouts.
Sería para tomárselo a chacota, si no fuera porque manejan hilos en la sombra, manipulan gobiernos y empresas, chantajean y amenazan, como contaba el francés Maurice Caillet en su libro revelador, Yo fui masón.
Uno de sus secretos es… el secreto, un anacronismo en la era de la transparencia. El problema es que el secreto es parte esencial del tejemaneje masónico.
De hecho, nunca la masonería ha publicado ningún documento interno de motu proprio. Cuando lo ha sacado a luz, ha sido porque ya lo habían hecho previamente ex masones. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con las Constituciones de Anderson (1723) o los rituales de los tres primeros grados, ocultos durante doscientos años hasta que Walton Hannah publicó un libro, en los años 50, desenmascarándolos.
Y además, los masones suelen ocultar que lo son. ¿Por qué el secreto, a estas alturas de la película? Según Caillet porque el secreto es poder.
Lo dice el Hermano Dantón autor de una Historia de la Masoneria, publicada a principios del siglo XX, donde reconoce que los masones han buscado siempre las sombras, para avanzar con más rapidez.
«El 14% de los masones españoles se autodefinen católico romano, pero el ex masón francés Serge Abad dice que la masonería es anticatólica»
Pero la Iglesia, por si sirve de referencia, siempre ha condenado la masonería. Eso parece entrar en contradicción tanto con las palabras del cardenal Ravassi («queridos hermanos masones») como con el hecho de que las logias españolas digan que el “14% de los masones españoles se autodefine católico romano, sin que sientan oposición alguna entre su fe y la vivencia fraternal con todos los hombres que les propone la Masoneria”.
Sin embargo ex masones como el francés Serge Abad Gallardo (que llegó a ser maestro grado 14) aseguran que es incompantible ser católico y masón. Lo explicaba en una entrevista a Actuall.
«La masonería es en la mayoría de las obediencias anti-católica y anticlerical (…) Sus fundamentos son totalmente diferentes y opuestos a la moral católica, que por ejemplo hace de la familia la base de la sociedad. Promoviendo leyes contra la familia intentan destruir la Iglesia Católica. Esto es uno de los motivos por lo cual yo afirmo que no es posible ser católico y masón».
Maurice Caillet revela en Yo fui masón que la ley del aborto aprobada en Francia, a comienzo de los años 70, salió adelante gracias a diputados masones (¡atención!: tanto de izquierda como de derecha).
Por otro lado, la masonería ha estado detrás históricamente de las ofensivas laicistas bien para atacar a la Iglesia, bien para desalojarla del ámbito público y recluirla en modernas catacumbas.
A nadie se le ocultan los vasos comunicantes entre movimientos masónicos como la Fundacion Ferrer Guardia y el laicismo agresivo de los Gobiernos de Zapatero.
Los manifiestos por la laicidad, impulsados por el lobby Ferrer Guardia entre otras organizaciones, parecen el guión que luego ha siguió fielmente el presidente Zapatero.
Por no hablar con ciertos ritos satánicos auspiciados por algunas logias. Es el caso de los masones del grado 29, según el ritual del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, a los que se les obliga a pisar un crucifijo con los pies y consagrarse al demonio.
Lo cuenta Alberto Bárcena en un libro reciente, Iglesia y masonería (Editorial San Roman).
Alberto Bárcena, autor de Iglesia y masonería: «En la masonería se adora a Lucifer»
El autor llega a decir que «en la masonería se adora a Lucifer. Antes o después; de una manera más o menos consciente; como `símbolo´ o realidad personal; con mayor o menor implicación».
La Iglesia lo ha tenido claro desde que la masonería cobró poder en el siglo XVIII. Desde 1738 a 1980 hay al menos 371 documentos de la Iglesia sobre la masonería.
El Papa Clemente XII ya condenaba la masonería en la bula papal In eminenti. Y León XIII la calificaba como un “enemigo astuto y calculador” en su encíclica Humanum genus.
El Código de Derecho Canónico de 1917 excomulgaba a los católicos que “den su nombre a la secta masónica, o a otras asociaciones del mismo género, que maquinan contra la Iglesia”.
Actualmente, la legislación se basa en el Código de Derecho Canónico que promulgó Juan Pablo II en 1983, que alertaba de que todo católico que “se inscribe en una asociación que maquina contra la Iglesia debe ser castigado”.
No citaba concretamente la masonería por lo que Ratzinger, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, firmó una declaración en la que aclaraba que la Iglesia no había variado en nada su posición frente a la masonería y que ésta seguía siendo incompatible con el catolicismo.
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