Si en mil palabras no eres capaz de explicar mucho más que en una imagen, no sé, dedícate a la contabilidad o la marquetería. Una imagen no vale más que mil palabras, se pongan los chinos como se pongan y de hecho con una sola foto se pueden hacer mangas y capirotes, como con una anécdota.
Pero los mismos que nos dicen, con razón, que es abusivo tratar de probar el error de abrir de par en par las fronteras con la noticia de un violación múltiple protagonizada por magrebíes, no tienen empacho alguno en dedicarle una foto a toda plana en primera al pequeño Aylan Kurdi, el niño sirio, ahogado en una playa turca, o ese otro rescatado de los escombros de un bombardeo en Alepo. Porque saben que si una imagen no vale tanto como una explicación, sí mueve más corazones, especialmente en esta época sentimental y poco paciente con los argumentos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraY quien dice inmigración masiva dice Cambio Climático, el dogma empecinado de nuestras élites que tanto interés tienen en convertirnos a él que no dudan en reclutar a una niña sueca con Asperger, famosa por hacer las pellas más exitosas de la historia escolar.
El mismo día que escribo esto, el que se tiene por ‘diario de referencia’ en España, El País, abre su edición con la foto de un trineo con sus perros correspondientes a medias sumergido en las aguas de un fiordo. Y, naturalmente, esa es la prueba incontestable de que Greta tiene razón, como tiene razón -al fin, después de tantos intentos fallidos- Al Gore, y el hielo polar se derrite y todos vamos a morir achicharrados en breve a menos que entremos por el aro, nos resignemos a volver al siglo XIX y a comer insectos.
La foto podría haberla hecho yo misma en la Manga del Mar menor con los perros del vecino y un buen filtro, pero no es ahí donde voy; que El País nos quiera hacer tragar ruedas de molino no significa que no haya tomado las precauciones mínimas de asegurarse de que la foto es legítima, del fiordo de Inglefield Bredning, en Groenlandia, tomada hace dos meses por el climatólogo danés Steffen M. Olsen.
Pero cuando digo “mínimas”, quiero decir muy, muy mínimas. Vamos, que lo que quiere deducir El País y cientos de calentólogos de sofá no se parece ni por el forro a la realidad, algo menos alarmante. Parece ser que lo que cuenta el autor de la foto es que sus observaciones probaban que el hielo en Groenlandia era más, no menos, grueso que otros años por las mismas fechas, y que se registraba una temperatura más fría en el mar. Si se puede ver a los perros ‘caminando’ sobre las aguas es porque lo hacen sobre una capa de hielo inundada por el agua del deshielo primaveral, que no se filtra porque la superficie de hielo no presenta ranuras o fisuras por donde pudiera colarse. Es como agua en un plato, en fin, pero la base de ese plato es puro, sólido hielo de 1,2 metros de espesor.
Si hace más calor de lo usual, ¿qué más prueba necesitáis? Si hace más frío, ¿todavía negaréis el cambio, enemigos de la ciencia? Si llueve, si no llueve, si hay más huracanes, si escasean…
No vamos a pretender que la foto demuestre lo contrario de lo que apunta El País, en absoluto. Pero tampoco lo que pretende. Ninguna foto podría hacer eso, ni siquiera ningún episodio metereológico aislado. Aunque estamos más que acostumbrados a que cualquier cosa y su contraria se vendan como prueba innegable de un fenómeno que no por nada cambio su nombre de Calentamiento Global por el de Cambio Climático y, ahora, por el de Crisis Climática. Si hace más calor de lo usual, ¿qué más prueba necesitáis? Si hace más frío, ¿todavía negaréis el cambio, enemigos de la ciencia? Si llueve, si no llueve, si hay más huracanes, si escasean… Todo, en fin, demuestra que debemos dejar nuestro destino por completo en manos de las autoridades, que acabarán con nuestras libertades solo para salvar el planeta, siguiendo el consejo de los expertos.
Una advierte cierta nota de desesperación en todo esto, en los flagelantes que siguen a Greta, en las fotos en primera, en la pasión con que se nos invita a no pensar y creer con fe sincera. Quizá, apunto, tenga que ver que la alerta se dio ya en los ochenta, y oímos de los expertos profecías que no solo no se han cumplido, sino que ahora resultaría hasta poco caritativo reproducir. También en que para ser un celoso adepto de la Cofradía del Apocalipsis Climático hay que creer en demasiados cosas, algunas menos digeribles que otras.
Así, a bote pronto, se me ocurren cuatro. Si uno vacila en una sola, ya es condenado al infierno negacionista. La primera es que estamos en un fase duradera de cambio climático caracterizado por una subida de la temperatura media del planeta como consecuencia de la emisión de los llamados ‘gases invernadero’, principal y casi exclusivamente el dióxido de carbono. Es posible, aunque el pobre carbono, tan bueno para las plantas y para la vida en general, podría tener poco que ver con el aumento de las temperaturas que, por otra parte, podrían no mantener mucho más tiempo su tendencia al alza.
Siempre se nos dice que se acaba el tiempo pero, de modo misterioso, nunca se acaba, realmente
En segundo lugar, que ese cambio se debe a la actividad industrial. También dudoso, porque la actividad humana es responsable de una proporción bastante menor del dióxido de carbono liberado a la atmósfera, además de que dejaría sin explicación alteraciones históricas conocidas como el Óptimo Medieval.
Hablando del Óptimo Medieval, un tercer aspecto exigido por la fe climática es que ese aumento generalizado en la temperatura media será desastroso para la vida en el planeta. Pero el planeta ha tenido en su historia temperaturas medias significativamente más altas -y concentraciones de carbono en la atmósfera, también- coincidentes con una verdadera explosión de vida. En el Óptimo Medieval, por ejemplo, Europa experimentó una explosión demográfica, Groenlandia justificó su nombre de Tierra Verde y se plantaban vides en el norte de Inglaterra.
Y, por último, hay que creer con la misma fe sencilla que un cambio que se nos anuncia inminente y de enormes magnitudes se puede revertir a poco que sigamos las recomendaciones de un panel de la ONU. Es de los aspectos más curiosos de todo este asunto: basta que las fábricas y centrales dejen de emitir CO2 (las plantas, los volcanes y demás pueden seguir haciéndolo) para conjurar el peligro. Siempre se nos dice que se acaba el tiempo pero, de modo misterioso, nunca se acaba, realmente. Tómense la molestia de repasar las ‘fechas límite’ que han manejado los científicos desde finales de los ochenta a partir de los cuales ya sería irreversible el apocalipsis y verán lo que les digo.