Vacaciones en Roma, esa comedia deliciosa y principesca de 1953 protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, a la que pálidamente trata de imitar la más reciente y pendiente de estreno Noche real, ganó 3 Oscar. Además del correspondiente a la actriz, todo un descubrimiento de mi admirado William Wyler, sobre el que escribí con muchísimo gusto un libro, el film ganó la estatuilla correspondiente al mejor guión original, por el que estaba acreditado Ian McLellan Hunter. Se trataba de una tapadera para su amigo Dalton Trumbo, que estaba entonces incluido en las listas negras de Hollywood.
Está claro que muchos profesionales del cine sufrieron en Hollywood por sus ideas políticas en aquellos años, y en algunos casos sus carreras se vieron seriamente perjudicadas. Aunque se deberían ver las cosas con perspectiva, y recordar el contexto histórico de la Guerra Fría, con Estados Unidos y la Unión Soviética sosteniéndose la mirada a cara de perro, y con el miedo, rayano en la obsesión, a la infiltración comunista y una posible conflagración nuclear. La preocupación razonable ante los planes de un régimen tiránico y criminal como el de Stalin degeneró, e incluso hubo políticos aprovechados que usaron la llamada caza de brujas para medrar.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraUno de ellos, J. Parnell Thomas, del Comité de Actividades AntiAmericanas (HUAC), acabó en la cárcel por evasión de impuestos, e irónicamente compartiría prisión con el mismísimo Dalton Trumbo. El escritor y guionista fue uno de los famosos “Diez de Hollywood”, y fue condenado a un año entre rejas por desacato, se negó a declarar ante el Comité porque pensaba que nadie podía obligarle ni a ningún ciudadano estadounidense a manifestarse sobre sus ideas políticas.
Jay Roach ha entregado una película esforzada, Trumbo, que se basa entre otras fuentes en la biografía de Bruce Cook editada en España por Navona, y refleja con justeza lo ocurrido en esos años funestos. Al recoger casi al final, en el momento en que le premió el Sindicato de Guionistas, parte del discurso que Trumbo preparó para la ocasión, se apuesta por la conciliación y el perdón, y no por la amargura ante la lucha que debió mantener nuestro personaje.
Entre otras cosas, dijo con magnanimidad Trumbo: “El de las listas negras fue un período maligno, y ninguno de los que sobrevió a cada lado quedó indemne. Atrapados en una situación que sobrepasaba al control de los meros individuos, cada persona reaccionó según le dictaron su naturaleza, sus necesidades, sus convicciones y sus particulares circunstancias. Hubo mala y buena fe, honradez y deshonestidad, coraje y cobardía, generosidad y oportunismo, sabiduría y estupidez, bondad y maldad, en ambos lados; y casi todos los individuos involucrados, no importa la posición que ocuparan, combinaba todas o algunas de estas cualidades contradictorias en su propia persona, en sus propios actos”. Esta idea de que todos fueron víctimas, incluidos los delatores, produjo ampollas, por ejemplo en su amigo también perseguido Albert Maltz, que lo atribuyó a un deseo cristiano de perdonar, comprensible, pero que él no compartía.
Bryan Cranston probó en la serie televisiva Breaking Bad que es un actor formidable, y aquí, en su primer papel protagonista para el cine, ha logrado una merecida nominación al Oscar. Él sostiene la película, y nos apasiona su lucha por trabajar en el cine de tapadillo, con creciente éxito, incluso consiguiendo encargos para otros colegas, así hasta alcanzar los momentos cruciales de sus colaboraciones en Espartaco y Éxodo. Probablemente otros personajes son demasiado simples en el film, como la gacetillera Hedda Hopper, pues a pesar de ser interpretada por la gran Helen Mirren, resulta muy estereotipada. También pesa un poco que grandes personajes, sobradamente conocidos por el cinéfilo, como John Wayne o Edward G. Robinson, sean interpretados por actores que no tienen, inevitablemente, la poderosa presencia que sería deseable.
Estrenada ya hace unos meses, ¡Ave, César! de los hermanos Coen, era un divertido y entrañable homenaje al Hollywood clásico y el sistema de los estudios. Joel y Ethan Coen, aunque no se trate del tema principal, también sabían tomarse con humor la cuestión de las ideas políticas de los cineastas en los 50, mostrando a un equipo de creadores conspirando, a una estrella fugándose…¡a la URSS! en un submarino, y a otra cautivada por el socialismo, y cuya simpleza merecía un sonoro bofetón. Nadie ha dicho que aquello sea una mirada frívola, y es que simplemente se observa desde la distancia y se bromea con sana ironía, una buena forma de invitar a respetar lo que piensan los demás, viva la libertad de expresión.