Cosas de la edad

    Muy emocionada (con pañuelo en mano) vi los dos primeros capítulos. No he podido ver el tercero y el cuarto, pero los tengo grabados. Y saqué algunas buenas reflexiones de ellos.

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    Cosas de la edad es un formato televisivo en el que niños son llevados a una residencia de ancianos.
    Cosas de la edad es un formato televisivo en el que niños son llevados a una residencia de ancianos.

    Hace más o menos un mes, un lunes por la noche, cenando frente al televisor sola porque mi marido estaba en turno de tarde, descubrí un programa que me enganchó: “Cosas de la edad”. Lo emiten en el Canal Cero, por lo que lo primero que pensé fue: ¿Y de este canal puede salir algo bueno?

    Tampoco soy de las que demoniza la televisión. Al contrario, creo que se emiten cosas buenas, pero hay que saber elegir, y ahora hay muchos medios para ello. Como todas las tecnologías, hay que saber dónde está la bueno y lo malo.

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    Este programa me pareció algo muy distinto. Os cuento de qué va: un grupo de niños de cuatro años acude durante un tiempo a una residencia de ancianos de Alcorcón. El espacio trata sobre las distintas dinámicas que hacen, las historias de los abuelos y cómo este “experimento” ayuda a unos y otros.

    Muy emocionada (con pañuelo en mano) vi los dos primeros capítulos. No he podido ver el tercero y el cuarto, pero los tengo grabados. Y saqué algunas buenas reflexiones de ellos:

    Lo primero, me pareció algo tremendamente positivo que gente mayor aparezca en la televisión. Y que sean ancianos sin “photoshop”. Es decir, no aquellos llenos de energía que no paran de viajar, que también los hay, sino abuelos a los que hay que cuidar, algunos en sus sillas de ruedas o con andadores.

    «Se ven muchos ancianos solos, cuando antes, no hace tanto, estaban en las casas rodeados de nietos»

    Segundo, me encantó que se muestre lo bueno que puede ser para los niños estar con los ancianos y a estos estar con los pequeños. No me gusta que se “exponga” a los niños ni en redes sociales ni en televisión, pero como parte de la sociedad que son, deben estar presentes también en la pantalla, el gran expositor, justamente para recordarnos que aportan a la sociedad lo que son: niños y ancianos, no por lo que valen o dejan de valer. Y un niño debe saber que tiene que cuidar de su abuelo, y a un abuelo le ayuda que hay una persona que sigue necesitando de él.

    Tercero, se muestran a cámara las historias de los “abuelitos”, como muchas veces los llaman los muchachos que participan en el programa. Son historias de soledad, de haberse quedado solos en la vida tras haber amado hasta el final a su cónyuge; de hablar siempre con palabras de amor sobre sus hijos, sus nietos, sus sobrinos…, vayan o no a verlos. Es también ver los límites de estas personas, de los que a veces no nos acordamos.

    Esta semana celebrábamos el “Día de las personas mayores”. Y, como en todo, no vale poner un par de etiquetas en redes sociales para acordarnos de ellos, y que aparezcan ese día en el telediario.

    Los jóvenes tenemos que estar ahí con ellos. Porque, aunque repitan muchas veces las mismas cosas, son pozos de sabiduría a los que hay que escuchar. Porque miles de días ellos estuvieron simplemente allí cuando éramos pequeños y algún día nos tocará estar nosotros en su situación y querremos que alguien nos hable o nos dé la mano.

    Sí, suena a tópico. Pero se ven muchos ancianos solos, cuando antes, no hace tanto, estaban en las casas rodeados de nietos. Y para ilustrar esta situación dejadme que os cuente un par de anécdotas:

    «Una anciana le preguntó la hora. Al decírsela, la señora le dijo: ‘Es que hasta la 1 no me deja subir mi nuera a casa’. Uff»

    La primera ocurrió hace tres Navidades. La volví a recordar viendo este programa. Mi abuela estaba ingresada en el hospital en Nochebuena (falleció cinco meses después). Mientras iba a verla aquella tarde, en los pasillos de la planta de geriatría solo escuchaba a gente hablando por teléfono de cenas, horarios, menús… ¿De verdad era lo importante? Y mientras iba llegando a la habitación de mi abuela, me fijaba en cada cuarto: muchos ancianos solos (no todos). Me pregunté si para algún hijo no era un alivio quitarse al abuelo de encima ese día.

    La segunda tuvo lugar el fin de semana pasado. Volviendo de viaje con mis padres (que gracias a Dios son de los jubilados a los que les falta tiempo para seguir viajando), paramos en una gasolinera en Ávila para pasar a los aseos. En un banco estaba sentada una mujer mayor, sola. Pensé en el aburrimiento supremo de estar no sé cuánto tiempo mirando una gasolinera, sin hablar con nadie. La saludé como el que saluda en los pueblos, con un poco de misericordia, escasa sin duda, porque por vergüenza o por esta sociedad individualista en la que nos metemos no le dije nada más. Acordándome también del programa del que os he hablado, se lo comenté a mi madre, quien a su vez me contó que hace poco una anciana le preguntó la hora. Al decírsela, la señora le dijo: “Es que hasta la 1 no me deja subir mi nuera a casa”. Uff.

    Así que con momentos así, me alegro enormemente de que aparezca este grupo de abuelos en la televisión. Quizás así cualquier espectador (o ahora un lector) se dé cuenta de que no pasa nada por “perder un poco de tiempo” en una visita al padre, a la madre, a los tíos, a los abuelos, o simplemente escuchar en el portal al vecino mayor de al lado. Porque no es perder, sino ganar para las dos partes.

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