
El cine español era no hace tanto tiempo como una larga y oscura noche, incapaz de atraer y dar luz al espectador patrio. Pero algo ha cambiado y Álex de la Iglesia ha tenido que ver con ello.
Al éxito todo el mundo se apunta, está en la naturaleza humana, muchos se disputan su paternidad, que siendo justos habría que considerar compartida. Hasta hace poco esto no era así, los bruscos picos en la cuota de pantalla del cine español en determinados años había que buscarlos en el tirón de un título concreto, que con frecuencia no era precisamente una obra maestra del Séptimo Arte, si me permite el amiguete Santiago Segura decirlo.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSantiago Segura con sus 5 cutreTorrentes tiene asegurada la jubilación
Aunque sin duda que con sus 5 cutreTorrentes, 5, tiene asegurada la jubilación, no como el pobre Javier Mariscal, creador de Cobi, su mascota de Barcelona 1992 no le ha impedido arruinarse, qué pena, siempre me encantó su olímpico diseño.
Por supuesto que hay títulos que arrasan, pensemos en el fenómeno sociológico de Ocho apellidos vascos, la segunda película más taquillera de la historia de España, algo que nadie supo prever, el film acertó al reírse de nacionalismos y localismos con un humor blanco que procuraba no molestar; ahora el 20-N –tiene guasa la fecha de estreno elegida– Dani Rovira y compañía intentarán revalidar su proeza con Ocho apellidos catalanes, sobre la que hay muchas expectativas; la fórmula será la misma, y tiene asegurado un público base, por así decir, pero algo de la frescura original probablemente se habrá perdido, es ley de vida.

El cine español se ha abierto desde hace tiempo a la Comarca. Muchos directores se han embarcado en proyectos internacionales, rodando en inglés, ahí están Alejandro Amenábar y recientemente Fernando León de Aranoa, con Un día perfecto. E hizo posible Lo imposible Juan Antonio Bayona, un tsunami recreado en la pantalla, y un tsunami en la taquilla. Bastantes cineastas han hecho las Américas, caso clamoroso es Jaume Collet-Serra, un nino mimado de la Warner, con títulos tan exitosos como Sin identidad y Una noche para sobrevivir.
El concepto “españolada” ha dejado de existir, o al menos ya no tiene el sentido peyorativo de antaño. A ello han contribuido de modo decisivo las series de televisión, a la gente le gusta ver personajes reconocibles, como la vecina de al lado, lo que ocurría en Cuéntame o Los Serrano, por citar dos títulos emblemáticos.
Y esto se ha trasladado al cine, a veces en singular simbiosis: El desconocido, thriller con coche con bomba, padre que lleva consigo a sus dos hijitos, helicóptero, policías artificieros… ¿Suena muy americano, verdad? Pues mucho de eso hay, pero también tenemos La Coruña y estafas con productos financieros en los bancos, que resultan bastante familiares. También es cine de género el familiar de animación que empezó con Tadeo Jones, y que ahora triunfa con, muy USA también, Atrapa la bandera.
¿Y dónde encaja Álex de la Iglesia en todo esto? Probablemente lo de “rostro amable” del título suena a broma, pues las películas del cineasta bilbaíno suelen estar concebidas como una gamberrada, con abundante humor negro y salvaje. Así que toca explicarse.

En tiempos de chapapote y no a la guerra, en que muchos nombres ilustres del cine español se significaron de modo clamoroso contra el gobierno pepero, numerosos espectadores se hicieron la promesa de que las películas de nuestros artistas iba a verlas Rita “la cantaora”, pero no ellos. La cosa todavía colea, y aún hay quien al ver el apellido Bardem –pobre Juan Antonio, que no tiene culpa alguna– en el título de una película, le dan sarpullidos y la tacha de su lista de pendientes.
Pero pienso que Álex de la Iglesia, como presidente de la Academia de Cine, contribuyó mucho a normalizar las cosas. No estuvo mucho tiempo –no compartía los planteamientos de la ley Sinde–, pero habló con todo el que se lo pidió entre 2009 y 2011, a mí me aseguraba que “la Academia como institución no tiene ideología, representa a todo el mundo por igual. Y no es cierto que los miembros tengan una dirección ideológica determinada, los hay con puntos de vista totalmente contrapuestos”.
Su cine dista de ser perfecto –nunca ha superado el listón de El día de la bestia, su mejor film, de hace ya 20 años–, pero De la Iglesia es ocurrente y cae bien. Hay retazos de su cine que me gustan, como el brillante arranque de Las brujas de Zugarramurdi. Su nuevo film Mi gran noche me parece irregular, su intento de seguir la estela de El guateque para reírse de los programa televisivos de fin de año se queda a medio camino.

Pero la idea de recuperar a Raphael para el cine, y lograr que éste se autoparodie sin complejos interpretando a Alphonso, es generosa y funciona. Puedo conectar con alguien que sitúa parte de una cinta en el Valle de los Caídos sin jugar a ganar la guerra, Balada triste de trompeta. Y merece mi aplauso el que reuniera a casi todo el que se llama cómico en España para homenajear a Miguel Gila en su célebre spot publicitario de Campofrío.