
Es desesperante. Hemos llegado a un punto en el debate público en que las posturas se han petrificado, de modo que uno ya no aprende de lo que pasa; lo que pasa, la noticia, el caso, se convierte en un arma para un bando y para el contrario, cambiando solo su interpretación, aunque haya que retorcer la realidad hasta el absurdo.
Cada vez que salta la noticia de una nueva masacre, el periodista mercenario, el verdadero creyente, la examina interesado no tanto en las víctimas o en el daño; ni siquiera en las causas o los remedios, sino en ver si la autoría puede favorecer o perjudicar a la Causa.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraYa se ha convertido en un divertimento habitual en redes sociales contrastar los comentarios de un mismo periodista de probada virtud -queremos decir, impecablemente progresista– sobre dos masacres, una a favor y otra en contra del discurso permitido.
Si el asesino masivo es blanco, está permitido generalizar, especialmente si no tiene vínculos demasiado evidentes con causas progresistas.
En este segundo caso, se aprovechará para pedir la derogación de la Segunda Enmienda, la cláusula en la Constitución de los Estados Unidos que da a los particulares el derecho a portar armas de fuego.
Desgraciadamente para nuestros popes, un número desproporcionado de ataques los llevan a cabo radicales musulmanes en nombre de su fe, y eso hay que minimizarlo a toda costa porque se opone frontalmente a la agenda, según la cual la inmigración masiva hacia nuestros países de inmigrantes procedentes de tierras islámicas solo nos «enriquece».
El New York Times comenta en Twitter: «De algún modo, «Allahu akbar» ha acabado asociándose inextricablemente al terrorismo. Su significado real es bastante más inocente»
Así, nos encontramos, tras el atropello masivo de Nueva York, con un curioso comentario en la red social Twitter por el New York Times, el panfleto de cabecera de todos los bienpensantes: «De algún modo, «Allahu akbar» ha acabado asociándose inextricablemente al terrorismo. Su significado real es bastante más inocente».
Por supuesto, tiene razón. También por supuesto, es muy significativo que el New York Times se sienta impelido a pregonar semejante perogrullada, habida cuenta de que tanto la propia ‘Dama Gris’ como sus incontables imitadores en los más diversos idiomas prefieren decir «el atacante gritó «¡Dios es grande!», cuando todos sabemos que no lo hizo en nuestro idioma, sino en el original árabe.
Sí, claro, «Allahu akbar» significa, literalmente, «Dios es grande» en árabe, una afirmación a la que no tenemos absolutamente nada que oponer, al contrario, salvo el hecho de que nos parezca cansino insistir en semejante perogrullada.
Pero el diario norteamericano está siendo deshonesto aquí, fingiendo una inocencia que nadie puede reprocharle. El periodista sabe perfectamente qué significa, en la práctica, ese grito; que no es exactamente lo mismo escucharlo en tono pausado mientras uno practica su árabe con su amigo Yusuf en una cafetería que oírlo convertido en aullido en un autobús atestado.
Sospecho que el propio autor de esta pedantesca apostilla, por mucho que conozca el «inocente» significado de la expresión, reaccionaría con alarma si la escucha repentinamente en el avión.
Es lo que se llama «contexto», y que el periodista conoce perfectamente. Da la casualidad de que escribe para un público que, en su abrumadora mayoría, no habla árabe, y no es, desde luego, culpa nuestra si tan «inocente» declaración ha pasado a nuestra conversación habitual convertida en un aviso de muerte y violencia.
Ignoro cómo se dice «¡Rutenia libre!» en ruteno, pero si hubiera un frente de liberación que protagonizara atentados por todo el mundo con ese grito en su idioma, tendría sentido que la expresión extraña adquiriera para el mundo un sentido muy diferente del original.
La intención del New York Times al aclararnos amablemente la traducción de la ya célebre expresión es transparente, creo, para todos. Pero también, sin que lo pretenda, más ominosa de lo que cree.
Los terroristas del IRA, siendo nominalmente católicos, no mataban movidos por el celo religioso, sino por Irlanda
«Allahu akbar» es una declaración piadosa, en un mantra religioso, algo que se repite rutinariamente en las oraciones de los fieles musulmanes, y ese es exactamente el problema que al New York Times y a otros voceros del progresismo les encantaría disimular, a saber: que quienes matan en actos terroristas gritando eso mismo no son, simplemente, musulmanes, sino que la motivación que tienen para hacerlo es su fe.
Podemos decir que el Islam significa paz y que los terroristas son una exigua minoría hasta quedar roncos: es cierto.
Es cierto, pero también lo es que los terroristas del IRA, siendo nominalmente católicos, no mataban movidos por el celo religioso, sino por Irlanda, y lo mismo podríamos decir de no pocos etarras.
No se trata de mirar cuál es la religión de quien mata, sino qué religión se usa invariablemente como excusa para matar. Sí, sí: estamos dispuestos a creer que es una interpretación trágicamente torcida, que sea algo que solo apoye una minoría. Pero es absurdo ignorar que tenemos un problema, y que ese problema tiene un origen -una excusa, si se quiere- religioso.