La parodia es hoy un género imposible, secuestrado por los medios de comunicación al servicio de los amos de un discurso cada vez más indistinguible de la farsa.
¿En serio nadie advierte el supremo sarcasmo del caso Oprah Winfrey? ¿Cuánto tiempo llevan los mandarines mediáticos poniendo los ojos en blanco ante el escándalo de que un presentador de ‘reality shows’ sea presidente de Estados Unidos?
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraLa misma gala fue una perfecta parodia, con todas las damas de negro para protestar contra los abusos que han tenido que soportar de manos de productores como Weinstein.
Naturalmente, todas ellas, hasta la última de esas cómicas sobrevaloradas, conocía el sucio secretillo del sector, como lo sabíamos todos: el ‘sofá del productor’ es ya un clásico.
Y todas callaron, y ahora tenemos que tomarlas por heroínas indignadas y venerarlas como tales.
O seguir venerándolas, más bien, porque en nuestra era degenerada los histriones, que en épocas más sanas ni siquiera podían ser enterrados en sagrado, son los guías y faros del pensamiento de la masa.
«Las heroínas de este cuento no son las damas de negro de los Globos de Oro sino las que sirven hamburguesas en McDonalds porque le dijeron a Weinstein que mantuviera las manos quietas»
Nadie ha sugerido que Weinstein empleara la violencia. Abusaba de su poder, pero su poder era el de convertir a una desconocida en una estrella de Hollywood.
Las heroínas de este cuento, si las hay, son las que probablemente hoy sirven hamburguesas en algún McDonald’s o cobran en la caja de algún Wal-Mart, porque le dijeron a Weinstein que mantuviera las manos quietas.
Ser una estrella de Hollywood es, sí, un destino muy tentador, y no estoy por la labor de tirar ni la más pequeña chinita sobre las que para conseguirlo cerraron los ojos, apretaron los dientes y tragaron ante Weinstein o cualquier otro de su pelaje. Solo pido que no me vengan ahora de mártires, que no se ofrezcan a mi compasión ni, mucho menos, a mi admiración.
No ser estrella de Hollywood es el destino que arrostramos la abrumadora mayoría de la humanidad, y sin llorar.
Pero volvamos a Oprah. A Oprah se la puede ver en multitud de fotos a partir un piñón con el malo de esta película, no solo en actitud marcadamente cariñosa, sino acompañada de jóvenes aspirantes a actrices que luego acabaron en brazos del sátiro.
Pero ha tocado en su discurso todas las teclas que conviene para conmover a una audiencia terminalmente idiotizada.
Y es negra y mujer, y se ha publicado en diversos tabloides que podría ser lesbiana. Si se confirmara y saliera del armario, eso la convertiría ciertamente en la candidata perfecta, tres de tres.
Que la partitocracia ha degenerado en un concurso de popularidad no solo es bien sabido sino, si uno lo ve con cierta perspectiva, prácticamente inevitable.
La tele es la compañera más fiel de una gran masa de gente en nuestra época; sus protagonistas, más cercanos y queridos en ocasiones que las personas de carne y hueso que nos rodean. Votarles es casi la conclusión necesaria de este proceso.
«Si a Trump le están poniendo todas las zancadillas que pueden y haciéndole la vida imposible, con Oprah todo serían facilidades»
Al final, todo consiste en saber si un candidato tiene alguna oportunidad o inclinación a desafiar al Establishment o a limitarse a ponerle cara. Y creo que con Oprah no cabe la menor duda de que será de los segundos.
A Oprah le pasaría, si ganase las elecciones, lo que a Trump, en el sentido de aterrizar en un campo de actividad que no es el suyo y por el que no es fácil navegar sin mucho apoyo.
La diferencia es que si a Trump le están poniendo todas las zancadillas que pueden y haciéndole, en general, la vida imposible, con Oprah todo serían facilidades, sencillamente porque la estrella televisiva representa exactamente lo que defiende el pensamiento dominante.