Cruda realidad / Los Simpson, una desastrosa familia ejemplar

    No parece haber nada puro, bueno, respetable, honorable u honrado en la Springfield de la famosa familia, que cumple ahora 30 años en antena. Y sin embargo…

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    Los Simpson
    Los Simpson

    Hay algo inquietante, monstruoso, en Los Simpson, la serie de dibujos animados. Y no me refiero a que sus protagonistas tengan la piel de un vivo amarillo y cuatro dedos en cada mano, sino más bien a que llevan ya treinta años, han vivido todo lo vivible, y siguen siniestramente iguales.

    Maggie, el bebé, sigue recién nacida, pese a que debería estar ya casada y con hijos, si es que le toca casarse y tener hijos; Abe Simpson debería estar muerto o convertido en una auténtica curiosidad digna de estudio científico, y el matrimonio protagonista tendría que chochear a estas alturas.

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    Y no es exactamente que no cambie todo lo demás: Springfield cambia, evoluciona, se moderniza. Cada capítulo es el reflejo paródico, exagerado hasta el paroxismo, de alguna situación, tendencia, moda o suceso rabiosamente actual.

    El corruptísimo alcalde Quinby sigue ganando elecciones, (…) Smithers, sigue sin salir del armario pese a lo mucho que han cambiado las percepciones durante estas tres décadas

    Son solo los personajes los que -como en un guión de Shyamalan, el director de El sexto sentido-, permanecen idénticos mientras todo cambia.

    El corruptísimo alcalde Quinby sigue ganando elecciones, el anciano y malvado millonario Montgomery Banks, dueño de la central nuclear y jefe de Homer, no es un día más anciano y su mano derecha, Smithers, sigue sin salir del armario pese a lo mucho que han cambiado las percepciones durante estas tres décadas.

    No sé muy bien qué pensar de Los Simpson. ¿Son un mero reflejo de la época que nos ha tocado vivir, específicamente de la realidad americana? ¿Es un disolvente moral que instila un mensaje corruptor en cada capítulo?

    Quizá el éxito de la serie es, precisamente, que los comentaristas siguen planteándose esas preguntas sin llegar a un acuerdo. En principio, las ideas que más directamente transmite son puro ácido sulfúrico: no parece haber nada puro, bueno, respetable, honorable u honrado en la Springfield de la famosa familia.

    La visión de la vida que transmite Homer es sencillamente desoladora, más amoral que inmoral. Bart hace que la crueldad y el egoísmo desaforado resulten simpáticos, tanto como Lisa que las buenas intenciones parezcan pretencionsas ridiculeces.

    Y, sin embargo…

    Sin embargo, detrás y debajo de toda esa devastadora visión brutalmente materialista y moralmente nihilista; después de treinta años de soportar la pedantería de Lisa, la violenta ‘pedagogía’ de Homer y su exasperante estupidez perezosa, las travesuras de delincuente juvenil de Bart y el maniático perfeccionismo de Marge, la familia sigue unida.

    Y no unida como puedan estarlo habitantes de un mismo espacio que se limitan a soportarse mutuamente, no: si no el final de cada capítulo, sí el de muchos consiste en encontrar consuelo y alivio y calor ante un mundo sin certezas en la familia.

    En medio de ese escenario en el que nada es fijo, en nada se puede confiar, los Simpson son un canto a la familia

    Los Simpson son, lo pretenda o no su creador, un canto a la familia, y quizá resulta especialmente eficaz el hecho de que todos sus demás mensajes, reflejo al fin de nuestro tiempo, sean tan corrosivos y, aun envueltos en la agridulce capa del humor, de un cinismo aterrador.

    En medio de ese escenario en el que nada es fijo, en nada se puede confiar, nada dura y nada es tan bueno como parece, los Simpson se tienen unos a otros y en los momentos en que nada puede ir peor es cuando sobresale esa especial ternura que parecen reservar a la familia y solo a ella.

    Los Simpson son una familia modelo precisamente por ser una familia desastrosa y duradera. Y no meramente duradera de durar, sino reconstituirse cada vez, perdonarse cada vez, buscarse al final de tantos episodios para reconciliarse o buscar apoyo en el otro.

    Esto, en vista de todo lo demás, es tan raro, tan poco propio de ese panorama que hemos visto cambiar tanto en treinta años, destaca como un diamante en la basura.

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